Opinión

Historia de un okupa

Ese es su trabajo, el de ser okupa de confianza de los pisos que construye o compra su empresa para remodelarlos y ponerlos posteriormente a la venta

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Nunca hubiera imaginado que mi destino en España iba a ser éste, pensó mientras iba a paso ligero a la farmacia. El dolor de cabeza se había hecho insoportable y no había tenido más remedio que salir del piso para comprar un analgésico que lo aliviara. No era conveniente dejarlo tanto tiempo vacío porque los anteriores okupas, incapaces de darse por vencidos, seguían rondándolo, pero a veces no queda más remedio que arriesgarse. Con esa migraña no servía para nada, se le habrían metido dentro cuando hubieran querido. Diez minutos y estoy de vuelta, se dijo a sí mismo. Andaba tan rápido que notaba, además del pulso del dolor por detrás de los ojos, cómo le latía el corazón.
Nuestro hombre había salido de su país hacía un par de años, huyendo de la dictadura bananera que se había adueñado de él y que gozaba de tantas simpatías en el actual gobierno de España. Allá su vida había sido muy distinta. Universitario de expediente brillante y con un buen trabajo en su sector, había tenido que dejarlo todo, su familia, su carrera y su proyecto de vida, por pura supervivencia. Al llegar a España tuvo que conformarse con lo que le fue saliendo, hasta acabar de chico para todo en una empresa inmobiliaria.

"Acaban de entrar en el piso"

Le fue bien con sus empleadores, que pronto se fijaron en aquel hombre joven pero ya no tan joven, cumplidor e inteligente, que aprendía a la velocidad del rayo a trabajar con sus manos y a moverse en la calle. Visto de lejos, alto y delgado como era, parecía enclenque, pero por debajo de la camisa tenía el cuerpo fibroso y musculado de quien no necesita pisar un gimnasio para estar en forma. Se hizo enseguida indispensable, como se hacen indispensables los buenos trabajadores en los que se puede confiar. Y tras demostrar su valía en diferentes tareas de importancia creciente que desempeñó a la perfección, sus jefes consideraron que era la persona idónea para un empleo fundamental en la compañía. Nuestro protagonista recuerda su trayectoria y sonríe orgulloso. Se está ganando más que dignamente la vida y sus jefes le aprecian sinceramente. No puede, en este momento, pedir más.

Ese es su trabajo, el de ser okupa de confianza de los pisos que construye o compra su empresa para remodelarlos y ponerlos posteriormente a la venta. Son los dueños del piso los que le pagan, a él, el mejor trabajador de la empresa

De repente suena el móvil que siempre lleva encima. Es uno de sus jefes. “Hola, dónde estás? Han llamado unos vecinos del edificio diciendo que se acaban de meter unos okupas en el piso”. A nuestro N. -vamos a llamarle así- se le corta el dolor de cabeza de golpe. “Estoy a cinco minutos, he tenido que salir a la farmacia, voy ahora mismo y lo arreglo”. Le cuelga el teléfono, él, tan educado siempre, a su interlocutor y sale corriendo. Porque ese es su trabajo, el de ser okupa de confianza de los pisos que construye o compra su empresa para remodelarlos y ponerlos posteriormente a la venta. Son los dueños del piso los que le pagan, a él, el mejor trabajador de la empresa, para que reciėn desalojados los okupas del piso que acaban de comprar, se instale en él para vivir y de paso impedir que lo vuelvan a okupar los malos.

Vieron en él no solo su responsabilidad sino también su pasión por la lectura. Y es que son muchas horas de muchos días sin nada aparente que hacer más que estar en casa. Ser okupa de confianza puede ser muy tedioso, algo parecido a los anestesistas, que están muy tranquilos hasta que de repente se desata la tormenta. Ahí, en la tormenta de la patada en la puerta, también sabe desenvolverse bien. En los pisos que lleva okupados no se le ha metido nunca nadie, y esta vez no va a ser menos. Llega a la casa al trote y un cuarto de hora después llama a sus jefes. “Ya se han ido, les he convencido de que era lo mejor, todo pacíficamente ”. La compañía está encantada con él, como no estarlo. Y le han subido el sueldo varias veces.
Pasa el tiempo, y a esa casa en la que N. ha vivido le llega por fin el momento de ser el hogar de la familia que la acaba de comprar. El mismo día que se firma la compraventa en la notaría y se les entregan las llaves, N. acaba de hacer la maleta, recoge sus cosas, limpia por última vez y echa un último vistazo a la casa que ha cuidado para que puedan disfrutarla ahora sus nuevos legítimos propietarios. Otro  trabajo cumplido.

Han hechos dos filas, una a cada lado, como cuando se hace el homenaje a los campeones de Liga o se casa un oficial de marina. Y cuando lo ven salir arrastrando el trolley y dos bolsas reciclables del Mercadona, empiezan a aplaudirle


Lo que no podía esperarse es la sorpresa que le espera a la salida. Los vecinos del edificio, informados por la empresa, que ha estado en todo momento en contacto con la agradecida comunidad de que N. se iba de la casa, le esperan en la puerta. Han hechos dos filas, una a cada lado, como cuando se hace el homenaje a los campeones de Liga o se casa un oficial de marina. Y cuando lo ven salir arrastrando el trolley y dos bolsas reciclables del Mercadona, empiezan a aplaudirle. Han estado tranquilos unos meses con un vecino impecable. Les duele verlo marchar.
N se aleja con la satisfacción del deber cumplido y a la espera de que la empresa le asigne una nueva vivienda en la que vivir y leer, que viene a a ser lo mismo.

Sánchez legisla para los ricos


El empleador de N. se calla aquí, sonriendo, después de contarme la historia, que es una historia real. Una historia con final feliz, piso okupado se desokupa, lo compra una empresa legal, que mientras lo arregla y lo vende lo protege de posibles nuevas okupaciones con su okupa propio, un okupa de confianza que lo conserva en perfectas condiciones hasta su entrega a la familia compradora. “Nosotros usamos esta figura porque estamos en el sector y tenemos recursos e inventiva. Pero los pequeños propietarios, la señora mayor a la que le tiran la puerta abajo, los propietarios que se van de fin de semana y a la vuelta se encuentran el bombín cambiado, ni pueden defenderse ni esperar que los que deberían hacerlo les defiendan. Son las víctimas de las mafias y de las políticas buenistas y prookupa de este gobierno, que como siempre que quiere legislar en favor del pueblo acaba perjudicándolo. Nosotros compramos con el okupa dentro y el precio es necesariamente más bajo del que habríamos pagado sin él  porque tenemos que ocuparnos de sacarlo legalmente, pero sabemos cómo hacerlo y lo tenemos incorporado al plan de negocio. Los particulares no pueden. Sánchez siempre acaba legislando para los ricos”.
Sánchez legisla para los ricos, es cierto. Pero yo solo puedo pensar en N. que, a lo mejor, desde su nueva casa-destino, está leyendo esta columna que le dedico. Y es que le gusta mucho leer.
Ojalá el piso que está custodiando tenga buenas vistas

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