Rull, Turull, Forn, incluso el mismísimo Oriol Junqueras. Hartos de la cárcel, han decidido tirarse de la moto, aceptar el 155, decir que lo de la DUI fue algo simbólico, apenas nada, y pedir que los excarcelen. Siguen la estela de Carme Forcadell. El patriotismo de algunos termina en cuanto empiezan las consecuencias.
La carta de Josep Rull
Los tres ex Consellers, así como el ex Vicepresidente, alegan las mismas razones para solicitar su puesta en libertad: no pusieron ningún obstáculo al 155, lo acatan, se presentaron voluntariamente a declarar ante la Audiencia Nacional y no presentan riesgo de fuga. Alguno añade la coletilla de que la DUI no fue más que algo simbólico. Junqueras, perversamente, apostilla que ya no existe ni declaración de independencia por estar anulada por los tribunales ni república catalana. Una patada en el hígado al gobierno fantasma de Bruselas.
Dicho en román paladino, los ex miembros del Govern quieren salir sea como sea para poder participar en la campaña electoral. También quieren dejar la cárcel que, no por moderna, deja de ser un sitio en el que nadie los trata de Honorables Consellers, ni son Vips ni tienen coche oficial, ni escolta ni VISA. Es lo que pasa cuando se ha vivido entre los algodones del cargo con moqueta y la realidad te da un guantazo para hacerte recobrar el sentido.
Josep Rull hacía llegar una carta a los trabajadores de su Conselleria que define muy bien cuán blanditos son estos chicos del proceso. Dice en ella que, y citamos literalmente “El tránsito en los furgones hacia las cárceles donde teníamos que ir se convirtió en un auténtico viaje hacia lo más profundo de nuestras almas”. Ese hombre no sabe lo que es hacer cola en la oficina del paro, sabiendo que tienes la luz y el agua cortadas por falta de pago y un aviso de desahucio del banco por no pagar la hipoteca. Ese sí que es un viaje a lo más profundo del alma de la persona.
Sigue con el tono decididamente melodramático: “Nuestros compañeros de módulo son presos comunes con sentencias por todo tipo de delitos, incluso de sangre”. Ni en presidio pueden dejar de mentir. En primer lugar, allí todos son presos comunes, señor mío, usted incluido. En segundo lugar, obvia que está internado –igual que sus compañeros– en un módulo de seguridad, en el que no se producen incidentes. Pero todo vale si lo que se pretende es dar la imagen de un pobrecito mártir encarcelado por defender la Cataluña del helado diario como postre.
Lo que en realidad le jode a esta panda es tener que vivir en pie de igualdad con el resto de los reclusos. Normal, si ya les molestaba ser iguales que el resto de sus conciudadanos catalanes"
Lo que en realidad le jode a esta panda es tener que vivir en pie de igualdad con el resto de los reclusos. Normal, si ya les molestaba ser iguales que el resto de sus conciudadanos catalanes, imagínense comer lo mismo y respirar el mismo aire que personas que han delinquido. Delincuentes comunes. Deben pasarse el día con la nariz arrugada. Ellos, los más patriotas, los más osados, los intocables, relegados a comer ranchito. Digamos que la humildad no es la característica principal de los cesados. Pero tienen otra. La cobardía, el miedo, la cagalera. Lo dije hace tiempo cuando Toni Soler, el independentista que pagamos todos a través de su productora de televisión, se negó a paga una multa de doscientos pavos que le iba a imponer la policía por llevar una pegatina ilegal del famoso CAT. “La quité rápidamente, porque doscientos euros son doscientos euros”. Vaya por Dios. Hasta ahí llegaba su patriotismo, hasta los doscientos machacantes.
Pues a estos les sucede igual. Creían que su gesto histriónico de ingresar en prisión iba a sacudir a la sociedad catalana, pero cuando han visto que aquí pasar, lo que se dice pasar, no pasa nada, que Puigdemont vive a cuerpo de rey en Bruselas y que los días se suceden unos a otros con calma chicha, han debido comprender que su actuación no ha podido ser más inútil. Que han hecho el canelo, vaya.
Algunos se habrán mirado en el espejo de los dos Jordis diciéndose “Nen, cambia de tercio, que de aquí a nada estos cabrones de los tuyos se olvidan y te quedas aquí hasta que el juez quiera”. Un patriotismo ejemplar, ya les digo.
