La podemita Belarra ha argumentado, y lógica no le falta, que si se indulta a los presos del procès no ve razón por la cual Cocomocho, léase Puigdemont, no pueda venir a pasear su palmito sin que la Benemérita lo trinque. Incluyamos en esto a Marta Rovira, Anna Gabriel y el resto de la banda del empastre. Digo que tiene razón porque todos son culpables del intento de golpe de estado, todos quieren volver a hacerlo, todos dicen que no se arrepienten y todos opinan que la justicia española es malísima y los persigue. Por esa misma regla de tres, si Su Sanchidad cree que hay que ser magnánimo con Junqueras et altri ¿por qué no hay que serlo con el resto de la armada brancaleone del 1-O?
Visto lo visto, yo los indultaría a todos, haría que los expedientes se convirtieran en confeti y los lanzaría en cualquier cabalgata divertida, no sé, la del Orgullo, por ejemplo, les pondría a cada uno una casita en Galapagar junto a Pablete y, por descontado, les otorgaría unas suculentas pensiones ad vitam pidiéndoles perdón por las molestias. Esa derechona facha, ya se sabe. Todavía hay quien no se ha enterado de que el separatismo tiene la piel como aquella princesita a la que un guisante impedía dormir a pesar de los colchones que lo cubrían.
“Hay que normalizar”, dice Ione Belarra, para que el diálogo fructifique, pero como esto ni es diálogo ni nada que se le parezca sino lo más similar a la rendición de Breda que se ha visto en los últimos siglos, propongo, además de lo anteriormente dicho, meter en la cárcel a todos los jueces y fiscales del juicio, a los policías que intervinieron, a los querellantes, a los partidos constitucionalistas y, como máximo escarmiento, a los seguidores de Manolo Escobar y El Fary nacidos en Cataluña. Me parece a mí que con esas medidas ni Junqueras ni Puigdemont podrían dudar que Sánchez está por entenderse con ellos de manera sincera.
Aportar un granito de arena
Pero como no podemos depositar tan solo en manos de nuestro amado líder la responsabilidad de desagraviar a los separatistas, digo y afirmo que los catalanes que no somos lazis debemos aportar nuestro granito de arena. Por orden alfabético, todos y cada uno de nosotros deberíamos convidar a Puigdemont a cenar a nuestras casas, brindándole un suculento banquete en el que la langosta no debe faltar, por supuesto. Ya que le hemos estado pagando las mantenencias vía impuestos y de tapadillo, qué menos que hacerlo a la brava, con luz y taquígrafos.
No nos olvidemos que sería un detalle invitar a personas de su agrado, no sea que al abuelo le dé por recordar que hizo la Guerra Civil con el yayo del muchachito y la liemos. Como acompañantes podrían figurar la misma ministra Belarra, Pilarín Rahola, apta para todo evento, Pepe Antich, tan risueño y dicharachero, o la ex portavoz del gobierno, Meritxell Budó, a la que extraño en las ruedas de prensa por su singular simpatía. La conversación grata y edificante estaría servida y con eso y unas langostas, un buen jamón de familia noble, algunos frutos del mar selectos, carnes maduradas en su punto y unos postres inspirados, amén de caldos apropiados, ya estaría.
No tengo que decirles que habrá que comprar todo lo que Puigdemont les ofrezca: carnés del Consell de la República, libros escritos o no por él, insignias, chapas, banderas, camisetas, en fin, el merchandasing habitual de estas gentes. En cumpliendo todo esto, ya tenemos a la muchachada lazi contenta y la paz social y la concordia garantizadas. Ya ven que poco cuesta arreglar las cosas. Se baja uno los pantalones y… perdón, es que me estaba calentando por momentos.