No dejan el menor resquicio al diálogo. Los partidos separatistas se niegan en redondo a aceptar cualquier propuesta que no entre dentro de su programa. A pesar de los ofrecimientos de PSC, de los Comuns, de la exigencia de Ciudadanos o el plante del PP los del golpe de estado separatista se mantienen en sus trece.
¡Basta ya!
Ja n’hi ha prou, basta ya, decía a los de la bancada del lacito amarillo una Inés Arrimadas seria, grave, contundente. Basta ya de dividir al país, decía, de quebrar la economía, de, en fin, todos los males que aquejan a Cataluña hace demasiado tiempo. Entre los interpelados nadie movió ni un músculo de la cara. Les daba igual. La líder naranja apeló a su capacidad de empatía, a que reconociesen que tan catalanes eran sus votantes como los de Ciudadanos. Cero. Aislados en su palacio mental repleto de repúblicas imaginarias, agravios seculares y falsedades históricas, a los diputados separatistas no les mueve de su bunker ninguna súplica, ningún argumento, ninguna razón que no sea su mantra sempiterno.
Inés se preguntaba que más debía pasar para que esa gente reaccionase. Su intervención se producía en el marco de una sesión parlamentaria extraña, criticada tanto por PP como por Ciudadanos. Hubiera debido ser la que invistiera, o no, a Turull como presidente, pero el ingreso en prisión de éste dictaminado por el juez Llarena imposibilitaba tal posibilidad. Roger Torrent, que se ha consagrado como el presidente de los diputados separatistas, abandonando al resto a su suerte, se negó a suspenderla, como hubiera sido normal e incluso procedente.
Empecinado en liarla, el President la mantuvo, transformándola en una mezcla inhabitual de show político, funeral, diván de psicólogo y debate electoral. Todo, menos lo que se espera de un parlamento paralizado desde las últimas elecciones por culpa de las maniobras torticeras separatistas, de sus dudas, de sus guerras internas, de su fracaso.
Torrent cometió una amoralidad: se colocó al lado de una parte del hemiciclo, despreciando al resto, abandonando así su condición de presidente de todos los integrantes del parlamento catalán
Torrent abría la sesión con una declaración totalmente impropia de alguien que debe presidir desde la neutralidad. Se lo reprochó Carrizosa, de Ciudadanos, se lo reprochó Albiol, del PP, pero el miembro de Esquerra continuó imperturbable. Lo que decimos, a esta gente nadie es capaz de apearla de su pedestal. Anunció que, al acabar la sesión, haría una declaración desde el auditorio del Parlament. Se curaba en salud, puesto que ahí podía decir lo que se le antojase sin incurrir en ilegalidad alguna. No tuvo en cuenta, empero, que, si bien no cometía ilegalidad alguna, sí cometía una amoralidad: colocarse al lado de una parte del hemiciclo, despreciando al resto, abandonando así su condición de presidente de todos los integrantes del parlamento catalán.
Aquella farsa, creada por y para escenificar el martirologio que pretenden endilgarle a la sociedad los separatistas, no ofreció ninguna novedad. Tono engoladamente solemne, rosario de tópicos, alusiones lacrimógenas, insultos al estado, a la monarquía, al juez Llarena, a todos aquellos que se oponen al separatismo, en fin, ese odio envuelto en Chanel que suelen emplear los agitadores de la estelada, disfrazando de inocencia su terrible culpa.
Todos, desde Sebriá de Esquerra a Quim Torra de Junts per Catalunya, pasando por las CUP, parecían tener al mismo guionista. Ahí si que se han puesto de acuerdo. Son incapaces de pactar un candidato de consenso entre ellos, pero, ah, entonan a la perfección perfectamente orquestados el mismo cántico de odio a España. Son un mismo bloque, sí, pero no tanto por lo que defiendan o amen, sino por todo aquello que odian, que desprecian. Da lo mismo que lo digan con la culta prosa literaria de Torra que con la bronca oratoria batasuna de las CUP. El trasfondo ideológico es igual. Disimulan su visceral anti españolismo bajo una capa levemente barnizada de un discurso anti Rajoy, pero a la que rascas ves lo que hay.
No es entre ellos donde hay que buscar flexibilidad, porque su ideología no entiende más que de aclamaciones por unanimidad y adhesiones inquebrantables. Es lo que sucede cuando de totalitarismo se trata.
