Opinión

Marta Rovira se fuga, pero no se lleva el problema

La dirigente separatista ha optado sumarse a la lista de los que han huido para no afrontar sus responsabilidades, en lugar de hacerlo con la de los que sí lo

  • Marta Rovira

La dirigente separatista ha optado sumarse a la lista de los que han huido para no afrontar sus responsabilidades, en lugar de hacerlo con la de los que sí lo han hecho. Con su fuga ha demostrado que el riesgo de dejar en libertad a los otros procesados era cierto. También lo es que, si pueden, continuarán con sus propósitos.

¿Hasta dónde están dispuestos a llegar?

Rovira decía que había que llegar hasta el final, que el autonomismo había muerto, que el estado buscaba que hubiese muertos en las calles el pasado 1-O. Sus arengas estaban cargadas de retórica inflamada, de exhortaciones a no desmayar en la lucha, de proseguir hasta obtener la independencia. Cuando ha llegado el momento, no de ofrecer su vida, su sangre, sus bienes, sino tan solo de ponerse ante un juez para dar la cara, asumiendo con gallardía y nobleza sus ideas, se ha fugado por la puerta de detrás. Igual que Carles Puigdemont, Anna Gabriel y los otros que ahora tienen sobre sus cabezas una orden de detención internacional. Poco le ha durado el gesto altivo, fiero, desafiante, un gesto que se antojaba falso porque muchos sabíamos que, como casi todo en este proceso separatista, era pose impostada y poco más.

Marta Rovira es una persona con una cierta timidez en lo cotidiano, pero de carácter irascible en lo que afecta a su manera de pensar. Es, digámoslo con todas sus letras, de pensamiento totalitario, incapaz de ponerse en la piel de aquel que no comulgue con su ideario independentista. Rovira, que habla en su carta de despedida de amor, odia. Odia todo aquello que sea diferente a su mundo, un mundo imaginario que comparten los separatistas que, no lo duden, a cada minuto que pasa se radicalizan más y más.

Se va, pero nos deja un país totalmente destrozado en muchos órdenes. Su jefe de filas, Oriol Junqueras, responsable de economía en el gobierno del fugado de Bruselas, a pesar de su hablar jesuítico y de sus arrebatos melifluos y lacrimosos, nos ha legado una Cataluña con miles de empresas que se fueron, un déficit astronómico, la falta de inversores que huyen de un escenario tan inestable como el nuestro y, lo peor de todo, una larga travesía del desierto para poder recuperarnos de tanta estelada, tanta demagogia y tanta estupidez. Si no tenía ni idea de lo que debería saber un responsable económico, a Rovira le sucedió lo mismo con el terreno político. Los que se han dedicado a la actividad pública en el terreno separatista a lo largo de estos últimos años son, en el mejor de los casos, unos aprendices aptos como mucho para ser responsables de sectoriales en un pueblo no mayor de mil habitantes.

Han sabido envolverse, eso sí, con grandes ropajes de sensiblería, que no sensibilidad, con mucha demagogia, con discursos destinados a excitar los más bajos instintos de la plebe, jugando con un fuego que puede prender a toda la sociedad catalana, si es que no lo ha hecho ya.

La carta con la que se despide Rovira está repleta de todas esas mentiras que, a fuerza de ser repetidas, han calado en un sector de la sociedad catalana"

Decir, a estas alturas, que España es un país fascista, con unos jueces fascistas, unas leyes fascistas y un comportamiento fascista puede ser muchas cosas, pero no es de recibo en alguien que ha ostentado un cargo público en ese mismo sistema, cobrando un buen sueldo de él, amparándose justamente en esas mismas leyes que critica. Si esto fuese, ya no un estado fascista, sino Alemania, su partido, Rovira, y todos los que defienden el separatismo, serían declarados ilegales ipso facto. Ya se conoce, sin embargo, que el argumentario separatista no se sostiene cinco segundos en una discusión con unos mínimos de conocimientos jurídicos, democráticos, incluso de sensatez.

