Se pasea ante las teles con un cierto aire de enterrador de western de serie B. Salvador Illa acaba de reconocer que su famoso 'comité de expertos' nunca existió. No hubo tal. Fue un ente de ficción, una mera fábula que utilizó el Gobierno como escudo para justificar sus dislocadas y erráticas decisiones. "Lo ha dicho el comité", repetía Illa con la firme circunspección de un oficial de la oficina siniestra, mientras la gente moría. El Gobierno acaba de confirmar lo que ya se sospechaba, que todo era un cuento, una engañifa, una insoportable burla a todo un país que por entonces sufría entre el encierro y el terror. No había más expertos que don Simón y una manga de leales y sumisos funcionarios. ¡Pues haberlo dicho!
Sánchez, Illa y Simón forman el trío de los embustes. Raramente habrán pronunciado algo parecido a una verdad. Mienten hasta en sueños. Componen un abigarrado triplete cuyo biotopo natural es la falsedad. Chapotean en ella tan felices, hacen bromas, posan en fotos odiosas y, lejos de abochornarse, persisten en sus comparecencias públicas con la estólida impavidez de un contrabandista. En una democracia bien pavimentada, semejante comportamiento se habría traducido, hace ya tiempo, en una repulsa general seguida de un cese o dimisión fulminante.
El sanchismo ha montado un tingladillo ético y emocional casi perfecto. "Podemos cometer errores, como en todas partes, pero mucho peor sería que gobernara la derecha"
En este país de los demonios llamado España, la izquierda ha alcanzado tal nivel de absoluta impunidad, que incluso se les aplaude, se les jalea y se les mantiene en el vértice indiscutible de los sondeos de opinión. En contra de lo que ocurre en los países ética y moralmente bien pertrechados, aquí la mentira apenas supone un quebranto, un crítica. El sanchismo ha montado un tingladillo ético y emocional políticamente casi perfecto. "Podemos cometer errores, como en todas partes, pero mucho peor sería que gobernara la derecha". O sea, el franquismo, el fascismo, la foto de Colón, la derechona trifálica, los asesinos de Lorca, los juntacadáveres de las cunetas, antifeministas, homófobos, carnívoros, taurinos... Y todo cuela.
Eterno e imbatible
El trío de las mentiras no solo ha redondeado la más deplorable gestión de la pandemia de toda Europa, sin apenas reproche social alguno, sino que va a culminar, entre ovaciones, una 'vuelta a la normalidad' con todas las características del cataclismo. Más de 45.000 muertos y ocho millones de desempleados, que en breve serán tres millones más. Véase la EPA, el PIB y cualquier indicador de los que ahora emergen de entre las brumas de la covid. Un país en quiebra y sin más futuro que la desolación bajo este Gobierno que, merced a los dinerillos europeos, se piensa imbatible y se adivina eterno.
Hay que insistir, sí, porque aún pululan espíritus cándidos que no se enteran. No fue el comité fantasma sino Illa in person, quien decidió bloquear, paralizar a la Comunidad de Madrid en la fase 1 de la desescalada cuando otras regiones, con menos argumentos, empezaban a verse liberadas. "¿Y quién si no? Se trataba de una decisión política que debía adoptar el ministro de Sanidad", confiesa ahora, descarado y rumboso, como si tal. Pillado en falta por el defensor del Pueblo, Illa no tiene pudor en sacar pecho sustentado en argumentos de truhán.
Ábalos ratificó su existencia y los calificó de 'polémicos', quizás para imprimir un rasgo de emotividad a la farsa. Sánchez, granítico en rostro y alma, subrayó la "extraordinaria calidad" de ese fraudulento sanedrín
Isabel Díaz Ayuso se desgañitó en su momento implorando, no ya justicia, sino clemencia para evitar el desastre. Casi 20.000 empleos perdidos en cada semana de confinamiento feroz. Illa, son esa fatua soberbia que caracteriza a los miembros del Ejecutivo, se amparó con insistencia en la decisión del 'comité de expertos'. Simón le hacía los coros. Ábalos ratificó su existencia y los calificó de 'polémicos', quizás para imprimir un rasgo de emotividad a la farsa. Sánchez, granítico en rostro y alma, subrayó la "extraordinaria calidad" de ese fraudulento sanedrín. Unos Nobel, vamos.
Illa, de inabarcable fatuidad, acaba de negarle a la presidenta de Madrid algo que ella ni siquiera reclamaba. "Ni la OMS ni el Gobierno contemplan una medida así", aseguró el ministro con relación a la cartilla de inmunidad objeto estos días de absurdo debate. "Es discriminatoria". "Atenta contra la intimidad". "Agrandará las desigualdades sociales". La cartilla, en la picota. Debate de pacotilla. Muy propio de Illa que ahora no cita a su famoso 'comité de expertos', ese holograma, sino que se aferra a la OMS (cuya credibilidad está a la altura de la de Pedro Sánchez) e incluso se cita a él mismo, porque está crecido. "Ni nosotros, ni la OMS, recogemos este tipo de medidas...", declamó este nuevo Averroes en su condena de la cartilla.
No está el ministro de Sanidad en condiciones de reprochar nada, de asegurar nada, de decidir nada y, desde luego, de dar lecciones sobre cómo actuar frente a una crisis sanitaria
La presidenta madrileña había explicitado, al presentar su iniciativa sobre la cartilla, que "he pedido a la consejería que promueva un proyecto experimental". Así de claro y de concreto. Luego ya abundó en detalles que abonaron la distorsionada polémica. Pero antes de recabar más información sobre este asunto, que no era 'cartilla' sino 'registro' sanitario, Illa optó, de nuevo, por lanzarse a la yugular de Ayuso, al parecer uno de sus pasatiempos favoritos. O, lo que viene a ser lo mismo, una enfermiza obsesión contra Madrid, como Sánchez, que arroja espumarajos cuando pasa por la puerta del Sol. No está el ministro de Sanidad en condiciones de reprochar nada, de vetar nada, de decidir algo y, desde luego, de dar lecciones sobre cómo actuar ante una crisis sanitaria.
En primer lugar, porque esa misma idea del 'salvoconducto sanitario' ya circuló incluso entre alguno de sus asesores, según se ha recordado ahora. En segundo lugar, porque el ministro acaba de evidenciar de nuevo su absoluta insolvencia al tener que suspender el megacontrato para la compra de equipos médicos de reserva para la temida oleada de otoño. Todo se hace ámbito se hace mal. Y en resumen, porque el socialista filósofo es el inmejorable ejemplo de todo lo que no se ha de hacer al enfrentar pandemia. En especial, engañar. Ministro, por favor, cómase usted la cartilla, dinamítela, péguele fuego, haga con ella lo que quiera, pero déjenos en paz. A todos nos irá mejor.