Opinión

El mayor ladrón de España

“Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se viste de colorado”. Es la coplilla que inundó las calles españolas a principios del XVII, en boca de una gente del común dispuesta a vengarse del todopoderoso Francisco Gómez de Sandova

  • Pedro Sánchez y José Luis Ábalos en el Congreso de los Diputados -

“Para no morir ahorcado, el mayor ladrón de España se viste de colorado”. Es la coplilla que inundó las calles españolas a principios del XVII, en boca de una gente del común dispuesta a vengarse del todopoderoso Francisco Gómez de Sandoval-Rojas y Borja, más conocido como duque de Lerma, valido que fue del rey Felipe III, un noble comido por las deudas que, educado en la corte de Felipe II y convertido en el mejor amigo del heredero, llegó a ser el hombre más poderoso del reino y también el más rico, pero que, a punto de perder la confianza real por culpa de los escándalos de corrupción que le asediaban, se fue a ver al papa Pablo V para pedirle el capelo cardenalicio. En cuanto el duque, con Grandeza de España, pudo vestir el sombrero “colorado” que distingue a los cardenales (año 1618), abandonó raudo Madrid para refugiarse en sus dominios, blindado frente a la Justicia por la inmunidad que su condición de príncipe de la Iglesia le otorgaba. También Pedro Sánchez viajó el viernes a Roma para visitar a Francisco, el Papa montonero siempre proclive a festejar con líderes de izquierda radical, aunque no sabemos para qué, más allá de imaginar otra astracanada destinada a abastecer de material fungible al aparato de agitación y propaganda que sirve al pequeño monstruo para mantenerse en el poder. 

Las agencias de prensa publicaron su foto entre los cascos plateados de los Guardias Suizos y en ella se ve al personaje luciendo la cara crepuscular, como de acelga acartonada, del hombre acosado por un millón de escándalos, la mierda rozando ya la comisura de sus labios, a punto de ser arrastrado por la riada. Se cumple con precisión matemática el diagnóstico que un visionario de nombre Albert Rivera realizara en julio de 2019 desde la tribuna del Congreso: “Usted tiene un plan para perpetuarse en el poder. Y, ¿con quién piensa llevar a cabo su plan el señor Sánchez? Pues con su banda: con Podemos, con Otegi, con los nacionalistas vascos, los separatistas catalanes… Sánchez tiene un plan y tiene una banda. Y la pregunta es: ¿la banda se ha juntado para esta investidura? Sí, pero lleva tiempo operando (...) Usted lleva más de un año ejecutando su plan, un plan que beneficia principalmente al señor Sánchez”. Beneficia, en efecto, a Sánchez y a su familia. La famiglia. A Sánchez y a su Corte, su cohorte, los miles y miles de cargos y carguillos socialistas cuyos garbanzos dependen de la servidumbre al jefe de la banda, al “Uno”. Todas las corrupciones que hemos conocido durante la transición han quedado pequeñas, desde los escándalos de Felipe a los de Rajoy, pasando por los trinques del Emérito, ante la dimensión del robo a mano armada que comanda este sujeto. Porque el objeto del atraco ya no es el dinero, el poder, la influencia o las tres cosas. El objeto del atraco es España, la víctima del desvarío es España. Lo que estos bandidos han puesto en almoneda es la existencia misma de España.

Todas las corrupciones que hemos conocido durante la transición han quedado pequeñas ante la dimensión del robo a mano armada que comanda este sujeto