La carta con la que se despide Rovira está repleta de todas esas mentiras que, a fuerza de ser repetidas, han calado en un sector de la sociedad catalana, pervertida hasta tal punto que consideran a aquel que huye cobardemente como un héroe, a su guarida en el extranjero como exilio o a quien desea la ruptura de la convivencia como un pacifista. Ese es el terrible legado que no se ha llevado consigo. Es una carga demasiado pesada para meterla en una maleta, pero los que ahora tenemos que sobrellevarla somos la inmensa mayoría de catalanes que ni queremos ni podemos marcharnos a otro país a vivir en suntuosas mansiones cobrando de Dios sabe dónde. Y la gente se pregunta, esta gente ¿hasta donde está dispuesta a llegar?

La anormalidad es su normalidad

Desde la Suiza que ya es su lugar de destino, Rovira ha debido sonreír al enterarse de que miles de personas se han manifestado por las calles de Barcelona en protesta por el ingreso en prisión de sus compañeros de viaje. Que un juez, con la ley en la mano, exija responsabilidades a un puñado de políticos que se saltaron las leyes, les debe parecer a toda esta tropa algo inicuo e infame. Los siempre atentos comités de Defensa de la República – oiremos hablar mucho de ellos y no precisamente para bien – se pusieron rápidamente manos a la obra, organizando a sus integrantes mediante las redes sociales. Dios mío, cuanto daño ha hecho aquel “pásalo” del PSOE.

El tapón ha sido retirado y es de prever que en los próximos días las algaradas, los cajeros destrozados, los containers quemados y las pintadas amenazantes en las sedes de partidos constitucionalistas con punto de mira incluido sean algo cotidianamente ominoso. Al no poder manipular el juguete a su antojo, han decidido romperlo. De ahí que lo último que ha dicho Turull antes de su ingreso en prisión sea exhortar a Roger Torrent a que mantenga la sesión de investidura y que lo invistan President. Sabe perfectamente que ante el Parlament se congregarán sus fieles, que se organizará un nuevo tumulto, que todo eso no le ayuda en su causa ni a él ni a nadie. Pero les da exactamente igual lo que suceda. Son, como decía, malos políticos, criados en un pujolismo autocomplaciente que gobernaba despóticamente Cataluña bajo la amable mirada de socialistas y populares. Se creen los amos de esta tierra y es lógico que los herederos del patriarca que preguntaba con desdeño qué coño era eso de la UDEF ahora lo imiten gritando qué coño es eso de Llarena y la legalidad.

En el momento de escribir estas líneas no se sabe todavía si ese pleno se efectuará, si se investirá o no a Turull y mucho menos si se producirán incidentes, que ojalá no se produzcan. Lo que si estamos convencidos que pasará hoy o mañana o pasado serán los escraches a políticos no independentistas, los ataques verbales, insultos, pintadas ofensivas, asaltos a sedes o algaradas callejeras. Rovira se ha fugado, pero se ha ido ligera de equipaje. Al igual que su jefe de filas, nos ha dejado a los demás el problema.

No van a ser estos tiempos en lo que la política tradicional sirva de mucho, y sería menester, parafraseando a Tierno, que las formaciones que defienden el sistema democrático constitucional articulasen algún tipo de pacto que les obligase a mantener una unidad de acción frente a lo que se nos viene encima"

Tanto Arrimadas como Albiol pedían al presidente de la cámara desconvocar la sesión parlamentaria, había cuenta que Turull no estará. Ambos coincidían en la inutilidad de la misma, así como la oportunidad que se brindaba para organizar saraos ajenos a la vida democrática. Tengo para mí que, siendo ambos claros objetivos de los CDR, así como Iceta – en locales del PSC ya han aparecido pintadas con el grosero lema “Españoles maricones” – esta es una buena oportunidad para sentarse de una vez, dejando a un lado las diferencias, e intentar mostrar un bloque unido y decidido a plantar cara a todos los que opinan que lo anormal en política es normal, lo ilegal es lo justo, la mentira es la única verdad.

No van a ser estos tiempos en lo que la política tradicional sirva de mucho, y sería menester, parafraseando a Tierno, que las formaciones que defienden el sistema democrático constitucional articulasen algún tipo de pacto que les obligase a mantener una unidad de acción frente a lo que se nos viene encima. Porque, insisto, Rovira se ha fugado, pero el problema lo ha dejado aquí, y este cada vez puede hacerse más y más grande. Lo dije hace mucho tiempo: cuando el proceso acabe en frustración, solamente nos quedará un tremendo problema de orden público.

A lo mejor, de eso también ha huido Rovira. A nadie le gusta que le llamen Judas.

Miquel Giménez

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