“Las mujeres son las que más sufren en las guerras” es uno de esos dogmas que se han ido instalando entre nosotros gracias al esfuerzo de políticos, opinadores y profesores comprometidos. Son cosas que van apareciendo en artículos académicos y en cartulinas de colores en las escuelas, y al final llegan hasta el ministerio de Igualdad. Irene Montero pronunció la frase la semana pasada en el Forbes Power Summit Women, y ante algo así sólo cabe la humildad epistemológica y la apertura al misterio ¿Quiso decir que las ucranianas combatientes sufren más que los ucranianos que también combaten? ¿Se refería a que las mujeres de los soldados y milicianos sufren más por la incertidumbre? ¿O directamente piensa que las mujeres del mundo, ella la primera, no pueden evitar ser empáticas y hacen suyo el sufrimiento ajeno?
Hablábamos el otro día de Zelensky, un antiguo cómico que está actuando como un líder en tiempos difíciles, y en España tenemos a líderes políticos que parecen estar perpetuamente instalados en un deprimente Club de la Comedia. Podríamos decir, imitando la manida frase de Clausewitz, que en España la política es ya la continuación de Playz por otros medios. La semana pasada aparecía en el programa de RTVE un chaval que bromeaba con “que vienen los rusos”, el equivalente actual a aquel graciosísimo “España se rompe” al que siguió un golpe de Estado independentista, y proponía que la OTAN “debería disolverse y entregar las armas”. Bien, pues al mismo nivel están las ocurrencias de Montero, Belarra, Iglesias o Monedero. Con la diferencia de que el chaval de Playz es un estudiante, y algunos de estos últimos han sido profesores y ministros. Pero en fin, todo llegará, porque la universidad también es en cierto modo una continuación de Playz.
Sánchez, que como era previsible se había negado a hacer lo decente, finalmente rectificó y España enviará armas. Belarra, de momento y al contrario que Putin, no parece que vaya a cumplir su amenaza
La de Montero ha sido una de las ocurrencias más sonadas desde el inicio de la guerra, pero desgraciadamente para el feminismo el primer lugar del podio lo ocupa un hombre. Javier Sánchez Serna, uno de los miles de portavoces estatales de Podemos, salió el otro día en un acto del partido y dijo esto: “No se puede hacer la guerra en el nombre de la paz”. Lo dijo despacio, con pausas entre las palabras, no sé si por el énfasis o por la vergüenza. Este súbito e intenso pacifismo en Podemos se vio reforzado por Ione Belarra, que al parecer amenazó con dimitir si España enviaba armas para la defensa de Ucrania. Sánchez, que como era previsible se había negado a hacer lo decente, finalmente rectificó y España enviará armas. Belarra, de momento y al contrario que Putin, no parece que vaya a cumplir su amenaza, aunque siempre le queda la opción de hacer como Pepe, el niño de Astérix en Hispania: me enfado, no respiro.
En general las aportaciones de Podemos a la política española oscilan entre lo cómico y lo grotesco, pero cuando entramos en asuntos tan serios como la guerra y la violencia su discurso adquiere un tono siniestro. Son los fans de Lenin y del Che, de Fidel y de Stalin, los que llevan días defendiendo que lo mejor que se puede hacer para apoyar a los ucranianos invadidos es cantar y rezar lemas inanes. Años ensalzando a Cuba y a la URSS, alabando a tiranos y carniceros que implantaron proyectos políticos totalitarios mediante la guerra, el asesinato y la represión, para acabar metiéndose con Lennon y Yoko Ono en la cama del pacifismo miserable cuando toca defender a los ciudadanos de un país invadido.
Es el mismo Pernando Barrena que hace menos de dos años daba la bienvenida a Ibon Muñoa y mostraba públicamente su alegría cuando el cómplice en el asesinato de Miguel Ángel Blanco salió de la cárcel.
Hablamos de tonos siniestros en los discursos sobre la guerra, el asesinato y la violencia, y es inevitable notar en la nuca la presencia de otro de los socios del Gobierno de Sánchez: EH Bildu. Si unos chapotean en el barro cuando se ponen a hablar de bombas y disparos, estos otros directamente txapotean. Pernando Barrena, eurodiputado de Bildu, decía hace unos días que “es una contradicción pedir a Rusia que se retire mientras se envían armas ofensivas que se utilizan para quitar vidas”. Es el mismo Pernando Barrena que hace menos de dos años daba la bienvenida a Ibon Muñoa y mostraba públicamente su alegría cuando el cómplice en el asesinato de Miguel Ángel Blanco salió de la cárcel.
No es una contradicción enviar “armas ofensivas” para quitar vidas y pedir que se pare la guerra. Hablemos claro, ahora que ya ha pasado un tiempo: si Miguel Ángel Blanco hubiera recibido con disparos a Irantzu Gallastegi, a José Luis Geresta y a Txapote, probablemente habría salvado muchas vidas. La suya, entre otras. Esto es algo que Pernando Barrena, Mertxe Aizpurua y el resto de la banda saben muy bien. Si la sociedad vasca hubiera reaccionado desde el principio ante ETA y su entorno con rechazo social e incluso con violencia justa, las cosas habrían sido muy distintas.
Cuando un matón la toma constantemente con otro niño en la escuela, cuando un terrorista saca su pistola y cuando un país ordena que sus tanques crucen la frontera, mostrar preocupación por la escalada del conflicto es una actitud indecente. El pacifismo puede ser una elección personal noble, compatible con una denuncia firme del mal. Pero es una elección que tiene consecuencias, especialmente cuando se convierte en la excusa perfecta para que los malos triunfen.