Iceta y su oferta de diálogo
Miquel Iceta, uno de los mejores oradores de la política catalana, empleó su intervención para ofrecer diálogo a los separatistas, instándolos a que abandonen su política unilateral. En el mismo tono, aunque desde un ángulo muy diferente, habló también Xavier Doménech, de los podemitas catalanes. De Arrimadas ya hemos dado referencia y Albiol, tras interpelar al presidente, decidió abandonar el recinto junto a sus diputados populares. Poco más. No había orden del día, nada que votar, ningún asunto para debatir. La lluviosa mañana de sábado ponía un marco ciertamente gris a una sesión perfectamente inútil en ese parlamento al que en no pocas ocasiones hemos tildado de prescindible.
Porque, si en lo que debería ser la casa de representación de todos los catalanes solamente se abroga el derecho a la verdad una parte que, por cierto, no representa ni a la mitad del conjunto de la ciudadanía, y eso no es unánimemente rechazado por el resto de fuerzas políticas, ¿de qué sirve perder el tiempo? ¿Cree Iceta que por obra de magia los que hasta ahora se han negado a aceptar la mayor van a cambiar de parecer? Por muy razonable que sonase su discurso, ¿de verdad piensa el primer secretario de los socialistas catalanes que existe en el independentismo un ápice de sentido común o de responsabilidad política? Si es así, una de dos, o posee una visión política que nadie más tiene o está ya calculando futuras maniobras post electorales en aras de un gobierno tripartito entre los comunes, Esquerra y su partido.
En Cataluña no puede ofrecerse la mano a nadie, ¡ojalá!, porque los que deberían aceptarla siguen creyéndose en posesión de la verdad unívoca, casi religiosa
Tender la mano es algo que honra a quien tiene el gesto, ensalza a quien la acepta y permite eludir la siempre perversa dinámica de vencedores y vencidos. Pero en Cataluña no puede ofrecerse la mano a nadie, ¡ojalá!, porque los que deberían aceptarla siguen creyéndose en posesión de la verdad unívoca, casi religiosa. De la verdad y de no pocos instrumentos de presión social como, por ejemplo, TV3. Cuando el otro día alguien hablaba de recuperar de las garras del 155 el autogobierno y los medios de la Generalitat – no recuerdo quien lo decía, pero por la calidad intelectual de la frase entiendo que su nombre es perfectamente prescindible – casi me dio un ataque de risa. La noche del viernes en esa cadena que pagamos todos casi se llamó a la insurrección ciudadana, El día de la transmisión del pleno los “analistas” eran de un tono tan sesgado que hacía falta mucha imaginación para creer que aquello era una retransmisión de una emisora pública y no un publirreportaje pagado por la ANC. Del jefe del área política de TV3 que estaba allí como analista excuso hacer ningún comentario.
Eso sí, finalizada la sesión, esa TV3 sojuzgada por los terribles fascistas españoles emitía en su integridad la soflama de Torrent con todo lujo de detalles, mostrando en catch como se iban del parlamento los viles españolazos del PP, PSC y Ciudadanos mientras en el auditorio se quedaba la flor y nata de la patria catalana y sus fervientes seguidores. Entre el público había todo tipo de especímenes: Ernest Maragall, Gabriel Rufián, Empar Moliner, Mikimoto, en fin, gente vive de esto. Había que fichar.
Por resumir algo aquella comedia, triste y sabida, pero comedia al fin y a la postre, dos anécdotas: la primera, Rufián y Torrent ni se saludaron, siendo los dos de Esquerra. Anotado queda, por si acaso. Dos, unos ignaros de cierto medio separatista privado que pagamos todos mediante generosas subvenciones lanzaron las campanas al vuelo asegurando que Herr Jakobi, el empresario alemán que le cantó la caña a Torrent, había asistido como invitado de Ciudadanos a la sesión parlamentaria, para luego reunirse con ellos. Lástima que sean tan patatas, porque era Xavier Alegre, senador por la formación naranja que, eso sí, tiene un aire al empresario alemán. No tienen ni puñetera idea de nada. Los sacas de los suyos y se pierden.
Sea como fuere, si nadie lo remedia, nos veremos en las urnas el próximo mes de julio. ¿Cambiará algo? Ellos, por descontado, no.
Miquel Giménez