Opinión

Gaza, la guerra interminable

Es seguro que Israel se rearme y ponga fin a estos años en los que creyó que podría encontrar su sitio pactando con los países árabes

Esta semana se cumplió el primer aniversario del atentado que Hamás perpetró en el sur de Israel. Un año después la guerra en la Gaza propiamente dicha ha salido de foco. El conflicto en cierto modo se ha desplazado a otras zonas. Israel se ha centrado en Hezbolá y en contrarrestar a los iraníes. De primeras que la guerra se haya ralentizado y ya no ofrezca los titulares tan impactantes de hace diez u once meses tiene sentido: la franja de Gaza está en ruinas, hay dos millones de desplazados en su interior y las condiciones de vida sobre el terreno son extremadamente duras. El ejército de Israel hace meses llegó a la frontera con Egipto y, aunque por ahora han abstenido de un ataque frontal sobre Rafah, lo cierto es que no queda ya mucho por destruir. A pesar de su contundente respuesta los Estados árabes de la zona siguen poniéndose de perfil. Hamas no ha conseguido que declaren la guerra a Israel, que, por lo que se extrae de lo que sucede a pie de obra, ha conseguido imponerse una vez más.

Pero no nos precipitemos sacando conclusiones apresuradas. Hamas no ha desaparecido. Está muy debilitado, cierto es, pero sigue ahí. No se sabe cuántas armas y municiones siguen conservando. Tampoco se conocen sus reservas de milicianos. Los israelíes han liquidado a buena parte de sus comandantes, pero siguen reclutando miembros entre los jóvenes desesperados de Gaza que tienen un martirologio renovado en el que inspirarse.

A los cabecillas de Hamás no les importa lo más mínimo lo que sufran los palestinos. Son sus rehenes y como tal los tratan. Han conseguido, ademas, el objetivo de impedir que Arabia Saudita normalice sus relaciones con Israel

El Gobierno israelí se encuentra ante un escenario muy parecido al que tuvo que enfrentar Estados Unidos en Afganistán e Irak. En el primero pasaron veinte años combatiendo a cara de perro para luego marcharse atropelladamente con deshonra. En este tipo de guerras híbridas en las que, de un lado, comparece un ejército regular y, de otro, milicias informales pero extraordinariamente motivadas suelen inclinarse del lado de los que desarrollan una guerra asimétrica confundiéndose entre la población civil. Lo único a lo que tienen que estar dispuestos es a sostener la apuesta indefinidamente y prepararse para sacrificar cientos de miles de vidas.

A diferencia de lo que sucedió con Estados Unidos en Oriente Medio, para Israel esto es una cuestión de supervivencia, por eso mismo se emplearán más a fondo durante más tiempo. Al término del conflicto, Hamás no será ni sombra de lo que fue al principio y eso permitirá a los israelíes respirar tranquilos, al menos temporalmente. Por el lado palestino ha quedado meridiano que a los cabecillas de Hamás no les importa lo más mínimo lo que sufran los palestinos. Son sus rehenes y como tal los tratan. Han conseguido, ademas, el objetivo de impedir que Arabia Saudita normalice sus relaciones con Israel. De modo que, mientras haya palestinos que sientan que ya no tienen nada que perder, la guerra continuará de una forma u otra.

Lo que si concluirá en algún momento es esta guerra que dio comienzo el 7 de octubre del año pasado. La comunidad internacional se felicitará por el alto el fuego. Los hutíes se mostrarán reacios a luchar en nombre de Hamás una guerra que el propio Hamás no está librando y volverían a centrarse en Yemen. Los combates en el Líbano, que se intensificaron tras el asesinato del líder de Hezbolá, Hassan Nasralá , podrían acabar remitiendo. A fin de cuentas, Hezbolá se metió en esto para solidarizarse con los palestinos, no porque fuese su guerra.

Los israelíes saben que son muchos los Estados y grupos terroristas que les quieren borrar del mapa. Les seguirán atacando dentro y fuera de Israel

Todo esto sería una mejora significativa con respecto a lo que tenemos ahora. Pero ni siquiera un armisticio real y completo haría que Oriente Medio volviera a la situación en que se encontraba antes de aquellos atentados. Han sucedido demasiadas cosas y el momento geopolítico es bien distinto al de hace unos años. Predecir el futuro en Oriente Medio es simplemente inútil porque es imposible acertar, pero algunas tendencias si que se apuntan en función de la situación actual.

Es seguro, por ejemplo, que Israel se rearme y ponga fin a estos años en los que creyó que podría encontrar su sitio pactando con los países árabes. Los israelíes saben que son muchos los Estados y grupos terroristas que les quieren borrar del mapa. Les seguirán atacando dentro y fuera de Israel. Antes del 7 de octubre, el Gobierno israelí podía pensar que Hamás estaba confinado en Gaza y poco daño podía hacerles, que la inteligencia podría detectar cualquier ataque importante que saliese de allí, y que el ejército se encargaría del resto. Las tres suposiciones se demostraron falsas el día en que Hamás atacó destapando un clamoroso fallo de sus servicios de información.

