Es probable que haya tenido la oportunidad de escuchar el diálogo entre la ministra de Defensa Margarita Robles y un grupo de vecinos en Paiporta. He visto el momento, la bronca en realidad de esta señora perdiendo los papeles en un garaje lleno de barro. No doy crédito. Falta al respeto de los valencianos y de los familiares con muertos con esos gritos desaforados, esos aspavientos de una mujer fuera de sus casillas que es miembro destacado de un Gobierno que, vaya por Dios, también está fuera de sus casillas. Desde ese punto de vista, todo normal.
Las ayudas no han llegado un mes después. ¿De quién será la culpa? De ella, que es parte muy activa de este Gobierno, no. Es una pena que nadie le haya dicho que, por mucha razón que ella tenga, si la tuviera, los vecinos hablan desde la rabia, y eso hay que respetarlo. Cuando se está sufriendo y el dolor y el abandono te aplastan siempre se tiene la razón. ¿En qué momento ha perdido la ministra más veterana del Gobierno la capacidad de ponerse en el pellejo de los que viven en la incertidumbre de no saber qué será de ellos, qué de sus casas y negocios destrozados? ¿De verdad es incapaz de entender el silencio total de la última manifestación de los vecinos de Paiporta? Dios siempre habla en silencio, cantaban Simon & Garfunkel en aquellos años en que la ministra era joven. No ha debido escuchar la canción desde entonces.
Cuando pienso en los Consejos de ministros de este Gobierno siempre me viene a la cabeza una habitación dentro una fábrica de hielo en cuyas paredes están escritas las encapsuladas instrucciones para repetir a los medios. Claro, que también recuerdo a las ovejas, vacas y gallinas de Rebelión en la granja: todos somos iguales, pero algunos más iguales que otros. Incluso para la corrupción los socialistas son más iguales que el PP. Correa fue para ellos un delincuente desde el minuto uno. "Aldama se piensa que es James Bond y es el pequeño Nicolás segunda parte", asegura Óscar López, otro ministro que no tiene culpa de nada y al que es imposible tomar en serio. Al frente de Paradores lucía menos y ganaba más.
Ni los vecinos de Paiporta, ni los que leen este artículo tienen la culpa de que usted sea ministra del presidente más inverosímil de la democracia. Eso es asunto suyo
Por la forma en la que Margarita Robles soporta la manera de trabajar de su jefe sabemos que sigue sin entender que en política no se puede hacer todo lo que no es delito. Aunque tuviera la verdad en los labios la ministra tuvo una buena oportunidad para callar. Se llama empatía, pero también conmiseración. En el vídeo en cuestión, los vecinos de Paiporta le hacen ver su disgusto e incomprensión porque los militares no estuvieran antes en la zona del desastre y los garajes sigan enfangados un mes después, y es en ese momento cuando estalla:
- ¡Yo no tengo la culpa! ¡Yo no tengo la culpa!
Asegura la ministra que obedecen órdenes, que les han dicho que primero hay que normalizar los garajes públicos y luego los privados. ¿Y entonces quién la tiene? ¿Pero no es usted la responsable del Ejército de España? Ni los vecinos de Paiporta, ni los que leen este artículo tienen la culpa de que usted sea ministra del presidente más inverosímil de la democracia. Eso es asunto suyo. Quizá hoy no pueda recordar bien el día en el que aceptó el cargo para formar parte este Gobierno de aficionados a la política, la mayoría sin más beneficio que la suerte que les espera cada vez que Sánchez piensa en ellos. No es el caso de la ministra Robles que tiene su lugar fuera de la política. En su caso, lo que sorprende es su frialdad y distancia. Pero una mano lava la otra y las dos lavan la cara.
Y así van tirando, envueltos en un mundo de falsedades, mentiras y engaños, tres atributos de la condición humana de naturaleza muy distinta. Si no pueden decir la verdad, al menos, belicosa ministra, no falte el respeto,
-¡Yo no tengo la culpa! ¡Yo no tengo la culpa!
Desde luego, desde luego. Tampoco de que usted no haya resuelto esa contradicción que de vez en cuando le fustiga la memoria de haber estado en Gobiernos de Felipe González, pero también en el de este presidente que desde hace meses no puede pisar las calles sin que le insulten y le tiren barro. Sánchez ya no ha vuelto a Valencia, ni parece que lo vaya a hacer. Tampoco ha vuelto a La Palma para ver cómo están las ayudas que prometió en su momento. Se gobierna mejor desde Madrid. En realidad, el presidente no puede salir de La Moncloa sin que haya riesgo de encontrarse con ciudadanos hartos de su forma de gobernar. O de mandar, que no es lo mismo.
¡Yo no tengo la culpa! ¡Yo no tengo la culpa!
Hay que tener cuajo -los cojones aquí no pintan nada- para que, a punto de que se cumpla un mes de la Dana, salga Pedro Sánchez asegurando que Teresa Ribera ha dejado en sus años de ministra "un legado impresionante". ¿Se cachondea de nosotros? España es un país huérfano de dirigentes capaces, serios, respetados y respetables. Los que tenemos están centrados en soportar el chaparrón del próximo escándalo en forma de vasta corrupción, esa que por fascículos publican esos hijosdeputademierda sobre Aldama, Ábalos, Koldo, el fiscal general, Begoña Gómez, el hermanito del hermano. Esta corrupción que, por imperativo legal, hemos de señalar como presunta, pero no tanto como esa otra más sofisticada y que viene de las exigencias de los partidos que sostienen a Sánchez, y a usted ministra, con tal de que les vayan dejando hacer su trabajo: cada vez menos España. Hermosa actividad para quien debería ser garante de todo lo contrario.
-¡Yo no tengo la culpa! ¡Yo no tengo la culpa!
No es fácil saber qué pasará dentro de dos semanas ni de dos años. Se sabe, y en eso Tezanos no miente, que suceda lo que suceda siempre habrá unos cuantos millones de españoles, dicen que entre cinco y siete, que seguirán votando al Psoe de Sánchez con tal de que la derecha franquista no gobierne. Ya ven que, para alivio de la ministra Robles, las culpas estarán entonces muy repartidas. A finales de diciembre, en el 41 Congreso socialista, Sánchez saldrá por la puerta grande aclamado por sus militantes. Y volverá ufano a palacio y podrá divisar de nuevo el gran muro construido para separar a unos españoles de otros. He ahí su gran obra en seis años de gobierno. La derecha cerril, la extrema derecha carpetovetónica, los sospechosos empresarios, los periodistas vendidos, el fango y, ahora, ese pobre hombre de Mazón culpable del desastre.
Sostiene Luis Landero en su última novela que "el asco está siempre cerca del deseo". También de las culpas que no se quieren asumir. Por si a la ministra Robles le interesara, que sepa que la novela en cuestión se titula La última función.