No es sencillo encontrar un final más distópico en la historia del cine que el de El planeta de los simios (Franklin Schaffner, 1968), con el fallecido y polémico actor Charlton Heston en el papel protagonista del astronauta coronel George Taylor, quien, junto a su tripulación y tras una travesía de apenas 18 meses a la velocidad de la luz, termina aterrizando en un desconocido planeta en el que corre el año 3978.
Tampoco es fácil, por no decir imposible, hallar un período en España tan distópico como en el que nos hallamos en 2024 tras un viaje de apenas 46 años después de que nuestra democracia despegara para dejar atrás una aciaga dictadura. Es posible que desde 1978 la sociedad española haya viajado en ciertos aspectos a la velocidad de la luz. Pero lo que es innegable es que, con el sanchismo, España ha pasado de la utopía a la distopía, al menos en materia de Justicia.
No es exagerado sostener esta afirmación, porque Sánchez, y los que apoyaron la moción de censura de 2018, llegaron enarbolando la bandera de la lucha contra los corruptos y la corrupción. De liberar a las instituciones judiciales del oprobio de la política. Nuestro país, con la ayuda del PSOE, Podemos, PNV y otros partidos, iba a encaminarse, por fin, al oasis montesquiniano de la verdadera separación de poderes. Sin embargo, ha ocurrido precisamente lo contrario.
A partir del acuerdo del 7 de marzo suscrito entre Junts y PSOE respecto del nuevo texto de la ley de amnistía (ni se merece unas mayúsculas), y salvo que fracase su votación en las Cortes Generales, estamos un poco más cerca de pervertir por siempre nuestro sistema de Administración de Justicia; un paso más próximo a que una buena parte del conjunto de la sociedad española pueda perder por siempre el respeto a las instituciones judiciales; o lo que aún es peor, a la Norma penal misma.
En este punto es crucial llamar la atención sobre que el Derecho Penal, y por tanto los castigos que comportan las penas asociadas a los delitos, cumple una importante labor social en un estado democrático de Derecho como el nuestro: la que se denomina como finalidad de "prevención general de la norma", la cual, en síntesis, y en la noción del filósofo Feuerbach interpretada por Mir Puig, se traduce en la prevención frente a la colectividad, en la concepción de la pena como medio para evitar que surjan delincuentes en la sociedad.
De esta manera, la pena prevista para aquellos que transgredan la norma, trataría, en síntesis, de lanzar el mensaje trascendental a la sociedad de que tal o cual hecho constituye un delito, y de que el Estado, a través de los jueces y tribunales, impone de manera efectiva la sanción a quien, tras un proceso con todas las garantías, es considerado culpable.
Por el contrario, la amnistía con la que Sánchez (y socios) pretende premiar a los que intentaron subvertir el orden constitucional, a los que desviaron cientos de miles de euros por el camino con el mismo fin, a los que cometieron acciones terroristas o a los que, al parecer, se lucraron durante décadas con el dinero de todos los españoles, lanzará un aturdidor y confuso mensaje a la ciudadanía completamente distinto al que pretende el de la prevención general: que depende de quién cometa el delito (sin importar su gravedad) si el que lo hace es de "los míos". Porque entonces la Ley jamás les alcanzará; no les será de aplicación.
Jamás se les podrá juzgar
Los españoles comprobarán entonces que todos a los que la amnistía alcance (cuyo número está aún por determinar) ya no es sólo que se les vaya a juzgar para luego perdonarles sus ofensas a través de un indulto (como ya se ha hecho con algunos de ellos), sino que jamás se les podrá ya juzgar.
Así, se obligará a la sociedad española a olvidar forzadamente que los que transgredieron gravemente las leyes ni tuvieron que afrontar la molestia de verse sometidos a un proceso judicial, a ver sus nombres en las portadas de los periódicos o esperar unos años a que un juez les declarara inocentes, tal y como les ocurre a diario a cientos de personas que osan violentar las leyes y no tienen el privilegio de que Sánchez necesite de su apoyo parlamentario o de sus votos.
Al igual que en la escena final de la película de El planeta de los simios, cuando Heston contempla horrorizado los restos de la Estatua de la Libertad y se da cuenta, por fin, de que en realidad no está en un ignoto planeta de una lejana galaxia, sino en la Tierra -a la que sus contemporáneos llevaron a la ruina con sus absurdas disputas y querellas-, sólo puedo decir al contemplar esta ley de amnistía: "¡Yo os maldigo!".
Víctor Sunkel, Sunkel & Paz Penalistas