Este tipo de fallos dejan huella. Será difícil para los futuros Gobiernos israelíes prometer a su gente que, esta vez, el Mosad detectará y detendrá cualquier amenaza, ya sea proveniente de Hezbolá, de Hamás o de cualquier otro. El propio Mosad tendrá menos confianza en sus propios informes y el pueblo israelí confiará menos en ellos. Como resultado el Gobierno israelí actuará con información limitada temiendo que si no lo hace puedan verse en las mismas. Será menos tolerante con lo que en el pasado habrían tomado como provocaciones sin importancia. Los Gobiernos israelíes también sentirán la necesidad de restablecer la disuasión que saltó por los aires el 7 de octubre. El atentado demostró que Israel puede ser golpeado en su misma entraña por una organización decidida a hacerlo.

Respecto a los palestinos, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) con sede en Cisjordania es hoy menos relevante que antes del 7 de octubre, y eso es decir mucho. Antes del ataque de Hamás, los israelíes veían a la ANP como un grupo de mandarines corruptos e incapaces, pero su policía conseguía mantener a Hamás a raya en Cisjordania. La ANP estaba, además, en el centro de cualquier plan que contemplase una solución de dos Estados. Hoy nadie la tiene en cuenta. Desde el atentado el apoyo entre los palestinos al presidente Mahmud Abás y a su partido Al Fatah ha caído a mínimos históricos. La operación militar israelí en Yenín y otras zonas de Cisjordania en septiembre demuestran que ya no confían en la ANP como socio en materia de seguridad. Los ataques israelíes y la violencia de los colonos contra los palestinos han desacreditado aún más a la ANP. Para complicar aún más el lío, Abás tiene 88 años y no tiene un sucesor claro. Una lucha de poder, incluso pacífica, les debilitaría aún más.

Esto es de poca importancia en el corto plazo (nadie espera que las conversaciones de paz se reanuden en un futuro próximo), pero podría marcar la diferencia con el tiempo. La presión estadounidense sobre esta cuestión puede aumentar, y países como Arabia Saudita ya han condicionado el reconocimiento de Israel a que haya un Estado palestino. La falta de un socio palestino es un golpe aún mayor ya que requerirá que Israel realice más redadas en Cisjordania e imponga más restricciones en el cruce de fronteras. Todo eso es menos conveniente y mucho más costoso para Israel que la autovigilancia palestina.

Respecto a Hamás, incluso muy debilitada, puede encontrar nuevos aliados en futuras guerras. Los conflictos entre Hezbolá e Israel, Irán e Israel y los hutíes e Israel que han surgido en esta guerra ponen a prueba al ejército israelí, crean dolores de cabeza para Estados Unidos y empeoran una situación ya de por sí peligrosa. En un conflicto futuro Hamás esperará que se les unan de nuevo, lo que hace más probable que ataquen a sabiendas de que tendrán a otros de su parte. Los futuros conflictos menores entre Israel y Hamás pueden involucrar a más actores y servir de mecha para que el problema escale por todo Oriente Medio.

Gaza bien podría convertirse en una suerte de tierra de nadie gobernada por grupos radicales y señores de la guerra que ataquen Israel al tiempo que se matan entre ellos

En cuanto a Gaza, es posible que se convierta en algo parecido a un caos sin Gobierno ni interlocutores. Todas las propuestas para gobernar Gaza tras un alto el fuego: desde el control de la ANP hasta el retorno al Gobierno de Hamás, pasando por una ocupación israelí, son inviables porque nadie quiere oír hablar de ellas. Gaza bien podría convertirse en una suerte de tierra de nadie gobernada por grupos radicales y señores de la guerra que ataquen Israel al tiempo que se matan entre ellos. En resumen, una fuente perpetua de conflictos con violencia de baja intensidad pero continua. El pueblo de Gaza seguirá sufriendo, aunque ya sin que nadie en el extranjero se fije en ellos.

En cuanto a Estados Unidos, lo ideal sería que se involucrase más para dotar a Oriente Medio de cierta estabilidad, pero lo más probable es que haga todo lo contrario. Para evitar que los pequeños conflictos se conviertan en guerras regionales se necesita liderazgo, y eso es exactamente de lo que EEUU carece desde hace tiempo. Nadie en Washington quiere líos en aquel rincón del mundo, menos aún con este tema de Israel y Palestina, un conflicto enquistado y más lejano de la paz que nunca. En otras circunstancias y sin la cantidad de guerras que hay en estos momentos por el mundo, quizá en Estados Unidos alguien se animaría a mediar y tratar de acercar posturas como Bush y Clinton hicieron a principios de los años 90. Pero el mundo de hoy es muy diferente y en la Casa Blanca ven lo de Palestina como un conflicto sin solución con el que simplemente habrá que convivir.

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