“Lleva como mínimo desde la moción de censura”, sostiene Rivera. Ahora sabemos que mucho antes de que ilegalmente nos encerraran en nuestras casas con motivo de la pandemia, la banda preparaba el gran golpe dispuesta a enriquecerse a lo grande con la compra de material sanitario mientras los españoles morían por cientos en los hospitales colapsados. Lo que ha venido después ha desbordado la capacidad de los medios para relatar la dimensión del robo y sus ramificaciones. Desde hace tiempo vengo escribiendo que España está gobernada por un grupo mafioso cuyo principal objetivo era y es el enriquecimiento, y que la cúpula de esa mafia está en la Moncloa. Como tantas veces puede leerse en los autos judiciales, esta sí parece una auténtica organización criminal. El enriquecimiento es precisamente una de las características que comparten los autócratas que pueblan este perro mundo, esos personajes que Anne Applebaum, la prestigiosa periodista de The Atlantic y premio Pulitzer describe en “Autocracy, Inc.: The Dictators Who Want to Run the World” (Penguin), un ensayo aparecido hace poco más de un mes que está causando sensación en la prensa internacional. “A diferencia de los sanguinarios dictadores del siglo XX, lo que une a los autócratas del siglo XXI no es una ideología, sino algo más simple y prosaico: un interés centrado en acumular y preservar su riqueza, reprimir las libertades y mantenerse en el poder a toda costa”.

“El libro de Applebaum es profundamente inquietante”·, escribe John Simpson en The Guardian. “En esta nueva era de autocracia, hombres como Vladimir Putin, Tayyip Erdoğan, Narendra Modi o Viktor Orbán dirigen países enteros según sus propios intereses personales, reelegidos de vez en cuando por elecciones cuidadosamente amañadas”. La lista de protagonistas de este elenco de enemigos de la democracia liberal es muy extensa, como la de los países sometidos a su férula. Rusia, China, Corea del Norte, Irán, Turquía, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Angola, Myanmar, Siria, Zimbabwe, Mali, Bielorusia, Sudán, Kazakhstan, Kirguistán, Azerbaiyán y algunos más. “Cuando utilizo la palabra autocracia, me refiero a Estados que están dirigidos por una sola persona, por una elite gobernante o por un partido, caso de China o Cuba, que busca la desaparición de cualquier tipo de control sobre su poder. Es decir, que no haya transparencia, ni medios de comunicación ni poder judicial independientes, y que persiga, por lo tanto, convertir su voluntad en poder. Un poder que no opera de acuerdo con los cánones del Estado de Derecho y al que le sobra la Constitución y las leyes, porque la ley es la que dicta el autócrata”, asegura Applebaum en entrevista con Meghna Chakrabarti, del sitio wbur.org.

La autora no cita a Sánchez y mucho menos le incluye en su listado. El inquilino de Moncloa ha venido gozando de la piedad de una comunidad internacional encantada con el chico bien mandado

La autora no cita a Pedro Sánchez y mucho menos le incluye en su listado. El inquilino de Moncloa ha venido gozando de la piedad de una comunidad internacional encantada con el chico bien mandado que habla un inglés aceptable y no molesta. Acorde con la pérdida de peso específico de nuestro país en la escena internacional y con la tradicional pereza intelectual, aderezada de simple desvergüenza, de tantos corresponsales extranjeros en Madrid. Hasta que, hace escasas fechas, Financial Times y Bloomberg abrieron fuego con virulencia, desvelando la catadura del personaje. Porque Sánchez encaja como un guante en la descripción que Applebaum realiza del sátrapa moderno. “A los autócratas no les importa convertir a sus países en Estados fallidos -con lo que ello implica de colapso económico, violencia endémica, pobreza generalizada y aislamiento internacional- si ese es el precio que tienen que pagar por permanecer en el poder”, sostiene. “Como Maduro en Venezuela, Bassir Al-Assad en Siria o Lukashenko en Bielorusia se sienten muy confortables mandando sobre sociedades y economías arruinadas. En las democracias formales no se entienden bien este tipo de regímenes, porque su primer objetivo no es crear riqueza o asegurar el bienestar de sus gobernados, sino apalancarse en el poder, y para hacerlo están dispuestos a desestabilizar a los países vecinos, arruinar la vida del común de la gente, o incluso enviar a cientos de miles de sus conciudadanos a la muerte, caso de la Rusia de Putin”.

