Fue hace más de cuatro años, en marzo de 2020, apenas unos días antes de que Pedro Sánchez decretara el estado de alarma por el coronavirus. Qué lejos queda ya todo aquello. En esos tiempos yo andaba por México, buscando el verano en invierno, el descanso entre tanto trabajo, una coma en mitad de un párrafo sin puntuación, sin saber la cantidad de espacios en blanco que vendrían después.
El caso es que me llevé -como es costumbre- casi más libros que ropa en la maleta y, uno de ellos, con poca emoción: La Reina, de Pilar Urbano. Quería leerlo porque, a la vuelta de las vacaciones, mi jefa de aquel entonces me había encomendado un vídeo obituario de doña Sofía. De esos que se hacen con tiempo en las redacciones de las televisiones por si la muerte de un personaje de tal relevancia llega sin avisar.
He vuelto a sus frases -porque hay que regresar al pasado para entender el presente- en estos días en los que ha sido ella casi tan protagonista como su esposo (por decir algo esto de esposo). “Lo que mi madre quería era que nos acostumbrásemos a vivir para los demás, a estar para los demás, a ser para los demás”, le confesó la reina a Pilar Urbano en las entrevistas que la periodista le realizó durante año y medio y que se materializaron en el libro. Y aquello que le inculcó su familia siendo una cría, lo ha llevado a rajatabla la madre del actual rey. Firme, aunque con algún tropezón, la hemos visto en los actos varios que ha protagonizado esta semana. Dando la cara -como si nada- en mitad de una tormenta que ha llegado, esta vez, en formato audio; tratando ella de mantenerse erguida como el tronco de los árboles cuando aprieta el viento. Su ropa, sus gestos, su broche, sus sonrisas escasas. Todo, diseccionado en diversos programas de televisión que tampoco han dejado pasar la oportunidad de tirar de hemeroteca para rescatar imágenes de esa otra época tan comentada ahora.
Una mujer en la sombra que nunca ha tenido una palabra de más, y eso que tendría mucho que decir y que contar y pocas personas a las que confiar sus miserias
Me refiero a aquella en la que el emérito andaba con Bárbara de noche, con Sofía de día y siempre con una cámara delante, aunque de distinta calaña en cada caso. Retratado con una, a beso limpio; con otra, a desplante limpio. Cuántas veces rechazó Juan Carlos a su mujer en público y qué pocas se le reprochó. De tanto reírsele las gracias por su alabada campechanía, terminó el emérito riéndose de todos, estando por encima del bien y del mal… igual que ahora.
Él también aparece en el libro de Urbano y así se refería a su mujer -cuando se sabía grabado y analizado por la escritora- allá por la década de los noventa: “Ser reina no es cómodo. Ella no se queja, pero ser reina no es cómodo (…) Ella ha estado siempre a mi lado y de mi parte. Ella me ha ayudado siempre. Ella es… mi compañera. Mi compañera”.
Su compañera, pese a todo y por encima de todo. Una mujer en la sombra que nunca ha tenido una palabra de más, y eso que tendría mucho que decir y que contar y pocas personas a las que confiar sus miserias.
-¿La reina no tiene amigas?
-No.
-¿No?
-No. Amiga es una palabra mayor. Pero sí tengo muchas amistades.
-¿La reina no tiene confidentes?
-Nunca he hecho confidencias a nadie. Nunca he confiado secretos ni desahogos a nadie. No he tenido esa necesidad.
Quería doña Sofía -lo cuenta Pilar Urbano- que los españoles la conocieran a través de este libro. Pero, ¿cómo abrir una puerta, cómo traspasar una cerradura que ha estado décadas oxidada y cuya llave se perdió en algún cajón de palacio?¿Cómo entrar en una alcoba durante tanto tiempo sellada?.
-Majestad (al rey emérito), dígame una cosa, sólo una cosa, en la que sean como la noche y el día… -¡Ufff, tantas! ¡En casi todo como la noche y el día! (…)
-¿La reina es celosa?
-Si… y no. Y con esto de los celos, te sorprende. Yo diría que es celosa, pero de un modo elegante. Es celosa con dignidad.
Hay que haber soportado muchos cuernos o ser muy profesional para que tu marido crea y diga que llevas los celos con dignidad, consciente de que esto quedaría sobre papel. El mismo marido que en alguna ocasión al ser preguntado definió a su esposa, además de cómo compañera, como “una gran profesional”. Y una gran actriz, añadiría yo. Muy pocos conocen a la mujer tras el personaje. Muy pocos saben quién es, más allá del título. Qué siente, qué no siente o cuándo dejó de sentir. Un misterio, por más que hablen. Una incógnita en sí misma, aunque hayan intentado descifrarla. Por un lado, lo público; por otro, lo privado. Y una obligación: no contar lo prohibido.
Y mientras escribo esta historia, miro a mi bebé y encuentro una posible respuesta a tanta pregunta: que una madre es capaz, por su hijo, de interpretar el mejor papel de su vida; que una madre es capaz de mecer con su mano en silencio durante años el trono de un país, para que no desaparezca.