Subir impuestos, especialmente los directos, en medio de una severa depresión, es una aberración para cualquier economista con independencia de su ideología.
Keynes, venerado por la izquierda no comunista, lo manifestó claramente en su opúsculo de 1933 The Means To Prosperity (gutenberg.ca/ebooks/keynes-means, página 7): “No debería sorprender la idea de que los impuestos pueden alcanzar niveles que perviertan el objetivo (de recaudación) buscado y que, pasado un cierto tiempo, una reducción tiene más probabilidades de reducir el déficit que un aumento de los mismos”. Este fue el ensayo que introdujo el concepto del multiplicador, tan utilizado en la actualidad para justificar los aumentos del gasto público y que el economista británico aplica también a los recortes de impuestos porque consideraba que unos y otros se debían instrumentar simultáneamente para afrontar satisfactoriamente una depresión de gravedad inusitada. Keynes equiparaba la pretensión de aumentar los ingresos públicos mediante subidas de impuestos directos en mitad de una recesión, como hizo el Gobierno británico antaño y el Gobierno español hogaño, con una empresa que reaccionara subiendo precios ante caídas de sus ventas. Mediante esta política, aseveraba, en lugar de restablecer los ingresos lo que se terminaría produciendo sería la quiebra de la empresa.
La bajada de impuestos de Kennedy fue incluso superior a la de Reagan y sensiblemente mayor que cualquiera de las efectuadas por Bush
En 1963, ante la primera recesión seria de la posguerra, Kennedy reaccionó con la mayor bajada de impuestos directos de la Historia de Estados Unidos. El magnicidio le impidió presenciar la ratificación del proyecto de Ley, que ocurrió el año siguiente bajo la presidencia de Johnson. Se recortaron los tipos impositivos sobre la renta en todos los tramos de renta y con especial intensidad en los más elevados (los de los más ricos), así como los impuestos sobre los beneficios empresariales. Detrás de estas medidas estaban sus asesores económicos, la flor y nata de los economistas keynesianos de aquella época (Galbraith entre otros), tan admirados por la izquierda socialdemócrata. La bajada de impuestos de Kennedy fue incluso superior a la de Reagan y sensiblemente mayor que cualquiera de las efectuadas por Bush (véase Tax Foundation, August 24,2004, Fiscal Fact No 15).
Los socialdemócratas escandinavos, alemanes y los de otros países centroeuropeos, gobernando solos o en coalición, así como el laborismo de Blair y Brown e incluso los socialistas portugueses también han realizado recortes de impuestos directos cuando la situación económica lo requería. En fin, como decían algunos economistas afines al PSOE en tiempo de Zapatero (acaso con más fundamento del que sospechaban y con menos predicamento hoy en su partido del que sería deseable que tuvieran) “bajar impuestos es de izquierdas”.
Es impensable que Iglesias e incluso el núcleo duro del nuevo PSOE, y en todo caso el Gobierno, pueda no ya bajar, sino no subir impuestos a los “ricos” y medianas empresas
Pero la izquierda que hoy gobierna España está fuera de esa tradición socialdemócrata. Es la coalición de un nuevo PSOE, que dejó de ser socialdemócrata en su última refundación, con el populismo comunista de Podemos. La consecuencia es un radicalismo económico que no tiene parangón en Europa, exceptuando quizá el primer Gobierno de Tsipras. Esta es una realidad innegable, por mucho que se hayan consensuado acuerdos con la CEOE aprovechándose del síndrome de Estocolmo que comprensiblemente atenaza a buena parte de la clase empresarial española (me han cortado una pierna pero me han dejado la otra). Es impensable que Iglesias e incluso el núcleo duro del nuevo PSOE, y en todo caso el Gobierno, pueda, no ya bajar sino no subir impuestos a los “ricos” y a la mediana y gran empresa, como de hecho está haciendo y seguirá haciéndolo en lo que reste de legislatura. Esto no está ocurriendo en ningún país europeo donde gobierna la izquierda, ya sea en solitario o en coalición.
La ideología impositiva de este Gobierno se puede resumir en dos mantras. El primero de ellos es que han de pagar más (impuestos) los que más ganan. Es una lástima que la mayoría de ciudadanos no repare en que este principio se cumpliría escrupulosamente con impuestos proporcionales a la renta (por ejemplo, el que gana mil paga trescientos y el que gana cien paga treinta). Además, con el mínimo de renta exento de tributación, la escala fuertemente progresiva del IRPF y los elevados impuestos sobre la propiedad, por encima de los existentes en cualquier otro sitio, España es uno de los países donde los que más ganan o tienen pagan proporcionalmente mucho más que los que menos ganan o tienen. Así, aunque se bajaran los tipos impositivos e, incluso si se bajarán más a los hogares de mayor renta, en España seguirían pagando mucho más absoluta y proporcionalmente los que más ganan que los que menos tienen y ganan.
Sutilezas marxistas
El otro mantra es el latiguillo distributivo marxista de "a cada cual según sus necesidades, de cada cual según su capacidad". Vaya por delante que los padres fundadores del marxismo consideraban que esta regla distributiva no sería aplicable en la fase inicial del comunismo, también llamada fase socialista, sino solo en la fase última o utópica cuando el supuesto inmenso avance tecnológico habría hecho desaparecer la división del trabajo, el dinero y los mercados. Sutilezas marxistas aparte, este es el principio sobre el que la izquierda radical quiere levantar su nuevo modelo productivo y que el Gobierno utiliza indistintamente tanto para justificar aumentos de pensiones no contributivas y de las ayudas para pagar hipotecas, alquileres, electricidad, asistencia social etc., además del ingreso mínimo vital a quienes tengan una renta inferior al mismo, como subidas de impuestos a los individuos o empresas que ganan por encima de la media.
Debería ser evidente que los poderosos incentivos desplegados por esta política fiscal aumentarán el bando de los que quieren recibir según sus necesidades reduciendo el monto de donde se puede extraer según la capacidad, ensanchando la brecha presupuestaria hasta que sea imposible financiarla. A esta política fiscal se la puede saludar con una frase de la sabiduría perenne Mors certa sed hora incierta. Violando el aforismo, me atrevo a vaticinar que la hora llegará cuando se haya disipado la espesa niebla originada por la pandemia.