Ya están saliendo de las facultades varias cohortes que representan nítidamente la actual configuración del hombre nuevo para el siglo XXI. Provisionalmente lo llamaremos así: homo non sapiens asistido por inteligencia artificial. Es previsible que esa configuración vaya incorporando muchas y espectaculares actualizaciones en pocos años. Este hombre nuevo no tiene demasiados saberes propios, tampoco demasiadas lecturas. Su segundo sistema cognitivo del que hablaba Kahneman ha realizado muy escaso ejercicio en las aulas, desde primaria hasta la Universidad. Tampoco los medios de comunicación han contribuido a la ampliación de sus propias experiencias intelectuales.
La subjetividad del homo non sapiens se ha librado de enfrentarse a demasiadas disonancias cognitivas pues muchos profesores han dedicado sus esfuerzos a cultivar su infantilización emocional. Incluso agentes muy progres de algún gobierno le han dicho que, teniendo internet, no haga esfuerzos por atesorar memoria propia. La memoria se va fabricando según las necesidades de los que tienen poder. En un horizonte de empobrecimiento generalizado por decreto es mejor que las masas no tengan mucha memoria. La capacidad creativa de este hombre nuevo ha sido deliberadamente menoscabada. No olvidemos que la creatividad consiste en identificar con precisión el carácter y la dimensión de los problemas y en plantear soluciones bien argumentadas. En esta perspectiva se entiende mejor la creación artificial de problemas como que el clima cambie, la supuesta superpoblación, el patriarcado, los extraños virus, los pedos de las vacas. Es privilegio de los poderosos definir o generar problemas y anunciar las soluciones que más perjudiquen a quienes no han generado ni uno de esos problemas delirantes.
Concebir ese hombre nuevo es, desde ese punto de vista, una operación instrumental pues el objetivo es el control total de lo humano, esa peculiar condición que insistentemente acaba reclamando libertad, verdad, justicia y dignidad. Si los totalitarismos han podido realizar sin tapujos toda clase de atrocidades en pro de la alienación absoluta, se debe en parte a que la cultura occidental alberga, desde la Ilustración, su fundamentación: la idea de que creación y destrucción se promuevan como actividades inseparables. Una propuesta para pensar: después de más de doscientos años, ¿qué efectos ha tenido el siglo de las luces en los actuales reordenamientos geoestratégicos y en la decadencia occidental?
Esa tensión entre deconstrucción destructiva -hay una deconstrucción meramente analítica de gran interés intelectual- y construcción es precisamente el núcleo de las corrientes estéticas de las vanguardias desde finales del S. XIX. Hay que recordar que la primera vanguardia deconstructiva que fue la de los Incoherentes provenía en gran medida de la Comuna de París (marzo, abril y mayo de 1871) donde algunos artistas socialistas como Courbet reivindicaban la necesidad de conciliar el arte con la vida. Esa idea que, también compartía el británico William Morris, impregnaría la posterior creación de la Bauhaus (1919-1933) en Alemania.
De aquellos planteamientos han derivado cosas como la estetización del diseño industrial para las masas, y, en paralelo, las ideas sobre arquitectura que consisten especialmente en despojar a los edificios de todo valor simbólico religioso con la excusa de una funcionalidad y una racionalidad que es muy discutible en demasiadas ocasiones. Le Corbusier, uno de los grandes representantes del funcionalismo, en las décadas de los 20 y los 30 no tuvo problemas en manifestar sus simpatías por el antisemitismo, el nazismo y el fascismo italiano. Precisamente, hacia mediados de los años 20, el arquitecto lanzó su definición de la arquitectura como “máquina de vivir”. Reconocía que, por medio de la arquitectura y del diseño industrial, se puede influir en los modos de vida de la gente.
Es preciso darse cuenta de que nos han impuesto ser resilientes, esto es, debemos aguantar carros y carretas y dar gracias porque nos dejan ser esclavos
En esta idea conductista coinciden los socialismos y el actual capitalismo digital, aunque sus procedimientos de implantación son distintos. El viejo concepto de origen marxista de “los modos de vida” que se usó para criticar la alienación en la primera revolución industrial ha desaparecido por completo de los discursos de Begoña Gómez, la más cualificada a juzgar por los honores que le concede la Universidad, o de Yolanda Díaz o de Greta Thunberg. Mark Hunyadi, un profesor la Universidad Católica de Lovaina sí se ha tomado en serio la cuestión de que, en el fondo, se nos ha abocado, tras las apariencias de superficie, a una realidad en la que no tenemos libertad de elegir. “En el contexto del capitalismo avanzado que es el nuestro hoy en día […] el punto crucial es ante todo la ausencia de lugar institucional donde plantear la cuestión de los modos de vida” se lee en La tiranía de los modos de vida (2015). Es preciso darse cuenta de que nos han impuesto ser resilientes, esto es, debemos aguantar carros y carretas y dar gracias porque nos dejan ser esclavos.
Desde la primera revolución industrial, el desarrollo de los negocios del capitalismo es posible porque se dedica a programar nuestros deseos. A la realización de esos deseos la llamamos libertad de elegir. El actual totalitarismo chino ha entendido perfectamente que es posible un espectacular desarrollo capitalista en un sistema de control digital absoluto. Y ese modelo fascina a las chapuceras instancias transnacionales occidentales.
Lo humano debe adaptarse a las máquinas
Es hora de reconocer el triunfo de las vanguardias en la civilización occidental, es decir el triunfo como destrucción de esa civilización que hizo posible las vanguardias artísticas, vanguardias que nunca han sido inocentes en sus implicaciones políticas. Las vanguardias han conformado nuevos deseos que se han popularizado en academias, museos e industrias de la cultura transmedia. Ejemplo: vídeo de Taylor Swift. Echemos un vistazo al manifiesto futurista de Marinetti de 1909. Ese texto es el principio estético -y por tanto ético- del proyecto fascista italiano y también, con otras vanguardias, de la revolución comunista rusa.
La máquina resulta más precisa, más fuerte, más rápida, falla menos. Ergo, lo humano debe adaptarse a las máquinas. Hoy esa máquina fascinante es la inteligencia artificial. Ofrece una perversa libertad, la de no tener que pensar demasiado. El futuro es aún la percha ideológica que comparten muchas fuerzas políticas. Pero el futuro que nos diseñan gusta cada vez menos a más gente.
Karl
"Más repulsivo que el futuro que los progresistas involuntariamente preparan, es el futuro con que sueñan." ~Nicolás Gómez Dávila.