Opinión

La mentira como una de las Bellas Artes

Si mentir bellamente es un arte, como dijo Oscar Wilde, España tiene el número de artistas mayor de todo el mundo

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene durante una sesión plenaria -

Aquí lo que cuenta no es si el servidor público miente o no, porque lo que se premia es si lo hace bien, tanto como para que alguien lo crea. Al no vivir en un país protestante, las buenas gentes españolas suelen experimentar cierta indulgencia hacia el mentiroso, el pícaro, el que se lo lleva crudo pero con arte. No somos una excepción. Ahí tenemos al congresista por Nueva York George Santos. Claro que este hombre no se ha limitado a mentir acerca de lo que iba a hacer. Llevado por un afán perfeccionista, similar la locura que aquejaba sin conmiseración a los monjes que iluminaban los manuscritos con sus dibujos y pinturas intentando meter en un escasísimo espacio de pergamino todo un mundo, el tal Santos se inventó que había estudiado en el Baruch College, trabajado en Citygroup y Goldman Sachs, que era campeón de voleibol, judío y descendiente de ucranianos que sobrevivieron al Holocausto o que su madre sobrevivió al atentado del 11-S a la vez que simultaneaba este rosario de invenciones con otras como que era hijo de inmigrantes brasileños, homosexual, y todo siempre en función del auditorio que le escuchaba. Bien podría decirse de él que mentía incluso cuando no hablaba.

En estos pagos lo que es excepción allende de nuestras fronteras se convierte en cosa habitual, como ir a comprar el pan. Todos los políticos mienten con el desembarazo más absoluto, sabiendo que pocos o ninguno ha de ir a enmendarles la plana porque la memoria de pez que tenemos en este país es homérica. Si se miente de entrada con el currículo, como se ha visto con los masters o los doctorados, y se miente con la experiencia laboral ¿cómo no se va a mentir prometiendo que se hará esto o aquello? Mintieron quienes prometían la república catalana y siguen mintiendo ahora que dicen que igual no va a ser mañana mismo; mintió Sánchez al decir que jamás pactaría con los Bildu etarras y que jamás gobernaría con Podemos; mintió Irene Montero cuando aseguraba que no iba a ceder con la funesta ley del 'sí es sí'; miente Calviño con su hiperbólicas previsiones económicas; miente Tezanos aunque en él sea algo compulsivo e irrefrenable; y se miente a diario con la inmigración ilegal, con el asalto a la justicia, mienten los periodistas oficiales y defensores del cambio, pero no climático, sino del que supone estar al loro para vomitar hoy la consigna del día aunque se contradiga con la de ayer y posiblemente con la de mañana. Te mienten cuando vas a pedir un préstamo y todo te lo ponen de color de rosa, te mienten con la casa que quieres comprar porque tiene goteras y se callan como puertas, miente el tendero y el bróker, el profesor y el alumno, el marido y la mujer, porque aquí todo el mundo se miente a diario y así es imposible sacar el agua clara. Claro que si no se mintiera, ¿qué íbamos a hacer? Porque para arreglar el país lo primero es hacer un rigurosísimo examen de conciencia. Ah, pero díganle a cualquier personaje con algo de poder que le diga la verdad a la gente. Y apriete a correr raudo, porque puede que incluso le acogoten. Eso, si no le espetan con cara de sabio que el pueblo no está preparado para conocer la verdad.

Por eso no hay manera de escapar a la gran mentira en la que España y todo Occidente está sumida. Nadie quiere oír la verdad, porque es muy dura y nos parece más cómodo que nos acaricien los oídos con mentiras que, aunque gigantescas, nos tranquilizan. Juvenal no quiso ir a Roma porque aducía que no sabía mentir. El gran padre de la sátira – Difficile est saturam non escribere, sentenció – conocía el paño. Así que no me discutan que mido dos metros, soy rubio, tengo los ojos azules y me parezco a Brad Pitt. Piensen que hay mentiras peores.

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