A finales de julio, poco después de que el Gobierno británico levantara la mayoría de las restricciones pandémicas, varios miles de personas se reunieron en Trafalgar Square, una plaza muy céntrica e icónica de Londres para protestar contra esas mismas restricciones que ya habían tocado a su fin. Sólo tres semanas antes el motivo oficial de la concentración hubiese tenido sentido, pero no ya en ese momento. ¿Por qué no suspendieron la convocatoria? La razón era fácil de entender. Lo de las restricciones era sólo una coartada, lo que los organizadores querían era montar una manifestación en el mismo centro de Londres en el que el mensaje fuese otro muy diferente.
Entre los oradores estaba Piers Corbyn, un conocido meteorólogo británico, hermano de Jeremy Corbyn exlíder del Partido Laborista, que piensa que la covid-19 es un "engaño". Estaba también David Icke, un escritor muy conocido en ambientes conspiranoicos porque sostiene la curiosa teoría de que las élites mundiales están conformadas por lagartos disfrazados de seres humanos, una suerte de reptiles humanoides que controlan el mundo desde hace siglos. También estaba Gillian McKeith, una nutricionista escocesa, popular por aparecer en programas de televisión, que sostiene que una buena dieta es suficiente para acabar con el SARS CoV-2, el virus que provoca la covid. Entre los asistentes a la concentración podían verse pancartas de todo tipo, a cada cual más delirante. Algunas comparaban a las enfermeras que administran las vacunas con los guardias nazis de los campos de concentración, y pedían que se enjuiciase a los médicos y los científicos que defienden la vacunación.
Esta manifestación de Londres era llamativa porque el Reino Unido fue uno de los primeros países de Europa en retirar casi todas las restricciones relativas a la pandemia, algunas muy impopulares como la obligatoriedad de llevar mascarillas en la calle o el cierre de locales nocturnos y de ocio. Pero no sólo Londres ha sido testigo de manifestaciones de ese estilo. A lo largo del verano hemos podido ver concentraciones en lugares como París, Berlín o Madrid. No muy numerosas, cierto es, pero si lo suficiente como para que no pasasen desapercibidas. En Madrid se convocó una a finales de julio y otra en agosto en la plaza de Colón y a ambas acudieron no menos de 2.000 personas. En todos los casos estas manifestaciones suelen nacer en las redes sociales, aunque luego hay algunos medios digitales que se encargan de difundirlas para ir calentando el ambiente.
En Francia, un documental en el que se afirma que la covid-19 fue inventado por las élites políticas para lograr un nuevo orden mundial fue visto más de dos millones de veces en tres días
En las plataformas de compartir vídeos como YouTube, Facebook o Dailymotion prolifera el contenido conspiranoico, a veces con gran éxito porque estos vídeos se distribuyen luego por aplicaciones de mensajería tipo WhatsApp y su audiencia crece así de forma exponencial. En Francia, un documental en el que se afirma que la covid-19 fue inventado por las élites políticas como parte de una conspiración para lograr un nuevo orden mundial fue visto más de dos millones de veces en tres días. En Estados Unidos, la idea de que la covid es un engaño se ha extendido junto con una colección de teorías disparatadas como la de "QAnon", que sostiene que el Gobierno federal está dirigido por una camarilla secreta de pedófilos y que Donald Trump es un hombre providencial, una especie de salvador cuya misión es derrotarlos.
Vivimos en la edad de oro de las teorías de la conspiración. Internet hace que sea más fácil que nunca difundirlos. Gracias a la penetración de la red mediante la telefonía móvil, son tan comunes en los países pobres como en los ricos. En Nigeria, mucha gente cree que Muhammadu Buhari, presidente del país desde 2015, murió en realidad en un hospital de Londres en 2017, y desde entonces ha sido suplantado por un doble sudanés llamado "Jibril". En la India, el gobierno de Narendra Modi asegura que Greta Thunberg, una activista sueca que anda permanentemente de mal humor, es parte de un complot mundial para acabar con la industria del té de su país. En Oriente Medio reina desde hace veinte años la idea de que los atentados del 11-S fueron en realidad una operación de bandera falsa tramada por Israel para que EEUU invadiese Irak.
Adolf Hitler consiguió escapar del cerco soviético sobre Berlín y se mudó a Argentina, donde rehízo su vida y se estableció como granjero en la Patagonia
Las ideas conspiranoicas son muy antiguas, muchas de ellas inofensivas y hasta graciosas. Mucha gente en EEUU cree que Elvis Presley no murió en Memphis en 1977, lo que hicieron entonces fue enterrar un ataúd vacío. Elvis, entretanto, está vivo, tiene 86 años y reside discretamente en la zona de los Grandes Lagos. Pero lo de Elvis no es una teoría de la conspiración, es una simple leyenda urbana sin más trascendencia, no muy diferente a la de los hombres de negro que se encargan de organizar el tránsito de extraterrestres por nuestro planeta, o los que aseguran que Adolf Hitler consiguió escapar del cerco soviético sobre Berlín y se mudó a Argentina, donde rehízo su vida y se estableció como granjero en la Patagonia. De seguir vivo Hitler hoy tendría más de 130 años así que pocos se atreven ya a decir que está vivo.
Pero todo lo anterior no son teorías de la conspiración, una teoría de la conspiración es algo mucho más sistemático: es la creencia en un plan secreto creado por un pequeño grupo de personas muy poderosas para dañar a la humanidad o a grandes grupos humanos. Es el caso, por ejemplo, de los “chemtrails”, las estelas de condensación que dejan los aviones a reacción bajo ciertas condiciones atmosféricas que, según aseguran algunos, son fumigaciones a gran escala para intoxicar a la población. Estas teorías son por lo general propaganda política enmascarada en un relato atractivo. Su poder radica en dar a la gente una explicación total del mundo señalando a los malos. Suelen ser absurdas de principio a fin y, a poco que uno se sumerja en ellas, carecen por completo de sentido, pero su capacidad para motivar a mucha gente es lo que las hace peligrosas.
