Sevilla en Semana Santa. Casi ná. Imposible definirla. Es una cosa y muchas; es Cristo en la cruz y son una pléyade de elegantísimas damas con mantilla; es la Señora desgarrada por la muerte de su hijo y son los ojos fascinados de los niños; es el padrenuestro grave y austero de los abuelos y son las miradas de soslayo de las futuras parejas. Todo eso y lo que quieran, pues Sevilla es madre y casamentera, religiosa y alegre, solemne y popular, festiva y laboriosa, infinito poliedro de almas y humanidades.
La ciudad te acoge, te abraza, te acaricia con el perfumadísimo olor a los ciento y un inciensos que cada Hermandad atesora. La enrevesada y apasionante topografía sevillana está hecha de vueltas y revueltas, predispuestas a que te quedes embelesado ante esto o aquello cual laberinto de Teseo, pero prescindiendo del horrible Minotauro, reservando su centro para el trono en el que encontrar, derramando amor, el sublime corazón de Nuestro Señor. Sevilla es dama aristocrática con vocación popular y es persona humilde que se eleva a la cima del señorío. El escribidor se ha sentido abrumado visitando iglesias que, como la gruta del Conde De Montecristo de mi niñez, ocultan tantos tesoros que el síndrome de Stendhal es inevitable. Iglesias de las que saldrán Vírgenes y Cristos, cofrades y esperanzas, ilusión y fe pura, directa, que ilumina la Madrugá, momentum sin parangón, porque éstas cosas sólo pasan en la capital del mundo, la del milagro, del asombro, trocito de Gloria en la tierra que Dios ha regalado a los mortales para que sepamos como es el Paraíso.
Y en medio de ese desfile llega como un huracán de amor y música la Hermandad de Triana, rasgando con notas vibrantes la oscuridad, retumbando los tambores, ascendiendo hasta la luna los cornetines, moviendo lo más profundo de los corazones, extasiados ante la riada de trianeros que toman la plaza de La Campana. ¡Feliz y hermosa liga de Hermandades y policromía humana digna de las esculturas románicas con nombres que mueven a la meditación! El Silencio, La Macarena, El Gran Poder, Los Gitanos, el Calvario, Los Armaos y, que no se me ofenda nadie, esa Esperanza de Triana, ay mi Triana, con su ejército de nazarenos inacabable, infinito, poderoso, calafateado de un cristianismo puro y sin mácula, río de devociones engarzadas que inunda con el agua del amor que predicó el hijo de un sencillo carpintero de Galilea hace más de dos mil años.
Queden para otras plumas más competentes y sabias que la mía detalles históricos, cifras, historia, significado exotérico y el esotérico de la gran cita de la Cristiandad. Yo escuché en la sabia voz de mi maestro y hermano Carlos Herrera todo lo que su erudición enciclopédica arrebolada de pasión me fue desgranando detalle por detalle. Porque si Sevilla en la Pascua es la capital del mundo, Carlos es su embajador plenipotenciario, su capitán general, su generoso, culto y fraternal jefe de protocolo. Dios lo bendiga.
Sevilla en Semana Santa es más que una experiencia, es un antes y un después, un hito que toda persona con sensibilidad debería experimentar. Sevilla en Semana Santa te cambia, te da la vuelta, te hace vivir estas fechas de manera distinta porque allí se celebra de la misma manera con la que los buenos toreros ejecutan el arte de Cúchares, por los adentros.Siempre hay que ir a Sevilla, en cualquier circunstancia y momento. Pero en Semana Santa es imprescindible. Si será grande, que sabe evitar el tópico y el lugar común para abrirse en canal ante el viajero que abre los ojos ante esa joya de España. Sí, se entra en la Gloria por Sevilla. Casi ná.
Manutori
Soy sevillano y estoy asombrado de cómo D. Miquel Giménez ha sabido captar el espíritu de la Semana Santa sevillana. Enhorabuena!