Políticos, periodistas, politólogos y demás “gentes de mal vivir” -dice con sorna un veterano informador- somos especialistas en crear ídolos prêt-à-porter en nuestra incubadora de relatos y amamantarlos con nuestras filias y fobias; líderes a los cuales, pasado un tiempo, vemos disolverse como un azucarillo al contacto con la jodida realidad ambiental. Veremos en próximas semanas si eso es lo que hay tras el fenómeno Yolanda Díaz o la vicepresidenta Segunda y ministra de Trabajo se convierte en la presidenciable que augura Iván Redondo.
Ha sido empezar la gallega una muy recomendable dieta estricta de Twitter sin exhibir ese gesto agrio de su antecesor, Pablo Iglesias, ayudada por un Pedro Sánchez -todo hay que decirlo- que le ha dado hilo a la cometa con el objetivo de afianzarla en Podemos, y pegar la candidata de la izquierda transversal tal subidón de protagonismo en nuestras crónicas y en la nota de “valoración” de las encuestas que ahora tiene al PSOE en un ¡Ay! temblando.
Vayamos por partes. La “valoración” es importante como instrumento de medición del rechazo a un líder político que se va a enfrentar a las urnas a medio plazo, pero no testa el apoyo a sus tesis ni, mucho menos, al partido que le sostiene; ejemplos hay en un sentido u otro a lo largo de la reciente historia de España.
Veamos dos diametralmente opuestos: uno es el de aquel Felipe González crepuscular y asediado por la corrupción de 1996, a quien más de la mitad de los españoles juraba entonces no volvería a votar “nunca” -quiso poner de cartel electoral a Javier Solana y así hubiese sido de no cruzarse por medio la Secretaría General de la OTAN-. Finalmente disputó La Moncloa a José María Aznar y éste le ganó…por 360.000 votos, no el millón largo que esperaban los populares en la sede de Génova; primera conclusión: González estaba achicharrado, el PSOE no tanto.
Ana Oramas aparece siempre en lugar destacado en la “valoración” ciudadana pero todos sabemos, ella la primera, que nunca será presidenta del Gobierno
Ejemplo contrario al de González es el de Ana Oramas, la veterana diputada de esa Coalición Canaria siempre en el Grupo Mixto del Congreso, que con su tono pausado y conciliador en la tribuna, alejado de las estridencias de un Gabriel Rufián, un suponer, sobresale desde hace años en la “valoración” de cualquier sondeo nacional que se precie; Segunda conclusión: Oramas nunca da motivo de rechazo… pero nunca será presidenta del Gobierno.
¿Quienes llegaron y llegan, por contra, a La Moncloa? Pues los hoy muy rechazados por las respectivas parroquias rivales Sánchez o Pablo Casado, y antes que ellos González, Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero o Mariano Rajoy. Líderes, los seis, que en algún momento de sus vidas políticas se la jugaron a la hora de la verdad, esa que se vislumbra cuando tienes que dejar de regalar los oídos a cualquier interlocutor, dar abrazos, regalar sonrisas y ponerte a tomar decisiones; al que, creo, le está ocurriendo ya a Yolanda Díaz a cuenta de la manoseada “derogación de la reforma laboral del PP” que el PSOE no traga así formulada.
Ya puedes haber ido al Congreso de CCOO a darte un baño de masas, que si a la salida te estaba esperando un tal Paolo Gentiloni, comisario de Economía de la Unión Europea de visita en Madrid fotografiándose con tu rival, la vicepresidenta primera, Nadia Calviño -Bruselas no protagoniza gestos al azar-, tú hora de la verdad ha llegado… o mantienes tu apuesta porque los convenios sectoriales se impongan a los de empresa, como ocurría hasta 2012 y, probablemente, rompas el Gobierno PSOE/Podemos, o te la envainas a lo señoro por muy feminista que seas.
Luego ya se encargarán Unai Sordo (CCOO) y Pepe Álvarez (UGT) de montaros a ti y al resto del gabinete una huelga general después de lo cual, y esto es lo realmente peligroso para la candidata de Unidas Podemos, dejarás de tener la magia a ojos de todos esos militantes de Podemos para los que encarnas la esperanza morada en la etapa post Iglesias.
72.000 millones en juego
Suena duro, pero creo que no hay marcha atrás fácil dada la teatralización que se está imponiendo entre los dos sectores del Gobierno y, sobre todo, entre las dos actrices principales de esta obra, Díaz y Calviño tanto monta monta tanto. Ya no caben, me temo, soluciones intermedias sin lecturas de vencedora y vencida cuando nos toque leer ese papel de reformas que el Gobierno remitirá a Bruselas en diciembre.
Todo lo que no sea derogación por las bravas de la reforma laboral de Rajoy, al votante de Podemos le va a sonar a fraude. Sensu contrario cualquier cambio sustancial -no digamos la hipotética, hoy por hoy, dimisión de una Calviño desautorizada- será mirado con lupa y rechazado por una Comisión Europea y unos países frugales del norte que, con el primer ministro holandés, Mark Rütte, a la cabeza, tienen la última palabra para que los 72.000 millones del Fondo de Recuperación vengan a España.