Tengo yo la sensación, estas últimas semanas, de estar como adormecida. Para colmo, el tiempo me adelanta semana tras semana a toda pastilla por la derecha, y llega antes que yo a la meta, con los brazos alzados en claro gesto de victoria. Al trasladar estas preocupaciones a mi entorno, me explican que ellos sienten algo parecido. Que las semanas cada vez son más breves, como si la percepción del tiempo menguara como menguamos cuando nos hacemos viejecitos. Casi no te percatas del brinco que pegan los martes a los sábados si no fuera por el despertador.
Iba yo pensando en esas vagas inquietudes justo deambulando por el Paseo de Gracia, a la altura de lo que los barceloneses llamamos popularmente els jardinets de Gràcia. Casi todos los barceloneses creemos que se llama así el tramo que va de Casa Fuster a la plaza Juan Carlos I (desde hace unos meses, plaza Cinco de Oros), el cruce con la Diagonal. Pero es realmente el inicio del Paseo, esa vía que conectaba la villa de Gracia con la ciudad de Barcelona por un camino de carretas. ¿Por qué los llamarán, además, jardinets? Los números que van del 114 al 132 de Paseo de Gracia tampoco son los jardincitos de Gracia, sino els jardinets de Salvador Espriu.
¿Quién ha decidido naufragar en el desinterés y despreciar los desencuentros políticos como quien aligera su paso ante un robo o una pelea ajena?
Vaya, abstraída andaba, cavilando sobre qué rápido me pasan los días, cómo confundimos nombres de calles, otros los cambiamos en balde para seguir llamándolos como siempre… Hasta que alcé la barbilla y vi que había unas pancartas en las cristaleras del edificio del número 129. Eran Jordi Sánchez, Jordi Cuixart, Joaquim Forn y Oriol Junqueras. No supe hasta ese día que ese bloque albergaba un organismo público. La Agencia por la Competitividad de la Empresa (ACCIO), se ve. De pronto caí que quedaba muy lejos mi cumpleaños, el 6 de septiembre, que casi no queda nada para que vuelva a soplar velas y que eso, que a casi nadie le importa, en realidad significa que ya han pasado más de seis meses desde que en Barcelona vivimos una escenario político, digamos, demasiado extraordinario.
Seguí caminando y empecé a prestar atención a los rostros con los que me iba cruzando. ¿Cuál de ellos toma una ofensa que sigamos sin gobierno? ¿Quién creerá que lo merecemos? ¿Quién pensará que no es justo? ¿Quién de ellos culpará que estemos paralizados a que se activara el más que nombrado artículo 155 ? ¿Y quién culpa al anterior equipo de gobierno? ¿Quién de ellos ha decidido naufragar en el desinterés y despreciar los desencuentros políticos como quien aligera su paso ante un robo o una pelea ajena en la calle? ¿Quién de ellos votó el 1 de octubre y hoy no siente aquel clima crispado? ¿Quién cree que estamos ante una represión? ¿Quién se ofenderá si no estás de su lado? ¿Quién sigue confiando en el partido que votó? ¿A quién de todos ellos le importa, a estas alturas, un rábano todo?
Por mucho que encogí los ojos, tomé distancia y les miré detenidamente no logré descubrir qué produce en cada uno de ellos este panorama, si indignación, satisfacción o indiferencia. ¿De qué me serviría adivinarlo? Sin embargo, volvió la sensación de que los días corren y que los ánimos, antes de estar incendiados, se encuentran en un estado de marasmo. Pensé en esta inusitada etapa política y el peligro de que, como sigamos dando rodeos sin un remedio que desbloquee la situación, caigamos todos en un eterno letargo.