Por desgracia, no conocemos a una cultura superior ajena que nos enseñe a hacer mejor las cosas y lo único que nos queda es aprender de nuestra propia experiencia, tanto de nuestra Historia como de las realidades de nuestro presente. Ambas nos dicen que las mejores sociedades del mundo respetan las creencias de cada cual manteniendo la religión separada del Estado, y allí donde eso no pasa la gente vive peor. También nos dicen que el sistema político menos malo es la democracia, una democracia con diferentes poderes que se contrapesen para evitar que nadie tome demasiado poder en su persona. Y también nos enseña que el mejor sistema económico es… el capitalismo. No hay duda respecto a ello, sea con mayor o menor intervención estatal, y se mida por los parámetros que se mida, los mejores países son sociedades capitalistas. Esto nos lo enseña el presente y nos lo enseña la Historia, pero cada equis años sale alguien que es capaz de convencer a un buen número de personas de que existe un sistema mejor aunque nadie tenga evidencia de él.
Mi opinión es que, como pasa con tantos términos, hay un gran desconocimiento de lo que es el capitalismo. Cada año la ONU elabora un ranking de los países más “felices” del mundo y utiliza en su cálculo el PIB per cápita, el “apoyo social”, la esperanza de vida, la libertad para tomar decisiones, la generosidad y la percepción de la corrupción. Los primeros puestos casi cada año son Finlandia, Noruega, Dinamarca, Islandia, Suiza, Holanda, Canadá, Nueva Zelanda… Todos capitalistas. Y justo uno de los menos capitalistas, Venezuela, es del que más huye su población en el mundo… y desde luego no se plantean irse ni a Cuba ni a Corea del Norte.
Ni siquiera hace falta saber Historia pero ésta también nos confirma que los países cuya calidad de vida más ha mejorado las últimas décadas son los que se han pasado al capitalismo como China. Mucho se ha escrito sobre la Caída del Muro en 1989, aunque de aquel hecho histórico que algunos tuvimos la suerte de vivir en directo, lo que más me llama la atención a día de hoy fueron los resultados de las primeras elecciones generales en Alemania del Este tras décadas de comunismo y de monopolio político ejercido por el Partido Socialista Unificado de Alemania celebradas el 18 de marzo de 1990, apenas cuatro meses después.
Si alguien quería un coche, se apuntaba a una lista y unos años después, lo conseguía. Quien quisiera saltarse la lista, debía pagar a alguien y lo obtenía
Durante décadas la República Democrática de Alemania había ejemplificado lo mejor del bloque soviético, alcanzando un nivel económico superior al de muchos países occidentales. Diez años antes de su disolución llegó a ser la décima potencia industrial del globo. Su sistema comunista de planificación estatal no era del todo rígido y permitía la existencia de pequeñas empresas privadas aunque básicamente todo era del Estado. Los sueldos (que no eran igualitarios ni mucho menos) y la mayoría de los precios estaban dictaminados por el Gobierno y, debido a las subvenciones, y salvo que fueran productos de importación, la cesta de la compra era bastante asequible. El mayor problema era la escasez que acababa siendo paliada por el mercado negro. Si alguien quería un coche, se apuntaba a una lista y unos años después, lo conseguía. Quien quisiera saltarse la lista, debía pagar a alguien y lo obtenía (por aproximadamente el triple de coste) por lo que la igualdad no era perfecta ni mucho menos, a lo que sumar los privilegios de los cargos del partido, claro. La vivienda se alquilaba al Estado y tampoco eran iguales para todos.
Educación, sanidad, vivienda...
Y cuando, tras décadas de adoctrinamiento comunista, a los alemanes del este les tocó votar –repito, apenas cuatro meses después de caído el muro-, resulta que el antiguo partido comunista, ahora refundado como Partido del Socialismo Democrático, apenas tuvo un 16,4% de los votos. Tenían vivienda a costes asequibles, educación, sanidad, escasez de lujos pero un nivel de vida superior a la media mundial, pleno empleo… y, sin embargo, a la primera oportunidad que tuvieron, dieron la espalda al partido que había sido el artífice de ese sistema. Sin entrar en la falta de libertades, en general se puede decir que la RDA tenía muchas de las reivindicaciones económicas que muchos personajes de la izquierda actual ahora demandan. Pero en ella también ocurría algo: casi todos los habitantes de la Alemania del Este, a pesar de todos los impedimentos técnicos que intentó el gobierno, podían seguir, en un idioma que entendían perfectamente, las retrasmisiones de los canales de TV y radio de la República Federal Alemana por lo que conocían de primera mano cómo era la vida de los “otros alemanes”.
La gente que de verdad cambia el mundo no quiere que un burócrata le deje sin opciones de mejora, quiere un salario mejor que el de los demás si es más productivo
Aquellas elecciones fueron como un plebiscito acerca del sistema económico y político votado por personas que conocían muy bien cómo se vivía en el bloque soviético, y que además eran conscientes de que, dentro de él, eran unos privilegiados. Y es un poco penoso que, más de 30 años después, personas que no conocieron aquello, que en muchos casos ni siquiera eran adultos entonces, lo recuerden con nostalgia. Los sistemas colectivistas no funcionan, la gente que de verdad cambia el mundo no quiere que un burócrata le deje sin opciones de mejora, quiere un salario mejor que el de los demás si es más productivo que los otros, y prefiere montar un negocio en libre competencia y que los consumidores sean los que decidan su éxito o su fracaso.
En Alemania del Este la reunificación no fue fácil, costó mucho el cambio y la aparición del desempleo fue un shock económico para una sociedad que daba por hecho que el Estado aseguraba el trabajo, aunque la calidad de vida que hoy disfruta la mayoría de la población hubiera sido impensable antes del Muro. Aún queda una minoría de nostálgicos que idealizan aquella época pero quien la vivió en primera persona… la rechazó abrumadoramente apenas cuatro meses después de caído el Muro. Y lo mismo pasó en toda Europa del Este, incluida Rusia. Los partidos comunistas, en cuanto llegó la democracia y la gente pudo elegir, tuvieron todos resultados marginales. Por algo será.