De niña solía ser bastante terca, amante de mi independencia y criterio propios. Para mostrarme lo absurdo de mi sempiterno sostenella y no enmendalla mi padre me contó el chistorete del sargento que ordenó de muy malos modos a sus soldados que se abrigaran bien, la noche se intuía fría. Uno de ellos se dijo mentalmente “para que se joda el sargento, duermo sin manta”. Mi padre me contó el cuento la primera vez de forma completa y sosegada. Llegaba yo a ser tan desquiciante que al final me daba por imposible, y se limitaba a gruñir impacientemente: “hala, para que se joda el sargento, duermes sin manta”. Y, efectivamente, me he comido muchos resfriados, gripes, bronquitis y neumonías por necedad. Simbólicas, se entiende.
La izquierda en general, y la podemita en particular, me recuerdan a mí en este aspecto.
Después de lo ocurrido en Saint-Denis hemos contemplado atónitos cómo muchos compraban la historia de las hordas de ingleses que acudieron con entradas falsas a la final de la Champions. Lo más llamativo no ha sido ver cómo corría esta versión en redes sino verlo aceptado como relato oficial por periódicos antaño tan solventes -especialmente en la sección de internacional- como El País. Si la población de origen norteafricano no puede ser bajo ningún concepto un problema, lo lógico será negar todo dato que apunte en esta dirección. ¿Voy a creer al buenismo benevolente o a mis propios ojos? Sostenella y no enmendalla. Y, para que se joda el sargento, que la inmigración no conflictiva cargue con el sambenito. Justos por pecadores.
Hipermoralismo militante
El problema es que la realidad también es terca y acaba imponiéndose finalmente de una forma u otra. El caso de los transexuales usando vestuarios del sexo que sienten como propio y participando en competiciones femeninas es paradigmático, aunque aún hoy mucha gente siga comulgando en este tema con ruedas de molino. No sé si por miedo a la censura del hipermoralismo militante o por auténtico lavado de cerebro, el caso es que - como las meigas- haberlos haylos, y muchos. Lo que sí sabemos es que el hipermoralismo y la comedura de tarro establecen entre ellos una relación simbiótica en la que ambos factores se retroalimentan el uno al otro. La izquierda más woke es plenamente consciente de ello, no en vano los libros de texto del año que viene están trufados por ley de propaganda socialista y de agenda 2030.
Respecto a esto, la última ocurrencia de Ione Belarra ha consistido en fundirse 357.555 euros para publicitar el “optimismo sostenible”. A muchos lectores les escocerá el dato, especialmente ahora que estamos en plena campaña de Hacienda y los sablazos del fisco duelen más que nunca, pero seamos justos: que los creativos sigan convenciendo a tanta gente de que hay mujeres con pene, y de que nuestro modelo alimenticio contamina (justo cuando se avecina una crisis alimentaria a causa de la invasión de Ucrania) amerita esa cifra y mucho más. El genio propagandístico hay que reconocerlo, cosa distinta es saber cuánto estirar de la cuerda: esta izquierda ha olvidado por completo su mito fundacional –proteger al débil y al desprotegido- y acabará, por testaruda o ciega, como el soldado de la moraleja de mi padre: enferma de una neumonía que le llevará a la tumba.
Llevan años amenazando con la llegada del lobo del presunto fascismo y, efectivamente, la profecía de Pedro -el del cuento y la de nuestro presidente- se cumplirá: no sólo están descuidando a su votante tradicional, directamente lo vilipendian. ¿A quién va a votar este electorado huérfano de padre y madre? No me extraña que haya tantas fotos de Abascal fumándose un puro.
Contramano69
Mi padre, militar, nos solía decir: "que se joda mi capitán, que hoy no como rancho". Viene a ser lo mismo. Yo lo uso con mis hijos.
Farringdon
Interesante artículo. Por decir estas cosas a VOX le tachaban de ultraderecha, y curiosamente, en este mismo diario en el que usted escribe. De hecho, aún lo hacen. Lo de que la izquierda protege al débil y desprotegido esmuy tierno. Es asombroso que en España haya gente formada que aún se lo crea. El marxismo no es más que una reacción contra el universo modernista nacido de la Ilustración y el racionalismo que pretendía volver a un nuevo sistema feudal donde los marxistas fueran los nuevos aristócratas. Para ello manipularon primero a los obreros de la revolución industrial, luego a los del campo en los años treinta, hasta que se dieron cuenta de que los obreros no les valian: en cuanto hacen dinero se "aburguesan". Por eso ahpra la manipulación está en el postmodernismo en sus versiones queer, postcolonialista, relativismo cultural y teoría crítica racial. Ahí es donde está el campo de batalla actual. Lo demás son cuentos del siglo pasado. Como el del sargento. Igual. Un saludo