Opinión

Libertad e innovación, palabras tabú en España

Nuestra gran asignatura pendiente es desarrollar innovaciones tecnológicas propias, para avanzar en la convergencia con los países más prósperos del mundo.

  • Retrato de Friedrich Hayeck

Todos los días, sin excepción, son noticia los despilfarros de los gastos del Estado, los apaños de los concursos y las subvenciones públicas junto con la corrupción asociada a ellas; que solo generan riqueza para los amigos del poder político a costa del resto de la sociedad.

El gran economista norteamericano, Mancur Olson, se ocupó de todo ello en dos ensayos devenidos clásicos. En el primero, La lógica de la acción colectiva (1962), describió como determinados grupos de pillos amigos del poder político se enriquecían a costa del resto de la sociedad. En el segundo, Auge y decadencia de las naciones (1982), describía las consecuencias -decadencia- de dichas pillerías.

El auge de las naciones y los enormes progresos -en todos los ámbitos– de la humanidad a lo largo de la historia se pueden resumir en dos grandes palabras: libertad e innovación.

Ambas apelan necesariamente al individuo, por lo que las ideologías políticas colectivistas que surgieron y todavía andan incompresiblemente presentes en la vida social, siempre han sido y seguirán siendo incompatibles con cualquier tipo de progreso: tecnológico, económico, social, político, artístico, científico, etc.

Es posible que el primer gran ejercicio de la libertad individual estuviera asociado al abandono de la tribu por aquellos individuos ansiosos por salir del círculo vicioso de un entorno cerrado y sometido a la exclusiva voluntad del jefe, para explorar nuevas maneras de buscarse la vida. Sobre este iniciático proceso, compartían Carl Popper & Konrad Lorenz en un libro de conversaciones titulado El porvenir está abierto (1985), que quién se arriesga a salir del nivel de adaptación, o “nicho ecológico, en caso de tener éxito, alcanza un nivel superior”. Añadían que “el aprendizaje a través de la prueba y el error, constituye siempre una aventura”, que en el caso de salir bien abre caminos a los demás.

La “sociedad extensa” –en palabras de Friedrich Hayeck– que sucedió a la tribal, se fundamentó -y lo sigue estando– gracias al libre comercio, que hizo posible el aumento de la población y la creación y extensión de la civilización -según Montesquieu-.

Cuando las bandas de cazadores y recolectores dieron paso a una nueva sociedad neolítica basada en la agricultura y la domesticación del ganado, la propiedad privada emerge como una institución imprescindible para un progreso civilizado de las sociedades. En “Grecia, la propiedad privada era intrínsecamente inseparable de la libertad individual, así como reconocidos mecanismos para su transmisión”, nos recuerda Hayeck, que también sostiene que: “La libertad, no es un estado de la naturaleza, sino una creación de la civilización”.

El ser humano es intrínsecamente innovador. Sin creatividad, sostiene Mihaly Csikszentmihalyi en su obra Creativity (1996), “sería difícil distinguir los humanos de los simios. La creatividad consiste en tener nuevas ideas, algo que no está al alcance de los simios, compartirlas con los demás -es decir el mercado- y solo si tienen éxito cobran existencia”.

La necesaria interacción

La creatividad humana -un hecho absolutamente individual– engendra invenciones que solo pueden concebir personas concretas -en contra de la perniciosa mitología progresista que las colectiviza- para convertirlas después en innovaciones que requieren, necesariamente, la interacción con otros individuos, las instituciones y los mercados.

Ninguna sociedad colectivista, ni dominada por instituciones centralizadas incompatibles con la libertad individual, tanto del más remoto pasado como del presente, ha progresado nunca, como si lo han venido haciendo las más libres y abiertas al porvenir.

Y ¿qué se puede decir de la innovación en España?. Que está cada vez más postergada en la agenda política, lo que en consecuencia justifica la decadencia económica que está caracterizando el transcurso de la mayor parte -los gobiernos socialistas- del siglo XXI.

