Opinión

Jordan Peterson y las quedadas para llorar

Hemos permitido que cosas como hablar de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres se conviertan en un absurdo tabú que simplemente incomoda a un grupo de gritones lloricas

En 2017 se convocó una “quedada para llorar” en el Parque de El Retiro de Madrid. Se trataba de un evento cuyas directrices eran acudir al punto señalado, pensar en un momento aflictivo de tu vida y convertir tus problemas personales en lágrimas colectivas. De las más de 4.000 personas citadas no fue ni el organizador. La pataleta era demasiado evidente, admitir que uno arrastra problemas y frustraciones que busca paliar con el llanto público es demasiado honesto para nuestros tiempos. A día de hoy una quedada para llorar exitosa debe maquillarse con un poco de justicia social. De este modo los asistentes pueden fardar de que sus desinteresadas y altruistas lágrimas no arrastran egoísmo sino virtud y preocupación por una causa justa. Greta Thunberg, por ejemplo, es capaz de convertir narcisismo en preocupación colectiva a través del habilidoso uso de sus emociones. Si los organizadores de la quedada para llorar hubiesen visto un par de vídeos de la niña sueca y hubiesen tomado nota probablemente su quedada no habría sido el fracaso que fue. 

Una quedada para llorar exitosa, por ejemplo, fue la que se organizó recientemente en las oficinas canadienses de la editorial Penguin Random House, cuando un parte importante del personal tuvo a bien convocar una reunión para expresar su consternación por la decisión del gigante editorial de publicar 'Beyond Order: 12 More Rules for Life', el nuevo libro del doctor Jordan Peterson. Uno de los empleados que dijo ser miembro de la Comunidad LGTBIQ+ (y que seguro tenía el pelo teñido de verde) aseguró entre lágrimas no sentirse demasiado orgulloso de trabajar para una compañía que se ofrecía como plataforma a un icono del discurso del odio, la transfobia y el supremacismo blanco. Un segundo empleado hablaba sobre cómo Peterson había radicalizado a su padre y otro expresaba entre sollozos que publicar ese libro afectaría negativamente a su amigo no binario.

Por lo visto la editorial canadiense llevaba años alimentando una narrativa buenista de cara a la galería para posicionarse como una empresa moderna, feminista, gay-friendly y comprometida con la causa anti-racista. Algo que sería maravilloso si no fuese porque el relato hegemónico de estas banderas sociales está secuestrado por un identitarismo woke radical, infantil y reaccionario que se traduce en quedadas para llorar en el momento que decides editar a un autor mínimamente controvertido. Ya el hecho de que Jordan Peterson sea un autor mínimamente controvertido es sintomático de los tiempos que vivimos y de lo alejado que está de toda racionalidad el umbral de tolerancia de muchos. Entiendo que para algunos Peterson pueda ser discutible, pero nunca polémico. Alguien que escucha con atención a sus interlocutores más impertinentes y que trata de inocular moderación en cada frase que articula nunca debería ser categorizado como alguien controvertido. Ni mucho menos ser la causa de una quedada para llorar en las oficinas de una de las editoriales más importantes del mundo. 

A la empresa de grandes almacenes Target le sucedió algo parecido cuando decidió quitar y reponer de su catálogo un libro controvertido sobre temática trans. ¡A quién se le ocurre! Los del colectivo LGTBIQ+ les llamaban traidores porque al parecer Target llevaba años haciéndose pasar por activistas aliados y campeones de todas las causas habidas y por haber que involucran a minorías de moda.

El sentimentalismo tóxico y la infantilización social ha llegado a un punto en que grandes mayorías de gente cuerda guardan silencio por no tener que escuchar los gritos de dolor y los llantos de una ruidosa minoría

Lo peor de todo es que estas situaciones han perdido capacidad para sorprendernos, hemos permitido que cosas como hablar de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres se conviertan en un absurdo tabú que simplemente incomoda a un grupo de gritones lloricas. El sentimentalismo tóxico y la infantilización social ha llegado a un punto en que grandes mayorías de gente cuerda guardan silencio por no tener que escuchar los gritos de dolor y los llantos de una ruidosa minoría, que se pueden traducir en patéticas pataletas o en crueles linchamientos públicos, producto de la necesidad de un descargo emocional de aquellos que por encima de todas las cosas demandan que se les haga un poco de casito.

Poco a poco nos hemos convertido en el padre que sucumbe ante el chantaje del hijo que amenaza con montar un espectáculo si no le compran el castillo de Lego de Harry Potter, y que luego se excusa diciendo algo así como “Si es que es por no escucharle…” y como darle una hostia está muy mal visto al final el niño cabrón se le sube a la chepa y no hay quien le baje.

Los responsables somos nosotros, el que se acuesta con niños amanece meado.

Puedes ver los vídeos de Un Tío Blanco Hetero (Sergio Candanedo) en: https://www.youtube.com/channel/UCW3iqZr2cQFYKdO9Kpa97Yw

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