Los humanos nunca me han gustado especialmente. De hecho, desconfío de la mayoría, y no confío en los que no lo hacen. Las personas suelen sorprenderte para mal, por eso cuando en tu vida te cruzas a una que es decente sueles enamorarte de ella, ya sea en sentido romántico o figurado.
He de reconocer que nunca he tenido muchos amigos. La gente suele ir a su rollo, ser narcisista, vanidosa, egocéntrica, egoísta, convenida y mentirosa. En general, quiero decir. Esta animadversión por la raza humana me viene desde siempre.
De pequeña odiaba ir a los campamentos, a las excursiones del colegio, hacer fiestas de cumpleaños. Prefería quedarme en casa con mis padres. Tenía un par de amigas buenas y me fallaron. Supongo que todo eso ha hecho mella. Luego he ido conociendo más gente, pero nada destacable. Mi loquero, no es broma, dice que tengo un "trastorno de la personalidad evitativa". Que me he llevado demasiadas decepciones y que ahora huyo de las personas. Puede ser, no lo niego, pero no creo que esté equivocada. Más bien considero que soy bastante normal, previsora incluso.
Esta especie de rechazo hacia las personas en general se ha visto agravada en los últimos días con el coronavirus. Ahora ya no sólo son humanos, sino que son humanos que pueden estar contagiados. Virus andantes. Eso los convierte en una amenaza mayor.
Pensaba en todo esto que te cuento el domingo pasado, cuando salí a dar una vuelta con mi pareja por el barrio. Salimos sobre las ocho y media de la tarde, para que nos diera un poco el aire. Los dos, a decir verdad, llevamos estas semanas felices en nuestra microburbuja en la que nadie entra y en la que nada malo nos puede pasar.
No hablamos apenas nada en nuestro paseo de unos quince minutos. Sólo mirábamos a la gente. Intentábamos esquivar personas, pero era francamente inútil. La calle estaba atestada.
–Madre mía, pero si esto está lleno.
–Ya, es lo que pasa cuando dejas salir a la gente a la misma hora después de 50 días encerrados.
–No he visto tanta gente en mi barrio en años, Hulio.
–Esto parece una verbena...
Los humanos paseaban alegremente por la calle, como si el virus no fuese con ellos. Otros pasaban por nuestro lado corriendo, jadeando, expulsando olor y calor. Otros tiraban pipas mientras hablaban. La mayoría no se apartaba de los otros ni respetaba la distancia de seguridad. Yo estaba horrorizada de volver a la civilización.
Las que más me gustaban eran las personas ancianas que iban sin mascarilla ni guantes, como burlando a la muerte, como si les diera igual morir. Yo quiero ser así en unos años, si llego, que ya se sabe, esta vida da tantas vueltas que uno ya no sabe dónde le va a tocar ni cuándo. Como el virus, vaya, que te puede pegar bien o mal, y hasta luego.
De esta crisis saldremos peor de lo que dice Houellebecq
Michael Houellebecq (Francia, 1956), mi escritor favorito ever, se ha manifestado sobre el coronavirus en un texto escrito para France Inter y publicado por el Corriere della Sera. Sus palabras me han sorprendido bastante, pues aunque tienen su sello realista (¿o pesimista?) de siempre, se muestra más positivo con respecto al futuro de lo que cabría esperar.
"Después del confinamiento no despertaremos en un mundo nuevo. Será igual, o un poco peor", dice. No sé, yo creo que será bastante peor. Y no sólo por los muertos o por la crisis económica que viene y está dejando a millones de personas en paro en todo el mundo, sino por la animadversión que se va a generar respecto a las personas desconocidas, que será si cabe más agravada en casos como el mío, cuando ya existía.
En el confinamiento hemos aprendido a amar mejor a nuestros seres queridos. Nos hemos dado cuenta de lo que tenemos, de lo afortunados que somos. O de lo contrario, hemos añorado lo que en su día perdimos. En mi caso, me han entrado unas ganas locas de tener hijos y familia. De casarme. De vivir con mi humano favorito. Soy una millennial reconvertida por el romanticismo, por la pandemia, pero sólo con quienes ya conocía antes del virus.
Temo el momento de volver a subirme al transporte público, de hablar con humanos en las distancias cortas. El otro día, de hecho, fui a la compra y me di la vuelta antes de llegar. No me paraliza el miedo a la muerte, es otra cosa que aún no sé describir.
En fin, no sé, yo lo veo todo bastante gris. Un mundo más egoísta, más sectario, más polarizado, más individualista, más incierto, más voluble. “Uno cobra conciencia de sí mismo en su relación con el prójimo, y por eso la relación con el prójimo es insoportable", escribe Houellebecq en Plataforma. Y si el prójimo es una amenaza vírica, la cosa, supongo, se torna del todo inviable. Al menos para mí.