Siendo evidente que España ha venido incorporando a buen ritmo las innovaciones tecnológicas y de procesos asociadas a nuestros tiempos y muy en particular las relativas a las tecnologías de la información y la comunicación, con positivas consecuencias para el crecimiento económico, nuestra gran asignatura pendiente es desarrollar innovaciones tecnológicas propias, para avanzar en la convergencia con los países más prósperos del mundo.

No ayuda la UE en la tarea, pues sus muy intervencionistas políticas socialdemócratas enemigas -aún no declaradas, sí reales- contra la innovación y amigas de los intereses creados del pasado, explican muy bien la creciente divergencia en renta per cápita con EEUU; algo que no parece preocupar a nadie, desde que Felipe González -siendo presidente de una Comisión sobre el futuro de la UE– lo pusiera de manifiesto, sin que le hicieran el menor caso.

Además de reconstruir nuestro marco institucional, apueste seriamente por la innovación y por tanto por un vigoroso auge -hoy abandonado- económico y social

En España, la palabra innovación no forma parte de la política y menos aún del gobierno, que aún no mencionándola, casi todo lo que hace la perjudica. Al fin y al cabo su ideología social-comunista, adobada con la tribal nacionalista, está frontalmente en contra de la libertad y su más rica proyección, la innovación, antes glosadas.

El actual estatuto del profesorado universitario debe habilitar de inmediato la coexistencia de la carrera académica con la empresarial, hoy casi incompatibles

Preocupados, como les es propio, por el desmantelamiento del Estado de Derecho y la opresión regulatoria y fiscal de la función empresarial, con las consabidas consecuencias que nos sitúan en la cola del crecimiento económico y del empleo del primer mundo, es hora de pensar en un próximo -cuanto antes mejor- gobierno, que además de reconstruir nuestro marco institucional, apueste seriamente por la innovación y por tanto por un vigoroso auge -hoy abandonado- económico y social.

He aquí una agenda de imprescindibles actuaciones:

Ámbito universitario: puesto que España ha progresado mucho en publicaciones científicas, y muy poco en su materialización comercial, el actual estatuto del profesorado universitario debe habilitar de inmediato la coexistencia de la carrera académica con la empresarial, hoy casi incompatibles. Debe resultar posible, como en EEUU, ser un prestigioso profesor y un rico empresario a la vez.

Unidad de mercado: las fronteras existentes entre las comunidades autónomas a la libre circulación de bienes y servicios, deben ser abolidas; pues la dimensión de los mercados es determinante del éxito de las innovaciones.

Convenios laborales: deben circunscribirse a cada empresa, por lo que los sectoriales y territoriales -en tanto cárteles en contra de la libre entrada y salida de los mercados- deben estar prohibidos.

Fiscalidad: los impuestos al capital y al trabajo deben ser rebajados y las plusvalías obtenidas en inversiones tecnológicas innovadoras librarlas inicialmente -los primeros años- de imposición.

Legislación: la introducción de cualquier nueva norma que afecte al quehacer económico exigirá la cancelación de al menos tres previas.

Subvenciones: los programas gubernamentales de I+D serán abolidos, porque nadie y menos el gobierno sabe, si tiene porqué, sobre qué y como innovar; algo que concierne descubrir a la perspicacia empresarial.

Incentivos fiscales: los gastos e inversiones en innovación tecnológica deben beneficiarse de generosas deducciones en el impuesto de sociedades, cuya evaluación correrá a cargo de una agencia profesional independiente, sin que la inspección de hacienda pueda cuestionar sus resoluciones.

Crecimiento de la dimensión empresarial: debe librarse de los muchos obstáculos administrativos, fiscales y laborales que lo dificultan cada vez más.

Agencia de la libre competencia en los mercados: tras eliminar otras innecesarias o perjudiciales, una nueva agencia pública con la debida autoridad, debe velar por la materialización de la libre competencia en todos los mercados.

El común denominador de todas las propuestas es un ahorro de gasto público junto con la mejora de la eficiencia y la competitividad de nuestra economía. Ya sabemos que ambas cosas son ajenas al actual gobierno. ¿Podemos esperar que otro nuevo, más necesario que nunca, las ponga en marcha?

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