El Partido Popular se desangra por unas encuestas que, ciertas o no, afectan a la percepción de su liderazgo. Génova se ha convertido en una trinchera desde la que sólo se emiten mensajes de debilidad que irradian a todo el partido mientras envalentonan a la cúpula de Ciudadanos. Lejos de coser la herida, los populares se centran en desprestigiar a los naranjas (único nicho de potenciales votantes), encabezados por Albert Rivera, un líder que los votantes del Partido Popular valoran en el CIS con un 6, a tan sólo dos décimas del propio Mariano Rajoy.
Estamos ante un escenario nuevo, más allá del enfrentamiento en la izquierda, se clarifica la disputa y se fragmenta el voto en la derecha. Al mismo tiempo que la marca PP está dejando de funcionar y es sinónimo de desprestigio por la corrupción, el fracaso electoral catalán, precedido por una pésima gestión de crisis y de comunicación en el procés, por la incapacidad de enfrentarse al insaciable nacionalismo asfixiante y, sobre todo y principalmente, por su líder, de los peor valorados en las encuestas. En definitiva, sus deméritos son los éxitos de los rivales.
El presidente es el último reducto de una generación que no conecta con una gran mayoría del electorado"
El nerviosismo crece en los círculos allegados, mientras la dinámica interna dificulta el entendimiento del problema y corre el riesgo de la bunkerización de la política. Esa en la que la autocrítica no existe y en la que sólo te rodeas de aquellos que dicen exclusivamente lo que quieres oír. El acceso al líder en un partido tan jerarquizado es limitado y cuando existe la posibilidad, lo cierto es que en las reuniones internas se interviene poco o nada. Un senador experto, con muchos años de oficio a la espalda y con diversas responsabilidades, me decía: “¿Quién va a intervenir en una Junta Directiva Nacional si todos los que estamos allí hemos sido puestos por Mariano?
A nivel externo, la estrategia de comunicación va más allá de “ser persuasiva para llegar al cerebro del votante”, no es una cuestión de contar las cosas claras y entendibles de su gestión o empeñarse en acribillar a sus rivales. Por esa vía desgastarán energías y derrocharan grandes recursos. El camino más rápido es creer que falla la comunicación cuando lo que realmente hace aguas es un proyecto político que ha desconectado de su electorado natural cediendo, por ejemplo, constantemente ante el nacionalismo. Los chantajes territoriales que hace un año se toleraban el procés los ha convertido hoy en un pecado capital para una parte importante de la sociedad.
Es un error de principiante centrarse en atacar a tu rival más directo que intenta ocupar tu espacio sin revisar tu estrategia interna, sobre todo si tu enfoque es mancillar su transparencia cuando tú estás considerado como el partido de la corrupción actual. Sencillamente falta legitimidad para pedir la dimisión de Rivera aunque estuviera sustanciada. En el mejor de los casos, sólo se conseguiría desprestigiarlo, pero tu marca nunca mejorará y lo normal es que los argumentos sean suficientemente endebles como para transmitir nerviosismo mientras mantienes tus atributos negativos, terminando de hacer más grande a tu rival. Sin embargo, puede que está estrategia perdure porque en el reino de los ciegos el tuerto es el rey. Rajoy es el presidente tuerto que puede sacrificar el partido y su Gobierno por mantenerse en el poder, como ya ha hecho con una generación, más allá de Pablo Casado y Andrea Levy.
Es un error de principiante atacar a tu rival más directo con el látigo de la transparencia cuando tú estás considerado como el partido de la corrupción"
El presidente es el último reducto de una generación que no conecta con una gran mayoría del electorado. Es francamente difícil hacer frente a la novedad política si generas rechazo como líder, por buenos argumentos que creas tener y por mucha inexperiencia que exista en la oposición. El cambio de liderazgo se va a convertir en el Partido Popular en un tema existencial, aunque al primero que levante la mano se le cortará la cabeza. El segundo siempre tendría más posibilidades, si Mariano no aboca a su partido a unas elecciones generales coincidentes con las europeas, autonómicas y locales en el que él puede que sobreviva a costa de sacrificar multitud de barones y alcaldes.
Sea como fuere, es una cuestión del partido, y ahora Arriola si fuera leal al proyecto más allá del presidente, debería de estar haciendo estudios de posicionamiento de marca, analizando al votante y buscando un líder capaz de aglutinar el futuro de la derecha. Si no, llegarán tarde a las próximas elecciones. Pero como decía esta semana Pepiño Blanco, “los tiempos de Rajoy no son los de su partido”.