La semana pasada leía que Jordan Peterson, el famoso profesor de Psicología canadiense, ha abandonado su plaza de titular en la Universidad de Toronto. No obtendrá una comisión de servicios para ninguna secretaría de Estado, ni le han ofrecido un trabajo mejor en el mundo de la empresa. Se va, según reza un artículo publicado por él mismo en el National Post, por las “presiones woke contra sus alumnos”. En su despedida, Peterson denuncia el poder que en el ámbito universitario ha adquirido “la atroz ideología de la diversidad, la inclusión y la equidad, que está demoliendo la educación y los negocios”.
El diccionario de Oxford definió woke en 2016 como la "alerta ante la injusticia en la sociedad, especialmente el racismo". Las comunidades negras estadounidenses utilizaban el vocablo (que viene de wake up) hasta que se generalizó en 2013 con el Black lives matters y se extendió después a otros movimientos como el Me Too.
Hoy, bajo este genérico paraguas, se incluye, supuestamente, el antirracismo, las críticas al colonialismo, los derechos de los transexuales, la neolengua… vaya, todo lo que se califica de 'políticamente correcto'. Podría parecer que nada tiene de malo la reivindicación de derechos civiles: de hecho, en el siglo XX, movimientos como el feminismo tomaron, justamente, fuerza para extender libertades y proteger a minorías. Sin embargo, la diferencia con el identitarismo woke es que los primeros querían perfeccionar el sistema y la democracia mientras que los segundos pretenden deconstruirlo y aniquilarlo.
El ejército de militantes adoctrinado por estas instituciones, mediante el arma potentísima de la educación, se ha extendido y empapa ya la sociedad
El movimiento woke nada tiene que ver con la protección del débil ni con la libertad. Que no se engañe nadie. Tiene que ver con una movida que comenzó hace treinta años en las élites universitarias estadounidenses para hacer una aplicación práctica de la teoría postmoderna. El ejército de militantes adoctrinado por estas instituciones, mediante el arma potentísima de la educación, se ha extendido y empapa ya la sociedad. Y, no seamos ingenuos, hay también grandes intereses económicos de por medio.
El wokeismo parte de la premisa de que los valores en los que se fundamenta Occidente son constructos opresores de hombre-blanco-heterosexual. Así, si no encajas en el patrón, date automática e irremediablemente por “oprimido” y “cabreado”. Porque, sin margen para la libertad, tu identidad (de género, de raza…) es lo que te define totalmente.
La opresión que puedes sufrir, eso sí, es “ponderada”. Es así como lo explica la “interseccionalidad”. Es decir, si eres mujer, negra, transexual y catalana (por poner un ejemplo) siempre estarás más sometida que si eres hombre blanco transexual de Castilla-León y mucho más que si eres hombre hetero caucásico cincuentón de Madrid.
Sin embargo, lo más relevante y peligroso de la doctrina woke, es que lo importante no son los hechos: lo relevante es “lo sentido” (y aquí viene lo mollar). Porque, al margen de la realidad (incluida la biológica), el testimonio, con independencia de la objetividad, se convierte en la base sobre la que cimentar la norma, el derecho y la educación. Eso sí, el testimonio solo es válido si encaja con los estereotipos de la “nueva religión”. Lo paradójico es que la doctrina woke refuerza y necesita del estereotipo que teóricamente denuncia para seguir funcionando.
Loury denunció que se afirmaban posiciones discutibles como si fueran certezas axiomáticas. La opinión pública lo masacró diciendo incluso que se odiaba a sí mismo por ser negro
¡Ay de ti si eres un “supuesto oprimido” y rechazas, denuncias o cuestionas los planeamientos!: te conviertes en un farsante y un hereje al que hay que cancelar
Se han hecho públicos ya muchos casos de acoso y señalamiento, especialmente en Norteamérica. Por poner un ejemplo. el de Glenn Cartman Loury, el primer afroamericano titular de Economía en Harvard que, en 2020, en su escrito I must object cuestionó la carta que la rectora de la Universidad de Brown envió a los alumnos por el asesinato de Floyd. Loury denunció que se afirmaban posiciones discutibles como si fueran certezas axiomáticas. La opinión pública lo masacró diciendo incluso que se odiaba a sí mismo por ser negro.
En el terreno patrio me viene a la cabeza el nacionalismo, nuestra filosofía woke particular ¡Ay de ti como se te ocurra discrepar y no te sientas oprimido por el Estado, ni amargado (sino bendecido) por vivir en territorios con una cultura y lengua propias! ¡Ay de ti como en estas comunidades no te juzgues agraviado por Madrid y no te quejes de tus derechos pisoteados! ¡Ay de ti como te opongas a las declaraciones institucionales de algunas universidades! ¡Eres un mal vasco o un mal catalán! Si hay un colectivo que, recientemente, está sufriendo por denunciar la dictadura woke ese es el de las mujeres. Especialmente las académicas y más especialmente las feministas. Algunas de ellas han cometido la “herejía” de defender la realidad biológica del sexo. Se las ha llamado tránsfobas (y muchas cosas más) y apuesto a que, en breve, se dirá que estas mujeres “odian ser mujeres”.
Catedráticas como Kathleen Stock, en la Universidad de Sussex o Jo Phoenix, de la Open University, se han visto acosadas por decir lo obvio: que el sexo biológico importa, que está ahí y que, tal vez, habría que dar una vuelta a las leyes basadas en la autodeterminación que apuntan que, para ser mujer, es suficiente sentirse como tal. Y es que una cosa es usar teorías explicativas de la realidad y otra montar toda una realidad paralela con artefactos.
Un partido de mujeres de izquierdas, hartas de que se perviertan los hechos. Puedo estar a kilómetros de ellas en muchas cosas, pero tengo que decir que son muy valientes por decir "basta"
La erudición basada en las políticas de identidad ha hecho mucho daño. Como lo están haciendo las políticas extremas basadas en las plantemientos de identidad. Especialmente a las mujeres y especialmente a las de izquierda. Una cosa es defender los derechos y la libertad y otra, hacerlo al margen de las evidencias. Ninguna conquista civil se puede hacer con la posverdad como ideología.
Ayer leía que ha nacido un nuevo partido de feministas 'insumisas' contra "el peligroso delirio trans". Un partido de mujeres de izquierdas, hartas de que se perviertan los hechos. Puedo estar a kilómetros de ellas en muchas cosas, pero tengo que decir que son muy valientes por decir "basta". No van a ser las únicas, presiento. Me alegra muchísimo que la presión woke empiece a tener contestación aquí en España. Poco a poco.
Confío que el paso siguiente sea la denuncia de la manipulación que, de cuestiones relacionadas con el sexo, el género, la raza, el lenguaje o la identidad territorial se pretende hacer en la educación. Ahora, aquí, hoy mismo, con la ley Celaá. Si la erudición se tiene que basar en políticas basadas en evidencias, no en quimeras, las instituciones, las normas y la instrucción, más.
Mujeres insumisas (hermanas, como se dice ahora): si defendéis la objetividad y la verdad, tenéis todo mi reconocimiento. Mucha suerte.