Una profesora de la universidad siempre nos decía que no nos fiásemos de las palabras con las que los políticos bautizan la realidad. Ponía siempre los mismos dos ejemplos: la República Democrática del Congo y la República Democrática Alemana se autodenominaban así cuando en realidad no tenían un ápice de democráticas. Tampoco hay que irse tan lejos, porque Francisco Franco llamaba "democracia orgánica" a su dictadura. Pedro Sánchez no es un dictador ni creo que pretenda serlo, pese a que muchos se desgañiten mentando a todas horas el "cambio de régimen" o califiquen de "golpe de estado" el estado de alarma, pero sí es ducho en bautizar lo que nos pasa.
Primero lo hizo con ese vocabulario bélico a todas luces innecesario con el que se supone que pretendía inocularnos la fuerza necesaria para resistir el confinamiento. Después empezó a hablar de la "desescalada", término sobre el que huelgan comentarios. Ahora el presidente del Gobierno habla a todas horas de "la nueva normalidad". Obviamente es un oxímoron porque junta dos palabras que son contradictorias (nuevo y normal) con el que nos quieren decir que la realidad que se avecina será distinta. Pero al mismo tiempo es un sintagma inquietante que no creo que ayude demasiado a levantar los ánimos en estas horas de incertidumbre.
Dicen que Sánchez o, mejor dicho, sus escribas de Moncloa simplemente están copiando la expresión inglesa "the new normal" que, dicho sea de paso, ya se utilizó bastante en la anterior crisis económica. Si se escarba un poco, se puede comprobar que en otros países se habla en términos similares. No parece, por tanto, que haya en esas palabras la intención totalitaria que algunos quieren ver, si bien aun así la construcción sigue siendo inquietante.
La expresión de "la nueva normalidad" es inquietante porque suena demasiado ceniza y peligrosa. Preocupa más de lo que calma, como si tras esta primera película apocalíptica viniera una secuela aún más terrorífica
Repito que inquieta porque suena demasiado ceniza y peligrosa. Preocupa más de lo que calma, como si tras esta primera película apocalíptica que estamos viviendo viniera una secuela aún más terrorífica. En los periódicos, incluido este rincón, el sintagma ha hecho fortuna pero creo que en la calle, que es donde importa, no tiene visos de triunfar. Personalmente preferiría que Sánchez hablase de llegar a "la nueva realidad" o "la nueva rutina" o "la nueva forma de vivir" o incluso "la nueva vida". O, simplemente, de "recuperar la normalidad".
Como padre en una familia enclaustrada, a mí lo que me preocupa de esta "nueva normalidad" no es cómo se le llame, tampoco si está dividida en fases que suenan extraterrestres o si contiene salidas que se dividen en "franjas horarias". Lo que realmente me importa es si durante el largo camino hacia ella seremos capaces de inventar juegos nuevos para los niños. Ya decía ayer, a cuenta de las fases confusas y el futuro también confuso del curso escolar, que los padres necesitábamos un descanso. Eso se nota, sobre todo, al comprobar que se nos están agotando los juegos, las manualidades y los juguetes para jugar con los mocosos.
Aquellas listas de cosas para hacer que se compartían frenéticamente por WhatsApp ahora nos parecen tan antiquísimas como caducas. Ya hemos jugado a todo lo jugable o, al menos, tenemos esa sensación
No nos quedan entretenimientos o no somos capaces de innovar. Esta es una verdad dura de reconocer pero sólida como la roca. Aquellas listas de cosas para hacer que se compartían frenéticamente por WhatsApp ahora nos parecen tan antiquísimas como caducas. Ya hemos jugado a todo lo jugable o, al menos, tenemos esa sensación. Hemos probado muchos juegos, sí, pero no todos le gustan a cada niño. En nuestra casa sólo podemos vincular cada juego a excavadoras, tractores y camiones. La hora de salir a la calle sirve, a priori, para ejercer otras actividades, pero en nuestro caso se reduce a buscar enloquecidamente esos mismos vehículos.
Tendrán que ser los abuelos, si es que están dentro de la misma ciudad y no corren peligro, claro, quienes vengan con ideas nuevas en las próximas fases. Pero cuidado, porque el doctor Fernando Simón, que por cierto ya habrá cogido cita para ir la peluquería el lunes, recomendaba este jueves que los nietos no abracen a sus abuelos. Si eso va a formar parte de "la nueva normalidad", lo mejor será mandarla a la mierda y volver a ser libres de una vez.