Opinión

La lista más votada

La gobernabilidad de uno de los dos partidos que han mantenido la centralidad política en los últimos cuarenta años no debe pervertirse con alianzas sospechosas

  • Un hombre ejerce su derecho a voto

En los últimos días, como consecuencia de la conmemoración del cuarenta aniversario del Estatuto de Autonomía de Extremadura, fui requerido por algunos medios de comunicación para que me pronunciara sobre la propuesta que hizo el líder del PP, Feijoo, en relación con su deseo de que gobierne la lista más votada en el supuesto de que ninguna consiguiera mayoría absoluta.

Cuando se habla de esa eventualidad imagino que se está haciendo referencia al gobierno de España y no al de las Comunidades Autónomas y al de los Ayuntamientos. Y en función de esa delimitación, manifesté mi aceptación de esa propuesta que creo evitaría casamientos contra natura. La gobernabilidad de uno de los dos partidos que han mantenido la centralidad política en los últimos cuarenta años no debe pervertirse con alianzas sospechosas.

Algunos militantes o simpatizantes socialistas han rebatido mi afirmación. No estoy seguro de que ellos prefieran un gobierno del PSOE amparado por partidos marginales, populistas o independentistas a otro en el que la victoria socialista le garantizara un gobierno sin esa pesada carga. Solo los desconfiados y los melindrosos temen esa propuesta. Desconfianza en un partido que ellos aparentemente defienden y apoyan más que nadie, y miedo a que esa circunstancia facilitaría el gobierno para el PP, porque están seguros de que el PSOE no resultaría ganador en las próximas elecciones.

Cuando el PSOE fue visto como un partido aliado con izquierda Unida, como ocurrió con Joaquín Almunia, el PSOE dejó de ser el referente de gobierno serio, responsable y fiable

Quienes defendemos la propuesta de la lista más votada estamos seguros de la fortaleza del PSOE y de la confianza que inspiraría en la mayoría del electorado si aparece como lo que es, desprendido de adherencias que le presentan como un partido sospechoso en la defensa de la Constitución y de la unidad de España.

Una campaña electoral en la que el PSOE defendiera su proyecto de sociedad, alejado de la desigualdad que practican los populares, y de populistas e independentistas que jamás van a resultar fiables para quienes defendemos la permanencia del Estado como el único instrumento del que dispone buena parte de la sociedad española para vivir con dignidad, sería votado como ocurrió cuando fue en solitario a unas elecciones, obteniendo varias mayorías absolutas. Cuando el PSOE fue visto como un partido aliado con izquierda Unida, como ocurrió con la candidatura a la presidencia del gobierno de Joaquín Almunia, el PSOE dejó de ser el referente de gobierno serio, responsable y fiable.

Los avances sociales que los socialistas han inculcado en la vida de muchos españoles y en la legislación española, son avales suficientes como para presentarse como adalides de los derechos humanos y de la igualdad que proporciona la educación pública, la sanidad universal y las pensiones para todos los españoles que reúnan los requisitos exigibles. Cuando esos avances y conquistas sociales han ido acompañados de decisiones incomprensibles para el electorado progresista, han perdido visibilidad y han quedado oscurecidos por las exigencias de populistas e independentistas.

En la sociedad española son más, muchos más, los que desean un partido que les garantice la sociedad justa y equitativa similar a la que diseñó y conformó el PSOE

Por muchas voces que se den en la próxima campaña electoral y por muy sensatas y reconocibles que resulten las propuestas socialistas, siempre quedará flotando en el electorado la duda de si esas propuestas quedarán en la papelera como consecuencia de hipotecas indeseables con otras formaciones políticas.

Quienes confiamos en la historia y fortaleza del PSOE no tenemos ningún temor a aceptar la propuesta de los populares. Sabemos que se les puede ganar porque en la sociedad española son más, muchos más, los que desean un partido que les garantice la sociedad justa y equitativa similar a la que diseñó y conformó el PSOE en tiempos más difíciles que los actuales, pero con más confianza en nuestras posibilidades como pueblo y en los políticos poco sospechosos respecto a sus intenciones.

Solo quienes no confían en el PSOE, por mucho que lo defiendan como si fueran sus únicos garantes, se oponen al desafío de ser la primera fuerza electoral y,  por lo tanto, la encargada de la formación de gobierno sin dependencias extrañas a su ideario, a sus siglas y a su historia.

El PSOE no puede tunearse para parecer lo que no es. Los aditamentos no provenientes de fábrica despistan al electorado y confunden a quienes sienten en ese tuneo una pérdida de identidad del partido de Pablo Iglesias y de Felipe González.

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