Unos sí y otras no
No todos los reclusos ex miembros del Govern adoptan la misma posición, claro. Ahí tiene ustedes al que se autoproclamaba ministro de asuntos exteriores de la Generalitat, Raül Romeva, o al ex de Justicia, Carles Mundó, que no se han movido de su posición inicial, bueno, al menos hasta el momento en que este artículo se está escribiendo.
De las que tampoco se sabe nada acerca de si aceptan el 155 o no es de Meritxell Borrás y Dolors Bassa, conselleras de Gobernación y de Trabajo, Asuntos Sociales y Familia, respectivamente, ingresadas en Alcalá-Meco. De momento, insistimos. Aunque por lo que respecta a Bassa, sepamos que recibe con alegría los ejemplares del diario separatista El Punt-Avui que este le envía a la prisión. Dice que los recibe con tres días de retraso pero que le da igual, porque solo con poder leer noticias en catalán y hacer los pasatiempos se da más que por satisfecha.
Increíble, pero cierto, El mero hecho de leer un panfleto propagandístico que nos cuenta una burrada en subvenciones a los contribuyentes le da tranquilidad, le produce satisfacción, la congracia con el mundo. Cuando se llega a ese nivel de ceguera política es muy difícil, si no imposible, el razonamiento lógico y calmado. Por lo que respecta a Borrás, me figuro que su condición de hija de uno de los fundadores de Convergencia la debe obligar a mantener el tipo caiga quien caiga. Además, las mujeres siempre han sido mucho más sólidas a la hora de dar la cara que nosotros los hombres, infinitamente más cagaditos, más poca cosa, más temerosos.
Pagaría lo que fuera por ver a través de un agujerito qué hacen en la cárcel estos otrora poderosos dirigentes políticos, escudriñar sus gestos, analizar sus palabras"
Pagaría lo que fuera por ver a través de un agujerito qué hacen en la cárcel estos otrora poderosos dirigentes políticos, escudriñar sus gestos, analizar sus palabras. ¿Qué debe pensar Oriol Junqueras cuando reza? ¿Pedirá perdón por sus pecados o pedirá que perdonen a sus enemigos? ¿Alguno de ellos habrá llorado? ¿Qué leen, a que juegan –si es que juegan a algo-, qué escriben, en quien piensan?
Todo esto forma parte, claro está, de la condición humana del preso, de la humildad que experimentas en una celda, aislado de todo y de todos, pero resulta inusitada en personajes que se han caracterizado por su carácter soberbio, tan alejado de la modestia. Uno quisiera, en un ejercicio panglosiano, casi franciscano, que esto sirviera de lección a ellos y a todo aquel que se crea superior al resto de los mortales para saltarse la ley a su gusto y conveniencia.
Pero lo dudo. Inés Arrimadas, que de derecho sabe lo suyo, lo ha dejado clarinete: “Todo esto puede ser una estrategia judicial por su parte, pero tengo el convencimiento que, si volviesen a mandar, obrarían de la misma forma”. Yo también. Son cuarenta años en el machito, dando carnés de buenos y de malos catalanes, de decirnos que debíamos pensar, haciendo listas electorales en las que a durísimas penas encontrabas un apellido que no fuera de origen catalán de pura cepa. Muchas décadas de “esto ahora no toca”, de caudillismo totalitario enmascarado de democracia patriarcal, de complicidades vergonzantes por parte de la mal llamada izquierda. Ahora toca rendir cuentas como cualquier hijo de vecino, y en esto hay que estar de acuerdo con García Albiol, que es exactamente lo que le demanda a la justicia.
Será muy ilustrativo ver en los próximos diez días si Puigdemont acata el 155 y la Constitución, que es el plazo preceptivo para que este diga si pretende cobrar los 112.000 euros en calidad de ex President. ¿A que acaba cantando el himno de la Guardia Civil? Carlitos, venga, ya empiezo yo por ti: Benemérito Instituto, guardia fiel de España entera que llevas en tu bandera el emblema del honor… bueno, no te apures, con que grites viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley, viva honrada la Guardia Civil, ya vale.
Patriotas de todo a un euro.
Miquel Giménez