Pablo Casado no acaba de acertar, de encontrar su sitio en esta crisis, lo que, por tratarse del jefe de la oposición, no deja de ser preocupante en una circunstancia necesitada de urgentes referentes con cierta credibilidad. Pablo Casado se equivoca al propiciar, con mensajes que ante todo parecen buscar el fácil aplauso del interpelante de turno, esa imagen del que ni come ni deja comer. Y se equivoca mucho cuando proclama que su partido no se va a hacer cargo ni a compartir “la gestión tremendamente negativa [del Gobierno] para los intereses de los españoles”.
Y es que, a mi parecer, lo que espera una mayoría de ciudadanos del líder de la oposición es precisamente lo contrario: que se haga cargo, que se involucre en la búsqueda de soluciones y además lo parezca. Como ya se ha apuntado en numerosas ocasiones, lo más probable es que el objetivo prioritario de Pedro Sánchez, con su oferta de gran acuerdo nacional, sea socializar el tremendo desgaste sufrido por su persona y su partido. Hasta ahí podemos estar de acuerdo. Pero lo que nadie va a entender fácilmente es que para impedir tal cosa, la colectivización del fracaso, haya que dejar de hacer lo que a cada cual le toca hacer; y lo que se espera que haga (acuérdese de Albert Rivera). En este caso, todo lo necesario para impedir que los desastres ocasionados por tanta imprevisión e ineptitud sean todavía más devastadores de lo que se vislumbran. También eso -y sobre todo eso en esta situación de emergencia nacional- es hacer oposición.
Hay muchas cosas en juego, señor Casado, y la continuidad de este Gobierno va a ser dentro de poco la menor de nuestras preocupaciones
Hace unos días, el diario El País publicaba un muy comentado editorial en el que se señalaba que “las posibilidades de que yerre un Gobierno con una mayoría inestable y con una rara propensión a decidir a la ligera se multiplican si se le somete a un acoso tan descomunal y tan feroz como el que padece desde el comienzo de la pandemia”. Deje a un lado, señor Casado, la estentórea adjetivación y quédese con lo esencial, que es con lo que, con razón o sin ella, se está quedando mucha gente: a un gobierno débil, desestructurado, y que en más de una ocasión ha dejado ver evidentes síntomas de una insobornable inutilidad, no se le pueden encima poner palos en las ruedas.
Ciertamente, las nefastas consecuencias de contar en esta tesitura con un Ejecutivo con escaso y dudoso respaldo, deshilvanado, cuyas facciones internas compiten a menudo por objetivos contrapuestos, es una fatalidad cuyo principal responsable se llama Pedro Sánchez. Pero eso ya no tiene remedio. Hasta nueva orden, son estos los bueyes con los que tenemos que arar, y el que usted, señor Casado, se ponga estupendo al objeto de cuidar su flanco más desguarnecido, poco o nada aporta a la urgente búsqueda de una salida que aminore los efectos del trauma. De algún modo, señor Casado, la ciudadanía ya ha interiorizado que no es que el Gobierno lo haya hecho mal, sino que dada su composición y en algunos casos discutible cualificación, era imposible que lo hiciera bien. Menos aún ante un imprevisto tan devastador como el que actual. No, ya no se trata exclusivamente de examinar lo que ha hecho o dejado de hacer el Gobierno. La crítica es imprescindible, pero ha dejado de ser la prioridad; lo que los ciudadanos reclaman son propuestas para abreviar el túnel que apenas hemos empezado a transitar.
Negociación de tú a tú
Hay muchas cosas en juego, señor Casado. Incluso puede que la continuidad de este Gobierno sea dentro de muy poco la menor de nuestras preocupaciones. Estamos a minuto y medio de que la Unión Europea nos exija garantías para sostener nuestro exitoso y caro Estado de bienestar. Unas garantías que, por mucho que nos resguardemos en ese patriotismo hueco y oportunista que reivindican de cuando en cuando nuestros bolsillos, serán inevitables para aquellos países que, como es el caso, han basado parte de su prosperidad en hipotecar a las generaciones venideras. Será ese el preciso momento, si no antes, en el que Pablo Iglesias ponga en marcha su propia campaña de salvación y señale a la Europa insolidaria como causante de la catástrofe. Y será en ese preciso momento cuando el actual Gobierno se desmorone para reconstruirse o se eche definitivamente al monte. Y eso, señor Casado, va a depender en buena medida de lo que haga usted.
En este abrupto trámite, la historia no le va a juzgar por su dureza como líder opositor; lo hará por las decisiones que, en clave de país, tome en las próximas semanas
Déjese usted de marear la perdiz. Déjese de actitudes y mensajes cuyo único fin es defenderse de las dentelladas de Vox. Échele valor. Juéguese su carrera. Que los españoles perciban que está dispuesto a sacrificarse para ayudar a superar esta hecatombe. Y haga política. Lo de forzar una comisión parlamentaria para la reconstrucción es buena idea, pero no basta. Además, es situar la búsqueda de un diagnóstico común en la vía lenta, dando demasiadas ventajas a quienes no parecen muy entusiasmados con la fórmula y solo pretenden ganar tiempo. Plantee a Sánchez una negociación directa. De tú a tú. Con medidas pragmáticas y generosas. De difícil rechazo. Dibuje un horizonte creíble asentado en una amplia mayoría parlamentaria que le cuente la verdad a los españoles y se dé una nueva oportunidad de recuperar crédito en Europa.
Haga usted política. En este abrupto trámite, la historia no le va a juzgar por su dureza como líder opositor. Lo hará por las decisiones que, en clave de país, tome en los próximos días y semanas. Si lo hace pensando sólo en proteger su cuota parte del electorado, se equivocará. Si por el contrario actúa teniendo sobre todo en cuenta el interés general, probablemente también acabará abrasado, pero al menos habrá contribuido a recuperar la fe en nuestras posibilidades como nación y dignificado la política. Usted decide.