La sesión de ayer en el Parlament de Cataluña fue aburrida, cansina, pesada y previsible. El proceso separatista ha pasado de tragedia a farsa y de farsa a bostezo. Por eso urgimos a que Torrent convoque a Turull y a Albert Boadella para que debatan.
Turull se cura en salud
Si en el Parlament de Cataluña, y en general en cualquier otro parlamento, se instalase un medidor de tópicos demagógicos, estamos convencidos que la tarde del jueves habría saltado por los aires de pura saturación; si se hubiera colocado un bostezómetro, también. Jordi Turull, que había anunciado una intervención breve, se despachó con un discurso largo, de más de una hora. En su disertación habló de todo de manera perezosa, sin entusiasmo, enunciando los diferentes párrafos con la misma desgana con la que una hoja seca cae del árbol mustio en un otoño cualquiera, si se le permite al periodista adoptar un estilo similar al de Pedro de Répide. Fue, además, excesivamente prolijo en el temario, solo le faltó mencionar la problemática del calamar. Turull prometía hacer todo lo que no han hecho los sucesivos gobiernos convergentes primero, y separatistas después. Habló de mano tendida al gobierno de España, incluso al Rey. Como se dijo por parte de alguien, parecía más bien estar preparando su deposición ante el juez Pablo Llarena que ofreciendo un programa de gobierno como candidato a la presidencia de la Generalitat.
Porque de eso iba la sesión, convocada con nocturnidad y premeditación por el presidente de la cámara, añadiendo el factor telefónico como elemento tecnológico. Todo giraba alrededor de la comparecencia de Turull, junto con otros dirigentes separatistas, ante la justicia. Se trataba, una vez más, y van cientos, de marear la perdiz, de darle alpiste al canario, de liar aún más la ya de por sí inextricable madeja política catalana. Algo nuevo pasó, sin embargo. Lo supo decir con gracejo Xavier García Albiol, cundo se declaró sorprendido en su turno de intervención, porque veía a Turull con menos entusiasmo que sus hijos a la hora de ir al colegio.
También Inés Arrimadas señaló que ni Turull ni los suyos parecían creerse que fuese candidato. Es cierto. El tono monocorde de la intervención del candidato, la apatía en los aplausos por parte de Junts per Catalunya, el descaro que mostraban todo el rato mirando sus teléfonos, pasando ostensiblemente del debate, no pocos diputados separatistas, las caras largas, larguísimas de Marta Rovira y de la gente de Esquerra, en fin, todo ofrecía una imagen de frialdad, casi diríamos de trámite, de funeral de tercera.
Se echó en falta un auténtico debate, de calado, de importancia, pero es que ese no era el objetivo de la sesión parlamentaria"
Poco hubo de novedoso y si mucho de tedio, porque ninguna novedad se presentó, ni por parte de los neoconvergentes ni tampoco por parte de los partidos de la oposición. Los de las CUP jugaron ese papel dinamitero de atrezo, negándose a votar un candidato que no se declarase poco menos que Vladimir Ulianov, más conocido como Lenin. Eso sí, el interviniente por parte de Junts per Catalunya, el hombre del patinete, Eduard Pujol, se despachó – y se perdió, digámoslo todo – en una oratoria inflamada, en ocasiones ininteligible. Hay que darle un programa de monólogos a este hombre.
Se echó en falta un auténtico debate, de calado, de importancia, pero es que ese no era el objetivo de la sesión parlamentaria. Aquello era teatro, y de aficionados. De ahí que reclamemos un debate Turull-Boadella, el auténtico meollo del asunto, que no es otro que la confrontación de Tabarnia y Tractoria, de la Cataluña que desea sacudirse de encima la rémora procesista y la que está drogada por el opio nacionalista.
Pero seríamos injustos si no mencionásemos el tema que fue más comentado por todos los asistentes. Vamos a ello.
Señor Puigdemont, señor Turull
Tanto Arrimadas como García Albiol incurrieron varias veces en el gazapo de trabucar los nombres del candidato con el del ex presidente fugado a Bruselas. Lo que parecía, en principio, un lapsus, tiene más enjundia de lo que parece. Porque poco o nada ha cambiado en el programa del separatismo, y si Turull se mostró comedido en su discurso, que no en sus réplicas y contra réplicas a los partidos de la oposición, la cosa demostró que era como siempre. Las mismas mentiras, los mismos viejos conceptos, las mismas consignas resonaron de nuevo en la sala del parlamento catalán.
Pujol, el hombre del patinete, actuó cual muñeco de ventrílocuo accionado a distancia por Carles Puigdemont; Xavier Doménech hizo lo propio, pero con la voz de Pablo Iglesias; Miquel Iceta habló por boca de Pedro Sánchez y los únicos que parecían tener que decir algo por ellos mismos fueron los de Ciudadanos, el PP y las CUP. Curiosamente, Sebriá, de Esquerra, hizo de cupaire radical, con un discurso que dejó ojipláticos a lo radicales abertzales. Nada imprevisible, nada fuera de ese guión separatista, en fin, como dijo un diputado de Ciudadanos al acabar l sesión, sin novedad en el frente.
Ahora bien, a pesar de que Turull pegó un gatillazo fenomenal, casi similar al de la proclamación de la república de los ocho segundos, hay que señalar dos aspectos interesantes. El primero, es que todos los imputados por los hechos sucedidos el pasado 1-O salían de estampida porque este viernes tenían una cita con la justicia. El propio Turull lo mencionaba en una de sus intervenciones, pidiendo excusas a los compañeros que tenían que ir con él a Madrid, si se extendía más de lo debido en sus palabras. “Tenemos que coger un coche para irnos”. Curándose también en salud – Turull no fue el único – Marta Rovira, Carme Forcadell y Dolors Bassa, todas de Esquerra y comparecientes ante Llarena, anunciaban a la salida de la sesión parlamentaria que dejaban su acta de diputadas. ¿Poniéndose la venda antes de la herida? ¿Era por eso que Rovira ponía cara de me deben y no me pagan? Ya se verá.
Turull podrá o no podrá ser investido presidente de la Generalitat, pero la sensación general en el Parlament es que vamos a elecciones el próximo julio"
El otro hecho significativo es que, por fin, el reloj se ha puesto en marcha y ante eso no hay vuelta atrás. Dependiendo de lo que hagan las CUP este sábado y de lo que dicte el juez este viernes, Turull podrá o no podrá ser investido presidente de la Generalitat, pero la sensación general en el Parlament es que vamos a elecciones el próximo julio. Todo esto no hace más que mantener a toda Cataluña, y al resto de España, no lo olvidemos, en ese tio vivo en el que llevamos instalados desde hace meses.
Insistimos en que Albert Boadella, que se ha convertido en el auténtico azote de los independentistas, especialmente del huido de Bruselas, comparezca en sede parlamentaria y debata con Turull, con Pujol – Eduard, no el otro -, con las CUP o con los que queden de Esquerra, que, al paso que van, acabará ocupando escaño el último de la lista. El ingenio del dramaturgo compensaría algo los ratos desesperantes que tenemos que pasar los cronistas y, de paso, alegraría a la opinión pública, estupefacta ante tanta vagancia, tanta demora, tanto ir y venir para no llegar nunca a ningún sitio.
President Boadella, acampe usted ante el parlamento catalán, tráigase a su ministro de deportes, el gran Tomás Guash, y devuélvanos esa rauxa que nos han extraviado estos falsos profetas.
Es gracia que espera merecer del recto proceder de su excelencia, a quien Dios guarde muchos años.
Miquel Giménez