Opinión

¡Los gordos al poder!

Ángela Rodríguez, Pam para las amigues, dice que quiere más gordos en el Congreso. ¡Adelante!

  • La secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género Ángela Rodríguez -

Señoras y señores, pertenezco a esa parte de la humanidad que es gorda. Algunos lo llaman sobrepeso, obesidad mórbida, arrear lorzas e incluso aplasta sillas. Da igual. Soy gordo y yo sería el primero en negar tal cosa. Eso sí, mi gordura está fabricada a base de excelente materia prima, nada de chopped ni sopicaldos de sobre. Pero la gordura ahí está y, más allá de la salud, no he tenido el menor problema con mi aspecto salvo los episódicos insultos de quienes, siempre desde el anonimato del seudónimo cobarde, han aludido a mi masa corporal como elemento de estigmatización. A ésos, que les den por traspuntín. 

Debo añadir que nunca me he sentido acosado, estigmatizado, cosificado y ni siquiera pasteurizado por mi cuerpo serrano. Como sostengo que lo que cuenta es el carácter y el intelecto, el resto me resulta inverosímil, uséase indisoluble, que son palabras sinagogas. Así pues, jamás se me habría pasado por la cabeza tener responsabilidades públicas y pasarme el día hablando de que si los gordos estamos mal vistos – ahora, que antes estar de buen año era síntoma de ricos, igual que estar moreno era de pobres – o que si los calvos ligan menos, o que los que llevamos antiparras vivimos sometidos al epíteto de cuatro ojos. A los maleducados, Pam, se les envía al guano por correo certificado. Pero las podemíticas quieren legislar según sus traumas, y vete aquí que Pim Pam Pum, número dos de Irene Montero, dice que le gustaría ver más personas gordas en el Congreso y que ya está bien de cánones físicos.

Nunca me he sentido acosado, estigmatizado, cosificado y ni siquiera pasteurizado por mi cuerpo serrano

A ver, Pam param pam, creéis ser las primeras personas en pasar por eso que llamamos vida. Hasta vosotras la mujer era poco menos que el taquillón del recibidor, ninguna había tenido un orgasmo, puesto los cuernos al marido, estudiado una carrera, tenido un negocio, parido un hijo, saberse los ríos de Europa, hacer la regla de tres o, ya que estamos, ser gorda. Todo empieza con vosotras en este primer año de la era morada. Pues no, señora mía. Gente gorda la ha habido siempre en ese hemiciclo en el que se sienta su jefa a hacer pucheritos. ¿Le suena Doña Cristina Almeida? Un mujer de ideología comunista, feminista, a la que nadie le tosió nunca y que se jacta de haber ligado lo suyo. Y, ya que estamos, recuerdo perfectamente a la diputada socialista Anna Balletbó con una barriga notable debida al embarazo, salir del edificio del Congreso el 23-F por deferencia de Tejero. Peces Barba tenía panza, y la tuvo en su día Indalecio Prieto a quien Salvador de Madariaga apodaba “El huevo” y barriga tiene mi admirado ministro Margallo.

En fin, no se trata de poner más ejemplos, que los hay, y conste que estoy empleado la palabra gordo sin la menor intención de faltarle el respeto a nadie. Yo mismo me he calificado como tal nada más empezar el artículo. Pero va siendo hora de que acudan ustedes más al psicólogo – usted reconocía en la entrevista en la que soltó esta barbaridad que iba a uno, lo que me parece normal y sin mayor relevancia – y redacten menos leyes. Porque no se trata de que existan más diputados gordos que flacos, más guapos que feos, más altos que bajos o más hombres que mujeres. Se trata de que los escaños estén ocupados por gente que tenga como único fin la solución de los problemas de los españoles dejando colgados en el perchero de su casa sus complejos. Y si resultase que todas son gordas, calvas, bajitas, pues magnífico, siempre que el objetivo fuese el que le he indicado. ¿O cree usted que el enfermo a punto de ingresar en el quirófano se fija en el físico del cirujano?

Se trata de que los escaños estén ocupados por gente que tenga como único fin la solución de los problemas de los españoles dejando colgados en el perchero de su casa sus complejos

Dicho todo esto, si su propuesta se plasmara o plasmase en una ley concreta, hablemos. Preferentemente a la hora de comer. ¡Y que vivan el puchero, la fabada, la paella y el arroz con leche, carajo!

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