Opinión

La insoportable levedad del centro

Las elecciones legislativas francesas, cuya segunda y definitiva vuelta se celebrará el próximo domingo han sido, son y serán objeto de una

  • Emmanuel Macron. -

Las elecciones legislativas francesas, cuya segunda y definitiva vuelta se celebrará el próximo domingo han sido, son y serán objeto de una infinidad de análisis. Sin embargo, hasta el momento, no se ha prestado atención a un fenómeno fundamental, al margen de otras consideraciones, para comprender la polarización de la política francesa. A saber, la desestabilización del sistema político causado por la existencia de un gran partido ocupando el centro geográfico de la escena pública. Esto parece anti intuitivo y contrario a la sabiduría convencional según la cual las formaciones centristas se consideran como una fuente de moderación, de amortiguación del extremismo. 

Cuando en la dimensión izquierda-derecha el centro métrico está ocupado, la mecánica competitiva depende de un centro con vocación hegemónica que se enfrenta tanto con la izquierda como con la derecha. Ello desalienta la “centralidad”, esto es, los impulsos centrípetos y moderadores de la competencia bipolar. El resultado es la tendencia de los partidos ubicados en ambos lados del espectro partidista a plantear alternativas radicales, lo que contribuye de manera decisiva a generar un crescendo de escalada extremista. Esto ha ocurrido de manera clara en Francia a lo largo de los últimos años, cuyo cénit se ha alcanzado en estos comicios.

El centro es un mero lugar geográfico sin contenido sustantivo en donde coinciden los moderados de la izquierda y de la derecha y está condenado a un permanente desgarro interno

Al agudizar las distancias entre la izquierda y la derecha, la presencia del hiper centro reduce y puede llegar a destruir el consenso básico y necesario en cualquier sociedad democrática. Cuanto más dure la posición dominante de aquél, mayor es el riesgo de que se ponga en cuestión no ya su gestión gubernamental, sino la propia legitimidad del régimen existente. La fiebre ideológica sube de manera exponencial y ello termina por convertir la concurrencia pacífica y civilizada entre los partidos en una dialéctica existencial amigo-enemigo con potenciales tendencias antisistema. De nuevo, este escenario de guerra civil fría es también un rasgo de la realidad francesa de esta hora. 

El centro como síntesis ideológica —«lo bueno de la izquierda y lo bueno de la derecha»— tiende inevitablemente a la esquizofrenia. Como escribió Duverger: «Todo centro está dividido contra sí mismo al permanecer dividido en dos mitades, centroizquierda y centroderecha. El destino del centro es ser separado, sacudido, aniquilado; sacudido cuando vota en bloque bien por la derecha bien por la izquierda; aniquilado cuando se abstiene».

El resultado final es su desintegración o su transformación en una fuerza marginal. Así le sucedió al Zentrum en la Alemania de la República de Weimar, al Movimiento Republicano Popular (MRP) en la IV República francesa, al Partido Radical en Chile y ese será el destino del partido de Macron.

Al estar desgarradas ideológicamente en dos, las formaciones centristas no pueden tomar iniciativas claras porque éstas las destruirían y, por tanto, son incapaces de llevar a cabo programa alguno

El centro es un mero lugar geográfico sin contenido sustantivo en donde coinciden los moderados de la izquierda y de la derecha y está condenado a un permanente desgarro interno. Por otra parte, está incapacitado para desarrollar un proyecto coherente. Como demuestra Sartori, está constituido básicamente por retroacciones, lo que conduce a los partidos situados en esa zona a ser organismos pasivos con tendencia al inmovilismo. En otras palabras, las formaciones centristas están condenadas a una estrategia de mediación y de tibieza.

Al estar desgarradas ideológicamente en dos, no pueden tomar iniciativas claras porque éstas las destruirían y, por tanto, son incapaces de llevar a cabo programa alguno. Son esclavas de la tercera vía, pero ni siquiera por convicción sino por mero instinto de conservación. Sus mejores energías se derrochan en buscar compromisos que levanten las menores resistencias posibles. 

La búsqueda de una vía intermedia entre dos puntos del espacio político ni es una novedad ni ha significado siempre lo mismo. En la Europa de la posrevolución francesa, el liberalismo doctrinario aparecía como una tercera vía entre la reacción y el radicalismo. En la de finales de siglo, el corporativismo católico  ofrecía un punto medio entre el capitalismo y el socialismo, y en la de entreguerras, los movimientos fascistas se definían como una alternativa al decadente demo liberalismo y al comunismo.

El Partido Popular ha de aprender esa lección cuando proclama su vocación de partido de centro, salvo que se considere ese calificativo como una expresión de buenos modales, una norma de cortesía

En la historia española reciente, la UCD fue un intento más de esa índole y, además, una muestra de la tendencia degenerativa que suelen padecer este tipo de enfoques en las democracias liberales: la indefinición constante, la búsqueda enfermiza del consenso en todo y para todo y la vieja-falsa idea de que la verdad y la virtud siempre están en el justo medio. 

El fracaso del experimento centrista de Macron es sólo uno más de una interminable lista. El centro derecha español, el Partido Popular ha de aprender esa lección cuando proclama su vocación de partido de centro, salvo que se considere ese calificativo como una expresión de buenos modales, una norma de cortesía. La otra opción, no muy atractiva, es la renuncia del PP a su aspiración mayoritaria y la asunción de un papel de bisagra minoritaria y moderadora entre la izquierda y la derecha.  

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