Se ha muerto Nico. Mi amigo, mi maestro, mi queridísimo Nico. Se ha muerto. Se lo ha llevado la covid-19 en diecinueve días, sarcástica coincidencia. En verano, desperdigados como estamos todos, no nos dio tiempo ni a enterarnos, por lo menos no a mí. Y ustedes sabrán perdonar si en este artículo se me cuela alguna palabra gruesa, pero mi sentimiento ahora mismo no es solo de dolor, de pena, de desamparo. Es, sobre todo, de indignación. De rabia. Porque la de Nico no ha sido una muerte normal. Nico, mi amigo Nico, no se tenía que haber muerto. No así, no ahora, no de esta tenebrosa manera. La de Nico ha sido una muerte, como mínimo, empujada.
Nico, Nicolás Brihuega, era una de las personas más inteligentes y brillantes que he conocido en mucho tiempo. Un poco más joven que yo, no mucho (aunque aparentaba veinte años menos, nunca supe cómo lo conseguía), hizo Magisterio, pero su pasión era la historia. Escribió espléndidos libros divulgativos que yo leí y hasta presenté alguno, hace dos veranos. Sobre escritores, sobre figuras históricas hoy casi olvidadas, sobre los “préstamos” que el relato cristiano tomó de otras creencias o culturas. Era muy, muy bueno escribiendo, y tenía una cultura inmensa. En fin, un tipo extraordinario.
Pero también tenía sus manías, digo yo que como todo el mundo. Solía desconfiar de lo que algunas personas llaman arrogantemente la “verdad oficial” y buscaba “lo que no nos cuentan los medios oficiales”, sin darse cuenta de que eso hace muchos años que ya no existe porque, en el mundo de Internet, todo el mundo lo cuenta todo, ya no es casi posible mantener secretos. Se pueden inventar falsedades, pero no ocultar verdades. Sin embargo él no lo creía así y, a pesar de su inteligencia y de su cultura, cayó más de una vez en la defensa numantina de “teorías de la conspiración” de lo más variado.
La patraña equivocada
Y una de ellas fue la de las vacunas. Nico no se vacunó contra la covid-19 porque no quiso, porque no se fiaba, porque prefería otras “alternativas”. Pues esta vez se creyó la patraña equivocada. El virus lo enganchó a principios del mes pasado y se lo llevó sin contemplaciones. Diecinueve días. Un fuego espantoso en los pulmones (esto me lo cuenta su hija, Minerva) hasta que lo sedaron y se apagó sin ruido.
¿No quiso vacunarse? ¿En serio? ¿Y fue él solo quien tomó esa decisión? ¿Seguro? Yo no lo estoy tanto. En los últimos tiempos (sigo contando lo que me dijo su hija) Nicolás fue víctima de una enfermedad terrible, tanto como el virus: una depresión muy severa. Sé lo que es y no se lo deseo a nadie. El mundo que se te viene encima, la imposibilidad de tomar decisiones, el miedo a todo y por todo, la terrible sensación de soledad, aunque no estés solo.
Eso era exactamente lo peor que le podía pasar. Tú no te vacunes, Nico, sé fuerte, nosotros tampoco hemos permitido que nos pongan esa inyección en la que te meten un chip
En medio de esa tragedia (porque es una tragedia: quien lo probó lo sabe), Nico se vio rodeado de una pandilla de “amigos” tan conspirandeiros como él. Eso era exactamente lo peor que le podía pasar. Tú no te vacunes, Nico, sé fuerte, nosotros tampoco hemos permitido que nos pongan esa inyección en la que te meten un chip, te cambian el ADN y te controlan la mente. Además el virus no existe, es todo electromagnetismo de los americanos, de los chinos, del gobierno. Tú aguanta. No nos vas a fallar precisamente tú, que eres un campeón, ¿verdad?
Y Nico, con la cabeza desgalichada como la tenía por la depresión, hizo lo que probablemente no tenía más remedio que hacer, porque en esas condiciones es difícil ver alternativas por más listo y razonable que seas. Se reafirmó en sus “convicciones”, quizá se sintió el héroe de la pandilla y no se vacunó. Y ahora está muerto.
