Hemos contemplado las fotografías con la fascinación de quien deja salir por fin un “ya te lo dije” colectivo. Un hombre y una mujer pasean de la mano por una playa norteña en esa soledad tan característica de los pueblos vacacionales fuera de temporada. Se detienen a contemplar el mar con la familiaridad en la postura de quienes se encuentran a gusto en el silencio de dos, en la burbuja compartida.
Las imágenes no dejan lugar a dudas, ni a nosotros que las vemos desde la seguridad de nuestras casas ni a la mujer del protagonista de las instantáneas, Cristina, infanta de España, hija y hermana de Rey, que tiene que enfrentarse a ellas con el mismo bombo mediático que acompañó al nacimiento y transcurso de su historia de amor, que ahora termina como empezó, a la vista de todos.
Atrás quedan 24 años de matrimonio y grandísimos errores que acabaron con Iñaki Urdangarín justamente en la cárcel, la infanta enfrentada a su familia y al mundo y el inicio de una vía de agua en la nave monárquica que se fue llevando por delante el respeto al Rey emérito primero y el prestigio de la institución después.
La magia de la institución
Se dirá que una cosa es la familia del Rey y otra la familia Real, pero para el español de a pie esas precisiones semánticas, política e institucionales, no cuentan. La familia Real es por encima de todas las cosas eso mismo: una familia. Ese es su origen y su razón de ser. Uno es Rey porque es hijo de Rey o de quien ostenta derechos hereditarios, y esa familia solo se diferencia de las demás por la magia de la institución, su ejemplaridad, sus rituales y sus símbolos. La desgracia matrimonial de la infanta, su empeño casi heroico en mantener una relación desaconsejada por todos, nos importa por su relación familiar con el Rey y por el daño que su historia de amor, de la que no dudamos, haya podido causar a la monarquía y por tanto a todos nosotros.
Dante acaba su Divina Comedia con este verso, “el amor, que mueve al sol y las demás estrellas”. Hay cierta grandeza en una mujer que lo apuesta todo a la misma carta, aunque sea una carta equivocada que no merecía ese esfuerzo ni esa dedicación. Pero es muy triste ver cómo una infanta de España cuyo álbum de fotos familiar es el Museo del Prado se entera del final de su matrimonio a la vez que todos nosotros.
Tanto, para nada.