Nada de bufet libre, self service o fruslerías similares. Los políticos izquierdosos, liberadores de naciones, clases oprimidas y demás emancipaciones claman por una mesa y, naturalmente, una silla en la que acomodarse, que la procesión es larga, el cirio es corto y lo que tenga que venir que nos pille bien comidos y bien sentados.
Eso de las mesas de diálogo, sépanlo ustedes, no es cosa de ahora ni ha servido nunca demasiado, salvo para aumentar el pecunio del honestísimo gremio de fondistas merced a fabulosas minutas que luego se cargan al capítulo de gastos de representación por parte de los comensales y a otra cosa, mariposa. Oigan, y visto lo visto, mejor gastárselo en mariscadas que en putas y drogas.
Son mesas en las que, si fuésemos franceses, que no lo somos uno no sabe si para bien o para mal, el momento cumbre de la negociación llegaría entre el postre y el café. De hecho, el banquete privadísimo entre dirigentes políticos fraguó no poco de lo que ahora denostan tanto los barbilampiños o 'barbipoblados' nuevos dirigentes, a saber, la Transición.
En Cataluña, donde la clase política come copiosamente para compensar lo poco que sabe emprender con acierto, don Manuel Fraga invitaba siempre a locales gallegos, honestos, de enjundia y plato hondo, donde y preparaba unas queimadas de quedarte con los ojos en blanco. Los del PSC, más selectos – son chicos de casa bien, los dirigentes, digo - se refugiaban en cenáculos próximos a las instituciones en las que hacían y deshacían – más lo segundo que lo primero – como el aún felizmente abierto Roig Robí, quedando lugares como el Via Veneto para convergentes que fraguaban en algún reservado esa Cataluña independiente tan estupenda. Si ese modelo de caballeros y maître que es don José Monge hablase, que no lo hará porque su honestidad profesional es total, nos íbamos a reír mucho.
Siempre he defendido que la comida hermana y, por lo tanto, que Iceta, Rufián, Torra, Colau, incluso los de las CUP, deberían hacer una comilona
Ahora vuelven a reclamar una mesa pero se olvidan de hacerlo con todas sus consecuencias. Deberían exigir mesa y mantel. No hay nada más triste ni propicio al enfado que aguantar la turra partidista del otro a palo seco, con una botellita de agua mineral, un zumito, un café de máquina y, como mucho, algunas galletitas. Aunque sean Birba, marca catalana de acreditada nombradía. Siempre he defendido que la comida hermana y, por lo tanto, que Iceta, Rufián, Torra, Colau, incluso los de las CUP que, por lo que habrán visto en casa de sus papás, sabrán utilizar la paleta del pescado, deberían hacer una comilona, un xeflis, que decimos en vernácula, y ya verían como se ponían todos de acuerdo tras la segunda ronda de destilados. Y que nadie se me enfade. Al contribuyente le da igual, porque tras los EREs, el tres por ciento, la Gürtel y la madre que los parió nadie va a escandalizarse por unas facturas de más o de menos.
A propósito de comidas políticas, me viene a la mente aquel cínico Lerroux que una noche cenaba copiosamente en el restaurante El Suizo, el más caro y lujoso de aquella Barcelona golfa y descarriada. Allí también gozaban de su gastronomía refinada Cambó o el mismísimo general Primo de Rivera, siendo en uno de sus reservados donde fraguó su golpe de Estado. Pues bien, al ser sorprendido el político radical por unos periodistas, echándose al coleto un señora cena y trincándose la segunda botella de champagne Mumm, le dijeron que a ver cómo explicaba a los suyos, a los obreros de gorra sucia y pañuelo rojo al cuello, aquello. Don Alejandro respondió: “Les diría que estoy bebiendo el vino que catarán sus hijos en el porvenir”. Así pues, pongamos a escote la parte que nos toque y reservemos mesa para diez – siempre se apuntará alguno a última hora – y que cenen y hagan el resopón hasta que claree el alba esa panda de estómagos agradecidos para ponerse de acuerdo en ver qué se lleva cada uno.
Por mi parte, me abstengo de convites de carácter político porque, en primer lugar, no soy nadie, y en segundo porque, ya que me he metido en citas, recuerdo la de Chesterton a propósito del mártir cristiano que consiguió ahuyentar a los fieros leones que amenazaban con convertirlo en un hoeurs d’oeuvre. Asombrado, el César le preguntó cómo lo había conseguido y el mártir, humildemente, respondió: “Les he dicho que, tras la comida, iban a haber discursos políticos”.
Pues eso.