Hicieron creer a muchos que el Papa era en realidad el anticristo o que la Iglesia católica era una secta pagana que continuaba los cultos de la antigua Babilonia
Las teorías de la conspiración han existido a lo largo de toda la historia. Los antiguos romanos se inventaron que el emperador Nerón había provocado el gran incendio del año 64. Posteriormente la historia se enriqueció mostrándonos a un Nerón fuera de sus cabales tocando la lira mientras Roma ardía por los cuatro costados. La invención de la imprenta en el siglo XV posibilitó que esas teorías llegasen a más gente mucho más rápido. Durante las guerras de religión Europa se convirtió en un campo de batalla para los propagandistas protestantes y católicos. Los protestantes demostraron ser más hábiles elaborando falsas historias sobre los católicos. Hicieron creer a muchos que el Papa era en realidad el anticristo o que la Iglesia católica era una secta pagana que continuaba los cultos de la antigua Babilonia. Fue entonces cuando se creo la historia del príncipe don Carlos, presuntamente asesinado por su padre, Felipe II de España, a quien bautizaron como “demonio del mediodía”. Lo de Don Carlos terminó, ya en el siglo XVIII en un drama de Schiller y años más tarde en una ópera de Verdi. Estas teorías difundidas a través de la letra impresa fueron muy populares. Las brujas o los judíos eran el villano recurrente al que había que derrotar porque envenenaban los pozos de agua y asesinaban niños cristianos. A principios del siglo XX la propaganda zarista difundió los Protocolos de los Sabios de Sion, acusando a los judíos de querer apoderarse del mundo. Para que nos hagamos una idea de la persistencia en el tiempo de estas teorías conspiranoicas, la teoría absurda de los sabios de Sion sigue coleando hoy.
El temor y la respuesta
¿Por qué la gente las cree a pesar de que vivimos en un mundo en que la información es muy abundante y de fácil acceso? Sucede que ocasionalmente si existen atentados de bandera falsa como el que justificó la invasión de Polonia en 1939 y eso refuerza a los crédulos. No hay nada parecido a un Estado profundo integrado por pedófilos, pero casos como el de Jeffrey Epstein, un millonario estadounidense bien conectado en las altas esferas que se suicidó en prisión acusado de pedofilia, llevan a muchos a pensar que la excepción es la norma, que hay muchos más Jeffrey Epstein por ahí sueltos y que los gobiernos se valen continuamente de la bandera falsa como técnica para intervenir aquí o allá. Otras teorías de la conspiración se alimentan de los temores de la gente sencilla que quiere una respuesta rápida a las muchas preguntas que plantea el mundo actual. A partir de cierto punto pueden empezar a hacer caja y ya sólo se trata de mantener el ritmo de publicaciones introduciendo nuevas revelaciones en el relato.
Hay que seguir y escuchar a los que piensan distinto que, por lo general, no son malas personas ni quieren acabar con la humanidad, simplemente tienen opiniones diferentes
El atractivo de las teorías de la conspiración tiene sus raíces en la psicología humana. Los seres humanos tendemos a dejarnos llevar por el sesgo de confirmación. Prestamos oídos a lo que nos da la razón desestimando todo lo que se opone a nuestras convicciones. Aparte de eso, solemos sobrestimar nuestra capacidad para entender el funcionamiento de sistemas complejos. El resultado es que buscamos continuamente cámaras de eco. Las redes sociales son perfectas para ese cometido. Sólo seguimos a quienes piensan como nosotros y al que nos interpela o le insultamos o le bloqueamos. Ese es el pan nuestro de cada día en plataformas como Twitter o Facebook. Por eso es necesario luchar contra esa tendencia natural. Hay que buscar activamente la información que contradiga nuestras convicciones y someterla a escrutinio. Hay que seguir y escuchar a los que piensan distinto que, por lo general, no son malas personas ni quieren acabar con la humanidad, simplemente tienen opiniones diferentes, a veces bien fundamentadas y otras veces basadas en simples creencias o en traumas personales.
Eso nos puede proteger a título individual de ser engañados, pero ¿cómo se puede luchar de forma colectiva contra la desinformación? Las empresas tecnológicas lo están intentando desde hace años mediante algunas medidas polémicas. Facebook, por ejemplo, limita a cinco la cantidad de contactos a los que un usuario puede reenviar simultáneamente un mensaje en WhatsApp. Twitter, por su parte, ha eliminado casi cien mil cuentas vinculadas a QAnon. YouTube desmonetiza desde hace ya mucho tiempo los contenidos relacionados con ciertos acontecimientos de actualidad para que, al menos, los que difundan ciertas teorías no ganen dinero con ello. Estas medidas han venido, como decía, acompañadas por la polémica porque en las grandes empresas tecnológicas hay cierto sesgo ideológico, están más escoradas hacia la izquierda y eso ha llevado a que aparezcan alternativas para los activistas de derechas, cámaras de eco prácticamente puras como Gab o Parler. Seguramente el mejor modo de combatir estas teorías es desacreditarlas con buena información debidamente contrastada. Es imposible que lo sepamos todo, ante ello sólo cabe el sano escepticismo y la convicción de que el mundo es un lugar grande y complejo, pero, por lo general, mucho más aburrido de lo que muchos creen.