A principios de 1941, Estados Unidos era un remanso de paz en un mundo en llamas. El país había superado la gran depresión. Su economía, aunque maltrecha, estaba casi plenamente recuperada. El seis de enero de ese año, Franklin Delano Roosevelt, recién reelegido por tercera vez, se disponía en su discurso sobre el estado de la unión a preparar su país para la guerra.
Roosevelt habló durante poco más de media hora. Es una intervención digna de ser escuchada; aunque su acento patricio suena un tanto pasado de moda hoy, Roosevelt era un orador extraordinario. En el discurso, dedicado casi íntegramente a hablar de política exterior, el presidente se dedica a desgranar, con esa mezcla de idealismo y precisión retórica que le caracterizaba, por qué Estados Unidos debe empezar a prepararse para defender el mundo contra la tiranía. Prepararse para ir a la guerra.
Roosevelt habla en el lenguaje de la religión cívica de Estados Unidos, su tradición constitucional, el poder y solidez de la república y sus instituciones. Habla de libertades
El hilo conductor del discurso es la defensa de la democracia, de los valores y virtudes cívicas que distinguen a los Estados Unidos del New Deal de las dictaduras que amenazaban el mundo. Como presidente americano, Roosevelt habla en el lenguaje de la religión cívica de Estados Unidos, su tradición constitucional, el poder y solidez de la república y sus instituciones. Habla de libertades: libertad de expresión (freedom of speech), libertad religiosa (freedom of religion), libertad ante las necesidades (freedom from want), y libertad ante el miedo (freedom from fear).
Esta expresión, las four freedoms, son la destilación más pura, más elegante de la filosofía política del New Deal. En años posteriores, serían el elemento retórico central del esfuerzo de guerra, la filosofía detrás de los sacrificios en el frente. Fue también, en años sucesivos, la guía y núcleo del partido demócrata en los Estados Unidos, y la piedra de toque de toda una tradición de la izquierda americana.
Estos días de campaña electoral en Madrid la palabra “libertad” ha sido manosea, manipulada, y maltratada hasta la náusea, usada como un arma arrojadiza. La derecha se ha apropiado de ella; la izquierda ha pasado a verla con desconfianza, casi desdén. Es un tremendo error y todo aquel político de izquierdas que olvide que la defensa de la libertad está en el centro de lo que debe defender acabará por traicionar a aquellos que dice defender.
Las obsesiones de la izquierda
Vale la pena volver a esas cuatro libertades, porque distan mucho de ser mera retórica. Las dos primeras, expresión y religión, son esenciales en cualquier democracia. Cualquier intento de ponerle asteriscos, dudas, segundas lecturas o excepciones debe ser tomado con extraordinaria cautela, y únicamente en caso de que estas libertades puedan ser amenazadas. La izquierda estos días se apresura demasiado a querer sacar ideas y voces del debate. Se obsesiona con el lenguaje ajeno, pero no presta atención suficiente al respeto de las creencias de otros; juzga, no comprende. Rechaza cuando debería escuchar. Haríamos bien de tomar nota de ello y dejar de hacerlo.
Las otras dos ideas, libre de necesidades, y libre de miedo, expresan a la perfección un concepto de libertad que la izquierda debería defender orgullosa, pero que parece haber olvidado. La libertad sólo existe cuando podemos escoger nuestro destino en base a lo que queremos, no a lo que necesitamos, sin temor a lo que nos pueda suceder. No es libre empresa o libre mercado – es libertad ante el mercado, ante la pobreza, ante el temor de que cierre la empresa, de sufrir un accidente, o de quedarse atrás. La idea detrás del estado del bienestar no es penalizar a los ricos, o hacer la vida más llevadera a los pobres, o dar tranquilidad a quien pierde un puesto de trabajo. La idea central es que un individuo sólo es libre si vive seguro, sin miedo, sin carencias ni privaciones.
La izquierda no debe hablar del derecho a la sanidad, el derecho a la vivienda, el derecho al trabajo, o el derecho a la educación como fines, sino como medios
El New Deal, el viejo ideal de la socialdemócrata, no era sólo un discurso de derechos. Era también, ante todo, un discurso de libertades. La izquierda no debe hablar del derecho a la sanidad, el derecho a la vivienda, el derecho al trabajo, o el derecho a la educación como fines, sino como medios. Los defendemos para poder ser libres, poder decidir nuestro propio destino, y que este sea fruto de nuestra voluntad y esfuerzo, sin obstáculos ni barreras.
Ser libres en forma plena
Si os fijáis, esta es una definición muy distinta a la que utiliza la derecha. Los liberales defienden que para maximizar la libertad debemos minimizar la interferencia del estado. Los progresistas creemos que eso ignora el papel que juega el mercado en coartar nuestras libertades. Uno no puede ser libre si vive con miedo; no hay libertad alguna en caer enfermo y no saber si vas a poder pagar o no el hospital. No hay libertad alguna en enlazar un contrario precario tras otro, sin poder mirar al futuro, viviendo constantemente con un horizonte de días o semanas. No podemos hablar de libertad ante niños que crecen en la pobreza, con sus padres aterrados de perder la casa o no llegar a final de mes. Una sociedad más libre es una sociedad donde esos temores no existen, trabajando juntos para que nadie se quede atrás.
La izquierda no puede ignorar la palabra libertad. Debe hacerla suya, porque de su definición depende cómo vivimos y quiénes somos. Queremos ser libres, y queremos ser libres de forma plena, sin miedo, sin temor, sin imposiciones.