Hace justo dos años, las calles estaban vacías. Nos encontrábamos encerrados en casa a cal y canto, con miedo, bajo el decreto de un estado de alarma que, ilusos de nosotros, pensábamos para 15 días. Nos protegíamos de un virus desconocido desinfectándolo todo como locos, comprando desesperadamente papel higiénico, haciendo la compra a nuestros mayores para que no pusieran un pie en la calle, mirando por la vida de nuestros seres queridos aislándonos de ellos.
Ahora tenemos la calle en pie de guerra, comprensible. Los que salíamos a trabajar cuando no había siquiera mascarillas y nos tapábamos boca y nariz poniéndonos compresas –sí, compresas que se utilizan para la higiene femenina- nos sentíamos cómo en una película de terror en la que en cualquier momento circulando con el coche, totalmente solos, nos iba a aparecer un extraterrestre, con las calles, las autopistas desiertas, como si estuviéramos bajo el toque de queda de un conflicto bélico, mientras los hospitales estaban saturados y los sanitarios, agotados y desbordados.
Vivimos así meses con la sensación de estar frente a una crisis sanitaria sin precedentes, sabedores de que se moría mucha gente y sin que poco más se podía hacer que permanecer encerrados en casa. En los supermercados hacíamos acopio de cervezas y picoteo para los vermuts diarios, chocolate para intentar bajar la ansiedad y sólo unos pocos osaban lanzarse a las calles por razones laborales. Eran los esenciales, en primer lugar, todo el mundo sanitario; en segundo lugar, el de la cadena alimentaria –como los transportistas- y en tercer lugar, el mundo de la seguridad como el ejército y la policía.
La izquierda no quiere ver que con las calles en pie de guerra solo pierden los trabajadores, los ciudadanos con sueldos que dan para vivir sin grandes lujos, aquellos que se supone que son sus votantes
Aquellos que entonces nos transportaban alimentos, viajando solos por autopistas vacías, sin áreas de servicio habilitadas, sin alimentos, ducha, lugar para el descanso, ahora –llevan ya 11 días- han decidido parar, dejar de servir como lo hicieron, en una decisión comprensible y normal. A todo esto, la calle está en pie de guerra porque Putin y Vox tienen la culpa. La izquierda no quiere ver que mientras tengan la calle en pie de guerra solo pierden los trabajadores, los ciudadanos con sueldos que dan para vivir sin grandes lujos, y que todos los que están perdiendo son en general votantes de izquierda que ahora lo están teniendo muy fácil para cambiar del rojo al verde, del rojo del PSOE al verde de Vox.
Los que están asfixiados son la mayoría de esa población que ante situaciones excepcionales precisa y reclama medidas excepcionales y que, además, no pueden esperar. Tenemos un gobierno confinado, como en el confinamiento extremo, que pierde el pulso de la calle no por Putin ni por Vox sino por su tardanza en reaccionar ante la asfixia económica que está sufriendo el país con la subida de precios del carburante y de los bienes básicos, la cesta de la compra.
Es del Gobierno de Sánchez quien debe adoptar medidas urgentes para evitar la crisis que sacude a la calle, que asfixia a la sociedad, que a punto está de derivar en colapso
Cuca Gamarra, portavoz parlamentaria del PP, le reprochaba en el Congreso a Pedro Sánchez que “España está en situación de colapso” y que él “parece que no se entera”. También Gabriel Rufián –nada sospechoso de ser de derechas- le espetaba que la izquierda debe dejar de “militar en la moral y militar en la utilidad” e Iñigo Errejón le preguntaba ¿quién va a pagar esta crisis?. La calle no está en pie de guerra por Putin. Es del Gobierno de Sánchez quien debe despertar de su letargo y adoptar medidas urgentes para evitar la crisis que atenaza a la calle, que asfixia a la sociedad, que a punto está de derivar en colapso.
Tiempos difíciles para estar al frente de un gobierno, pero hay que conectar con la gente, ofrecer respuestas, no hay otro camino. Sánchez dice que “vamos a ser ejemplo de acogida”, sin duda porque si por algo se caracteriza este país es por demostrar dosis ingentes de ciudadanos solidarios. Bien. Pero lo que debe demostrar el Gobierno es que está con la gente, con los pequeños autónomos, los empresarios desesperados, con las familias que se sienten desamparadas. “En España, los esfuerzos están mal distribuidos” le ha dicho Errejón al presidente. Sí, siempre se esfuerzan los mismos, siempre se pide sacrificio a los mismos, algo impropio de un Gobierno de coalición de izquierdas. O se están vendiendo mal –como le decía Rufián a Sánchez- o lo están haciendo mal, o las dos cosas a la vez. De nada sirve subir el sueldo mínimo interprofesional si tenemos los precios de bienes tan básicos como el pan, la pasta o la leche disparados. Ahora, la calle está en pie de guerra porque los pobres no son aquellos que no tienen trabajo. Los pobres también son aquellos que ni trabajando cubren sus necesidades básicas. Cuídense.