Se publicó hace catorce meses, pero Sed (Anagrama, 2022) terminó en la pila de libros olvidados. Seguramente porque resulta de pésimo gusto escribir un libro sobre Cristo y que la autora ponga una foto suya en la portada en vez de una del protagonista. Una noche tonta le llega su oportunidad y te engancha por completo el arranque: entrar en el flujo de pensamiento de Jesús mientras escucha a los beneficiarios de sus milagros declarando contra él en la corte de Poncio Pilato. “La madre de un niño al que había curado llegó a reprocharme que le había arruinado la vida”, comparte. El crío daba mucho más trabajo sano que enfermo.
Los novios de Caná le afean haber esperado demasiado para convertir el agua en vino, mientras que el ciego a quien devolvió la vista no le perdona que el mundo fuera mucho más feo de lo que se había imaginado. “El enigma del mal no es nada comparado con el de la mediocridad”, razona Jesús. “Durante su testimonio, pude sentir hasta qué punto estaban disfrutando. Disfrutaban comportándose como miserables en mi presencia. Su única decepción es que mi sufrimiento no se notara más”, comparte. Este libro de 123 páginas, cortito y al grano, está lleno de afiladas intuiciones sobre la naturaleza humana, aprovechables incluso para un feroz anticatólico.
Jesucristo, en primera persona
Otra cima de este monólogo interior: “Mi palabra es tan sencilla que desconcierta. Es tan sencilla que está condenada al fracaso”, advierte. El ejercicio que usa para describir lo que ofrece es muy sencillo: “Intentad esta experiencia: tras haberos muerto de sed un rato largo, no os toméis el vaso de agua de un solo sorbo. Bebed un único trago, mantenedlo en la boca durante unos segundos antes de tragarla. Apreciad el asombro que os produce. Ese deslumbramiento es Dios. No es la metáfora de Dios, repito. El amor que en ese instante experimentáis a través del sorbo de agua es Dios”, defiende.
Todo esto que rumia Jesús en la víspera lo confirma al ser clavado en la cruz. El Cristo de Nothomb reprocha a Juan haberse inventado una alocución tan rimbombante como “Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen”. Para él la frase más importante de su martirio consta solo de dos palabras: “Tengo sed”. Vuelve a cargar contra Juan, “mi discípulo favorito”, por escribir “mas el que bebiere el agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Juan 4,14). Lo que defiende Jesús es que “el amor de Dios es el agua que nunca sacia. Cuanta más agua bebes, más sed tienes. !Por fin un placer que no disminuye el deseo!”, celebra.
¿Cómo sabes que tienes fe? Es como el amor, lo sabes. No necesitas ninguna reflexión para establecerlo
En el peor de los casos se trata de un libro valiente, con frases desarmantes esperando en cada página. Un buen apunte: “María tiene casi siempre la expresión de darse cuenta de una anomalía que se calla”. O este otro: “¿Cómo sabes que tienes fe? Es como el amor, lo sabes. No necesitas ninguna reflexión para establecerlo”. Y también un chiste amargo dirigido a su Padre, sobre el absurdo de su sacrificio: “Imaginad a un ser que, con la intención de convencer a los demás de que se hagan vegetarianos, sacrifica a un cordero. Se reirían en su cara”, comenta.
Lo mejor del texto son las reflexiones de Cristo respecto al cuerpo, con el que accede a experiencias vedadas al propio Dios. “Acabo de salvarme y, por tanto, acabo de salvar todo lo que existe. ¿Lo sabe mi padre? Seguramente no. No tiene ningún sentido de la improvisación. No es culpa suya: para poder improvisar, hace falta un cuerpo. (…) La idea de separarme de él -se refiere a el cuerpo- me inspira sentimientos encontrados. Pese a la inmensidad de mi dolor, me acuerdo de hasta qué punto estoy en deuda con esta encarnación”. También muchos de nosotros, 2023 años después...