El candidato por Barcelona és capital, lista impulsada por la ANC en las municipales barcelonesas, Jordi Graupera, definía en un artículo a los parados sin estudios castellano hablantes como White Trash, basura blanca. Todo sonrisas, amor y fraternidad, como pueden ver.
Graupera es un separatista de libro. Periodista, doctor en filosofía, profesor universitario de catalán, su recorrido profesional transcurre plácidamente por todos los meandros de los medios del régimen: Cataluña Radio, Avui, La Vanguardia, Ara, El Periódico, RAC 1, El Singular, El Nacional, Revista de Catalunya y un sinnúmero más, amén de haber colaborado con la celebérrima fundación convergente CatDem y la no menos conocida Fundació Catalunya Oberta. Ningún riesgo, ninguna empresa propia, ningún trabajo fuera de su zona de confort, ninguna creación de riqueza o de puestos de trabajo. Es decir, ningún fruto que ofrecer a su país. Así ya se puede ser partidario del lacito amarillo, qué caramba.
En el diario del Conde de Godó, Graupera se explayaba en su día en un artículo titulado justamente así, White Trash, basura blanca, a propósito de una reflexión de Antoni Puigverd acerca de que Cataluña no había sabido construir un sueño nacional colectivo. El ahora candidato, recogiendo ese guante envenenado del soberanismo intelectualoide de gesto mohíno de aristócrata desmenjat, afirmaba que eso se debía a la emigración – según el – que vino a Cataluña en los años sesenta a ganarse la vida. Siguiendo una de las más repulsivas y repetitivas de las tesis nacionalistas, los venidos de “fuera de Cataluña” se mostraron impermeables a la cultura y la lengua del país, alentados primero por el régimen franquista y luego por el PSC. La obsesión que los de la estelada tienen con Franco y la socialdemocracia es rayana en lo patológico.
Según Graupera, aquellos padres condenaron a sus hijos a ser White Trash y quizá valga la pena abundar en el significado de esa expresión estadounidense. En los States se denomina así al colectivo de personas blancas sin medios, sin dinero, que viven en roulottes por no tener ni un techo bajo el que guarecerse y no participan en política. Marginados del sistema, sí, pero orgullosos de ser blancos, lo que significa la confirmación empírica acerca de que ser pobre no equivale a poseer un mínimo de inteligencia, un ápice de moralidad o de razón. Que su pobreza radique en la injusticia de un sistema caníbal en lo social es lo de menos. Igual que en mi tierra: Som Catalans, lo demás qué importa.
Graupera lo basa todo en la sumisión del que llega, al que considera inferior por no ser catalán, negándole de entrada la condición de igual
Graupera lo basa todo en la sumisión del que llega, al que considera inferior por no ser catalán, negándole de entrada la condición de igual. Es más, lo considera inferior justamente por español. La única opción que le queda es el agradecimiento al Patrón-Cataluña por darle trabajo. Lo decía Marta Ferrusola: los que no hablan catalán siendo de fuera son unos desagradecidos, porque nosotros les hemos dado pan. Ese nosotros, entendido como plural mayestático, implica una concesión biológica que divide a la sociedad entre etnias, entre lenguas, entre lugar de procedencia. Puro racismo. Es el famoso ascensor social, que clamaba por la integración en el ideal nacionalista mediante el uso imperativo del catalán, así como de un acatamiento ciego a la consigna convergente. Fuera de la patria catalana, no existe salvación. Para Graupera, heredero de este discurso, solo puedes redimirte si renuncias a tus raíces, sustituyéndolas por el imaginario separatista. Eso implica rechazar a tus padres, a tu familia, a tu lengua materna, a toda tu herencia cultural y sentimental. Es igual. La falacia separatista acerca de que son integradores cae estrepitosamente con argumentos de esta calaña.
Que las tesis nacional separatistas han sido un éxito no hay más que verlo a diario en las escuelas. Hablar en español es motivo de miraditas suspicaces y ya no les digo si un alumno manifiesta en voz alta que se siente español o luce una bandera nacional en su mochila. Ahí tenemos que darle la razón, tristemente, al tal Graupera, cuando en aquel artículo vaticinaba que muchos de aquellos hijos de los que llegaron desde toda España se han convertido en separatistas mucho más feroces que los de los siete apellidos catalanes. Parados y sin poder soñar siquiera con poseer una mínima parte de la fortuna de la familia Pujol, pero catalanes y bien catalanes, que con eso no hace falta cenar ni pagar la luz.
Y es que en este lodazal racista que pretenden vendernos como la arcadia feliz, no hay nada más estúpido que ser separatista viviendo en Cornellá, apellidándote Fernández, estando en el paro y siendo tu lengua materna el español. Yellow Trash, si a eso vamos.