Bulos en Facebook
Minerva, su hija, ha escrito en Facebook un texto tremendo, durísimo, de inmensa belleza, que puede leerse aquí, en el que dice: “Ni olvido ni perdono a las personas que en los últimos días conscientes de mi padre le animaron a no ponerse la vacuna, a quedarse en casa, a no meterse un puñetero palito por la nariz y a no ir bajo ninguna circunstancia al Hospital (...) Porque la puta verdad es que entre todos me habéis arrebatado a mi padre, y eso no puedo pasarlo por alto, por mucho que os declaréis amigos incondicionales (…) Sois una panda de infelices inseguros, tan frustrados con vuestra propia existencia y fracasos que no os da para más que para tragaros teorías conspiranoicas y posts llenos de bulos en Facebook. Porque lo único que os hace sentir realizados es estar dentro de un grupo. Y luego tenéis la desfachatez de decir que es mi generación la que está alienada (…) Sois la secta del siglo XXI…”.
Lo más probable es que la mayoría de la gente piense que es usted un cretino o, en el mejor de los casos, un cachondo, un humorista
Vamos a ver. Si a usted le da por sostener que la tierra es plana, lo más probable es que la mayoría de la gente piense que es usted un cretino o, en el mejor de los casos, un cachondo, un humorista. Pero el asunto no irá mucho más lejos porque con esa memez usted no hace daño a nadie, no pone en peligro a nadie. Si usted cree que existen los ángeles, o confía en el tarot, en los posos del café, en el reiki, en la astrología, en los videntes nocturnos de la tele o en que los extraterrestres construyeron las pirámides (estoy citando solamente algunas cosas que a mí me parecen engañabobos, unas más y otras menos), pues pasará lo mismo: mucha gente le mirará con cierta lástima y otra no, y hasta es posible que usted sea un poco más feliz con esas cosas. Pero lo más importante es que, salvo casos de estafa (que abundan), esas creencias suyas no harán daño a nadie, no habrá heridos ni muertos.
Pero con el negacionismo de las vacunas no es así. Esa creencia falsa (porque es completamente falsa) mata. Esa indecente colección de patrañas mata. Nico está muerto por eso. Por ninguna otra cosa. Eso es lo que me tiene con los nervios de punta en estos días amargos.
Toda llorosa y compungida, le dijo a Minerva, su hija, que su padre no se había muerto a causa del covid, que había sido por otra cosa, y que ella misma tampoco estaba vacunada
Si a un ateo conspicuo y recalcitrante se le apareciese de pronto Dios (cosa poco probable), en toda la magnificencia y majestad del barroco, y le demostrase fehacientemente que es Dios, y le diese pruebas inobjetables de su poder, lo más probable es que el ateo reconsiderase su posición a no ser que, además de ateo, fuese gilipollas. Eso mismo pasa en muchos órdenes de la vida. La demostración palpable, fehaciente de que uno está equivocado debe hacernos cambiar nuestra forma de ver las cosas.
¿Debe? Debería. Cuando Nico estaba ya tumbado en el tanatorio se presentó allí una mujer, una de esas “amigas” que lo rodearon. Y, toda llorosa y compungida, le dijo a Minerva, su hija, que su padre no se había muerto a causa de la covid, que había sido por otra cosa, y que ella misma tampoco estaba vacunada. Esto me lo contaba la propia Minerva. No me dijo cómo reaccionó. No hace falta. Sé cómo habría reaccionado yo, que no soy una persona violenta en absoluto, pero en este trance, como se decía cuando yo era niño, “habríamos salido en El Caso”. Valiente… sinvergüenza.
El preludio de una estafa
No, es peor que eso. Es una fanática irrecuperable. Hay gente, afortunadamente poca, que no es capaz de reconocer su error ni ante la más clara evidencia, ni ante la demostración palpable y presente de que están equivocados. Ni ante el cadáver de un amigo. Puede más la locura de su fe; puede más su orgullo, su creencia, por absurda y peligrosa que sea, porque quizá es lo que da sentido a su vida. Eso, en el caso de los “terraplanistas” o del reiki, no trae consecuencias que haya que lamentar. Pero con esto sí. Mantener jactanciosamente que uno es “alternativo” y que todos los demás son unas ovejas es, en mi opinión, siempre prueba de poca cabeza… o el preludio de una estafa. Pero en casos como este esa actitud raya en lo homicida. Porque Nico está muerto por eso. Repito: por eso y por nada más. Es una muerte “empujada”.
Lo peor de todo es que ya no está. No lo veremos más. Eso es lo que la muerte de Nico tiene en común con todas las muertes: su irreversibilidad y el desamparo que dejan. Pero en este caso queda, además, una indignación que no se pasa, que no se apaga.
Por favor, vacúnense si aún no lo están. Déjense de chorradas, que se juegan la vida, ¿no lo ven? Y tiren a los fanáticos “antivacunas” (metafóricamente) al Tíber. Como muy cerca.