“España -porque sigue siendo 'asombro de esperanza' que cantara Pablo Neruda- no se rompe. Pero el Estado se fragmenta”. Cuando los profesores Sosa Wagner y Sosa Mayor (El Estado fragmentado, Editorial Trotta ,2006) presentaron el caso del Imperio austro-húngaro y el brote de nación de naciones en España, el Gobierno de Rodríguez Zapatero estaba manos a la obra con un nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña que después, en 2010, fue lijado por el Tribunal Constitucional eliminando un sistema judicial propio que hubiera permitido a los sediciosos condenados a tiempo parcial la más absoluta de las impunidades.
Con la llegada al poder del PSOE en marzo de 2004 el presidente del Gobierno cumplió la promesa hecha a los socialistas e independentistas catalanes de aprobar la reforma del Estatuto tal cual le fuera enviada a la Cortes desde Cataluña. Sosa Wagner y Sosa Mayor emplearon una alegoría muy acertada para explicar lo que estaba sucediendo con el Estado en España y que viene como un traje a medida al drama de este 2020: “Un Estado que ha sido introducido en un quirófano sin más luz que la de un candil y del que saldrá extenuado y por ello con poca agilidad para establecer políticas propias y afrontar reformas de largo aliento”.
Ahora mismo, la gestión centralizada que el Ministerio de Sanidad ha hecho del sistema partido por 17 demuestra con hechos la imagen creada en esa escena, con el Estado flaco, desfondado y carente de reflejos. No es una cuestión de quién tiene la competencia para comprar mascarillas y batas en el mercado internacional, sino dónde está, veinte años después de la fragmentación, el conocimiento y la experiencia para hacer la compra con rapidez y eficacia.
Un quiero y no puedo que concluyó con un buscarse la vida por parte de autonomías, ayuntamientos y empresas que salieron a comprar en estampida fletando aviones
Desde la voladura del Insalud, son las comunidades autónomas las que saben. El Ministerio de Sanidad era hasta hace quince días un edificio vacío de competencias, en el Paseo del Prado de Madrid donde tienen su despacho un vicepresidente y dos ministros del Gobierno de Sánchez. Es decir, que lo único que les sobraba eran los sitios de mandar y no hacer nada. El decreto del 14 marzo puso en manos del ministro Salvador Illa todo el poder dejando a los consejeros de Sanidad de las autonomías bajo sus órdenes. Los once días siguientes -hasta el anuncio, el miércoles 25 de marzo- de una compra masiva de material por más de 400 millones de euros, han sido sencillamente un caos. Un quiero y no puedo que concluyó con un buscarse la vida por parte de autonomías, ayuntamientos y empresas que salieron a comprar en estampida fletando aviones e intentando recuperar los días perdidos mientras el mando único ministerial miraba para otro lado. Por ejemplo, el alcalde de Madrid conseguía por sus medios los test para el personal de emergencia y los trajes de protección de los trabajadores de la funeraria después de que le quedara claro que el Ministerio no iba a hacer nada por impedirlo sino todo lo contrario. Que cada uno se busque la vida. Esa era la decisión del mando único, menudo panorama.
Dar marcha atrás en el sistema autonómico es como querer meter la pasta de dientes otra vez en el tubo
Los primeros quince días de alarma han demostrado que nuestro sistema autonómico funciona mejor, como podía haberlo hecho un Estado centralizado si desde hace veinte años hubiera estado realizando las compras. Quien tiene la experiencia diaria está más preparado para gestionar una crisis o por lo menos intentar hacerle frente. Lo que no sabemos es si tendríamos una sanidad mejor o peor. El sentido común económico dice que los costes son menores si compra uno que si lo hacen 17. El mercado se pone las botas al ver cómo varias administraciones del mismo país salen corriendo con el dinero en la mano dándose codazos por ganar la posición y quitarse la vez.
Cuando salgamos de ésta habrá que dotar de competencias al ministerio de Sanidad para que el siguiente maremoto, esperemos que sea nunca, no le pille desnudo y con la toalla a desmano. Dar marcha atrás en el sistema autonómico es como querer meter la pasta de dientes otra vez en el tubo. Pero que el Estado tenga su papel, para dotarle de las competencias que tienen los gobiernos nacionales en los Estados federales es una urgencia nacional. Hay que reequilibrar los pesos. Sin aspavientos y explicando que al final una institución como las Fuerzas Armadas limpia y desinfecta por igual en cualquier parte del territorio con su mando único. Y así con todo.
Los españoles se merecen el mismo sistema sanitario y educativo en toda España. No se trata de centralizar las competencias sino de que nuestro Estado, aunque fragmentado, recupere cabeza y músculo, sirva para algo y no vuelva a fracasar como en estos días de marzo. El que sea capaz de ordenar el caos demostrará además ser un político adulto al que le ha correspondido fundir su carrera en defensa del bien común. Ya hay ejemplos, pero mejor eso también lo dejamos para cuando salgamos de ésta.