La operación para echar al rincón de la extrema derecha al PP, y en menor medida a Ciudadanos, es cualquier cosa menos sutil. El socialismo de Sánchez, sin más programa que un spot sin fin, se aferra a la creación de diferencias con sus competidores como forma de hacer política. Es un zapaterismo degradado y agresivo con el que el presidente del Gobierno establece la agenda política no para resolver problemas, sino para marcar distancias.
La táctica es convertir cada tema en una dicotomía de trinchera donde el adversario recibe etiquetas que lo sitúan en el reverso tenebroso. Los dos campos más señalados en este sentido son la “memoria histórica” y la inmigración. Los socialistas y sus gurús creen que pueden agrupar todo el voto que hay a la izquierda de Cs si agitan dos fantasmas: el franquismo y la xenofobia.
La primera cuestión, los restos de Franco y de su régimen, es más que evidente: el político que se niegue a sacar los restos del dictador y convertir el Valle en un centro para la subvención de “historiadores de la memoria” se convierte automáticamente en franquista. No faltan para esto los colaboradores espontáneos que posan con banderas y saludos fascistas al pie de la Basílica, cargando de razón a la izquierda política y mediática.
La segunda cuestión, la referida a la xenofobia, requiere más atención. El fantasma del rechazo al extranjero y el trasfondo del racismo precisaba de un acto mediático, simbólico, fotogénico y emocional que marcara un antes y un después. La operación del Aquarius era perfecta para iniciar la estrategia: un salvamento humanitario irreprochable. Era la manera de ir marcando las líneas del conflicto político imaginario. A un lado, la izquierda, con su superioridad moral y su faro emocional; al otro lado, la derecha cruel, hipócrita, xenófoba y racista, colindando con el fascismo.
El pecado del nuevo líder del PP fue afirmar, tras el asalto a la valla de Ceuta, que "no es posible" que "el Estado del bienestar” en España absorba la llegada de "millones de africanos"
El cálculo contaba con la sobreactuación de Salvini, el ministro italiano, fiel representante del populismo nacionalista. Construido el relato de buenos y malos, no había más que confirmar esas trincheras en la Unión Europea, fuente de la corrección política y de la ingeniería con dinero público. Así, Sánchez obtuvo la palmada de Macron y los 53 millones de Juncker para atender a los inmigrantes ilegales en España, que es una buena forma de que no pasen los Pirineos.
Luego vinieron las acusaciones teatrales de los cargos socialistas. Consuelo Rumí, secretaria de Estado de Migraciones con Zapatero y no por casualidad rescatada por Sánchez para ejercer el mismo empleo, vinculó a Casado con Matteo Salvini y las “derechas reaccionarias”. El pecado del nuevo líder del PP fue afirmar, tras el asalto a la valla de Ceuta, que “no es posible” que “el Estado del bienestar” en España absorba la llegada de “millones de africanos”.
No solo el PP no tiene ninguna de las trazas del populismo -han salido bastantes obras académicas al respecto en los últimos años-, sino que este juego gubernamental es peligroso"
No ha faltado a la campaña de propaganda Carmen Calvo -a quien hay que recordar que ya no es oposición, sino Gobierno- al afirmar que Casado y Rivera “promueven la xenofobia”. De hecho, el PSOE ha puesto en marcha un hashtag que llama “el Salvini español” al jefe del PP, y los socialistas andaluces lo califican de “el Le Pen español”.
Sin embargo, no solo el PP no tiene ninguna de las trazas del populismo -han salido bastantes obras académicas al respecto en los últimos años-, sino que este juego gubernamental es peligroso. No me refiero solo al ejemplo paradigmático del socialismo francés, que intentó agitar la xenofobia para dividir a la derecha y se encontró con que el electorado comunista se pasó al Frente Nacional. Estoy hablando del uso de un drama humanitario para hacer baja política, de aquella que saca lo peor del hombre y genera enfrentamiento social.
Pedro Sánchez, siguiendo la estilo de Zapatero, ha dado así la vuelta a la definición de la política gubernamental: el arte de crear conflictos para generar identidad y mover al electorado. En este caso, el socialista utiliza el problema de la inmigración para agitar el fantasma de una derecha populista que en España no existe. Mal asunto.