Por encima de sus diferencias, los modernos autócratas tienen algo en común: son enemigos de la democracia liberal. Enemigos acérrimos. Odian sus principios porque con una Justicia independiente corren el riesgo de ser llamados un día a rendir cuentas, y con una prensa libre se exponen a ver desvelada su innata inclinación a la corrupción y al robo. Esos autócratas han empezado a comportarse como una auténtica red de ayuda mutua, una comunidad mafiosa que comparte intereses estratégicos comunes. El descrédito de la democracia liberal es uno de ellos, tal vez el más importante. La desestabilización de las democracias occidentales a través de poderosas redes de desinformación que han llegado a interferir activamente en no pocos procesos electorales, caso de Cataluña en España. La debilidad interna de Sánchez, en la primera fase de su intento de convertir España en una de esas autocracias o tal vez una dictadura a la venezolana a palo seco, le ha vetado cualquier conato de participación en ese tipo de aventuras extraterritoriales. Lo suyo va de rendición ante monarquías absolutas tipo Marruecos o el intento fútil de labrarse un prestigio como gran líder internacional ante personajes de segundo o tercer rango, todos dentro de la órbita de la extrema izquierda marxista y/o musulmana. Y todo para consumo interno. Sánchez tiene bastante con intentar mantenerse en el alambre por el que camina desde el día siguiente mismo de la moción de censura.

Sánchez tiene bastante con intentar mantenerse en el alambre por el que camina desde el día siguiente mismo de la moción de censura

En el centro de una vasta red de intereses espurios, Sánchez es la cabeza de la serpiente de la gran corrupción española siglo XXI. Que con lo que ya sabemos no haya dimitido todavía nos habla a las claras de la catadura y peligrosidad del personaje, pero también de la incapacidad de un país y de sus leyes -los agujeros negros de la Constitución- para someterlo a un proceso de impeachment y sentarlo en el banquillo, también de las carencias de la oposición (a ver qué nos cuenta hoy la calle Génova). Sin leyes, sin sociedad civil y con una oposición blandita, Sánchez caerá por su propio peso en la sima de descrédito que él mismo se ha labrado. Como decía el viernes Carlos Alsina, “el valor de Koldo para un tipo como Aldama era su acceso privilegiado a Ábalos y el valor de Ábalos para Aldama era su acceso a Pedro Sánchez, el 'Uno'. Y el Ábalos de 2020 era el ministro con más peso político del Gobierno". El auténtico número dos del Ejecutivo y del PSOE. Esta es la razón por la que Aldama, Koldo y Ábalos tienen a Sánchez atrapado en una tela de araña. Hoy sabemos que es el jefe de la banda que asaltó el poder en 2018 con el único objetivo de enriquecerse. Ahora se comprende por qué no se ausentó del consejo de ministros que aprobó el rescate de Air Europa ("Mañana a primera hora está el Uno; ella, la de Hacienda, y él [Ábalos]; y está tomada la decisión"), en mi opinión, el caso de corrupción más escandaloso de esta tropa. Tanto Aldama -en la cúspide de la conexión Begoña Gómez-Javier Hidalgo-, en prisión sin fianza, como Ábalos, a punto de enfrentarse al Tribunal Supremo, se verán pronto en la tesitura de colaborar con la justicia para acogerse al atenuante de arrepentimiento. ¿Quiere ello decir que al sátrapa no le queda otra salida que tirar la toalla? Sigue valiendo el aserto de que puede caer esta misma tarde o seguir en el poder diez años más. Probablemente necesite otra vuelta de tuerca para salir camino del banquillo, y no será una tuerca cualquiera sino varias las que le caigan encima. Lo que está claro es que no se irá por las buenas. Morirá matando. ¿Qué fin de fiesta nos tiene reservado este gañán con aspiraciones de gran dictador? Y a todo esto, ¿cómo ven las cosas en Ajuria Enea? ¿Qué piensan los sinvergüenzas del PNV de la corrupción sanchista?

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