Los alemanes tienen fama de ser trabajadores, precisos y muy previsores. Las tres cosas son ciertas, aunque lo que les caracteriza por encima de todo es la previsión. Cualquiera que haya tenido la ocasión de trabajar con ellos sabe bien que lo planifican todo con sumo cuidado y que no son amigos de la improvisación. Si lo son en todos los ámbitos de su vida, incluido el del ocio, la política no iba a ser una excepción.
Si echamos un vistazo a la historia de la Unión Cristiano Demócrata, más conocida como CDU, lo primero que observamos es lo previsible que ha sido ese partido. La CDU fue fundada por Konrad Adenauer con los cascotes del Zentrum de la República de Weimar y de otros partidos menores en la Alemania ocupada. No tenía más que viejos porque a los jóvenes los habían matado en la guerra. Adenauer sumaba 69 años cuando fundó el partido y 73 cuando alcanzó el poder en 1949, una vez se hubo formado la República Federal Alemana en las zonas ocupadas por estadounidenses, británicos y franceses.
Tras década y media de Gobierno le pasó los trastos a Ludwig Erhard, su ministro de economía y artífice del milagro alemán de posguerra, que tampoco era un chaval, tenía 66 años cuando el Bundestag le hizo canciller. A Erhard, que era buen economista pero mal político, se la jugaron sus socios del FDP y tuvo que dimitir. No le dio tiempo a nombrar sucesor. Un advenedizo, un tal Kiesinger, ocupó su puesto y tres años después la CDU fue de cabeza a la oposición.
Merkel no ha cometido el error de Kohl, que se creía eterno y nunca se preocupó de seleccionar con tiempo a su sucesor o sucesora
Tardarían más de diez años en recuperarse ya con una nueva generación de políticos que no había hecho la guerra, la de Helmut Kohl, que forjó en torno a sí mismo un híper liderazgo tras la reunificación, algo que capitalizó personalmente atribuyéndosela. Lo cierto es que se la encontró por casualidad. Kohl tampoco nombró sucesor porque se creía eterno. Resultado: a la oposición envueltos en un vergonzoso caso de corrupción por financiación ilegal.
De ese pozo salieron por una carambola en las elecciones de 2005. Angela Merkel, una antigua colaboradora de Kohl, ganó por la mínima y envió a Gerhard Schröder a su casa. Bueno, no exactamente a su casa, a hacer negocios en Rusia, que es en lo que sigue ahora. También es presidente del club de fútbol de Hannover, popularmente conocido como Die Roten (los rojos) porque van de rojo, aunque a Schröder ya de rojo le quede bien poco.
Merkel no ha querido cometer el error de Kohl, al que ella asistió en primera fila tras la debacle cristianodemócrata del 98. De entrada ha anunciado su marcha con tres años de antelación. No se presentará a las federales de 2021 aunque influirá sobre ellas. De seguida se ha ocupado de escoger a su sucesora, que no tan casualmente se parece tanto a ella como Erhard se parecía a Adenauer.
¿Cabía otra posibilidad? Pues por caber sí que cabía. En los 13 años de merkelato, si hay un hilo conductor es el de la prudencia y el actuar siempre de manera reactiva y nunca proactiva. Espera a que se presente un problema y luego si lo cree conveniente lo enfrenta. Incluso en la crisis de 2015, cuando dejó entrar a un millón y pico de refugiados en el país, lo hizo para no tener que cerrar la frontera con Austria y desplegar el ejército. No quería líos. Ni con el Gobierno austriaco, ni con la Unión Europea, ni con la ONU.
La extrema grisura de AKK
Esta decisión tomada, como digo, de manera reactiva, le ocasionó muchas críticas en el partido. En aquel momento asomó la cabeza un viejo conocido, un tipo llamado Friedrich Merz, que había sido líder de la oposición en el Bundestag durante la primera legislatura de Schröder. Hace veinte años Merz era la gran promesa de la derecha alemana. Era joven, 45 años tenía, e iba sobrado de empuje. Pero el ascenso de Merkel le condenó al ostracismo y la insignificancia.
Merz ya no tiene 45 años, sino 63, y algunos vieron en él la oportunidad de restaurar las esencias de la vieja CDU, especialmente en el tema de la inmigración. Pero eso no entraba en los planes de Merkel y tampoco en los del propio Merz, que se retiró de la política hace años y ahora se dedica a hacer dinero en los consejos de grandes empresas como Bosch, HSBC o Blackrock. Las puertas giratorias, como vemos, no son algo privativo de España.
Ante la tibia amenaza y sin demasiados candidatos serios a ocupar el trono, Merkel ha actuado de manera reactiva. Todo quedaba pendiente de su dedo índice, que se ha terminado posando sobre Annegret Kramp-Karrenbauer, AKK, un personaje de una grisura extrema. Poco se puede decir de ella. Hasta febrero de este año fue presidenta del Sarre, un land minúsculo entre Renania-Palatinado y Francia. Con menos de un millón de habitantes no es ni política ni económicamente estratégico. En Alemania al Sarre simplemente se le ignora. Y no debería hacerse porque aquella región ha dado dos grandes líderes políticos, y los dos malos. Uno fue Erich Honecker, caudillo de la RDA durante tres lustros, el otro Oskar Lafontaine, fundador de Die Linke y antiguo representante del ala izquierda del SPD.
Si hay un hilo conductor en los 13 años de ‘merkelato’ es el de la prudencia y el actuar siempre de manera reactiva y nunca proactiva
Karrembauer no entusiasma. No ya al alemán medio, que lo desconoce todo de ella, sino a los delegados de la CDU que la han elegido como presidenta del partido. Le entregaron su voto porque era la candidata de Merkel y todo se lo deben a ella. Podrían haberse decantado por Merz, que también se presentaba, pero está dedicado a otros asuntos y nada les garantiza. El tercero en disputa, Jens Spahn, actual ministro de Sanidad, es un pipiolo sin padrinos y, lo que es peor, sin clientela propia.
Todo, como decía al principio, tan previsible que de haber sucedido otra cosa habría que plantearse si estamos hablando de la CDU. La misma previsibilidad que quieren los propios alemanes, a quienes no les disgusta lo más mínimo que CDU y SPD gobiernen en coalición desde hace años. Lo importante es la continuidad y la tranquilidad. No podemos culparles. El país va bien, todos tienen empleo, los niveles de corrupción son bajos y Alemania nunca había tenido tan en sus manos a Europa entera.
Karrembauer es a Merkel lo que, salvando las distancias, Tiberio fue a Octavio Augusto: la continuación de la Pax Germanica. Para eso no es necesario que sea guapa, ni carismática, ni que tenga ideas brillantes, basta con que les asegure que todo seguirá como hasta ahora.