Desde que en septiembre ya no hay exámenes, el final del verano no es el mismo. El curso comienza antes porque la segunda oportunidad se despacha en julio. Si queda algo pendiente, no hay semanas por delante para volver a internarlo sino un puñado de días al final del camino, cuando el curso pesa y lleva por inercia hasta el fondo. Aquella velada advertencia de algún profesor antes de los exámenes finales; “o mejora usted o es carne septembrina” para el baúl de los recuerdos.
El verano se estrecha, dicen, porque así nos acercamos un poco más a los países europeos de cuyo club formamos parte, aunque a veces parezca que Europa se acaba en los Pirineos. Ya no es para tanto, pero de vez en cuando nos recuerdan que somos “una isla energética”. Dependemos de lo que nos enchufan por el norte y también por el sur. ¡Si fuera solo el recibo de la electricidad! Mientras nos rieguen con los fondos europeos y el BCE compre la deuda española aquí paz y después ya vendrá el PP con sus recortes. El presidente del Gobierno creyó haber resuelto su problema de reválida interna con la escabechina de julio. Tal vez con más peones y sin figuras de relieve iba a encontrar menos obstáculos en su día a día, manual de supervivencia. Le ha dado lo mismo porque al final siempre chocará con Podemos allá donde pise. Y dónde no, se encontrará con los independentistas.
Sánchez afronta otro otoño más en la Moncloa, el cuarto desde la moción de censura, con las encuestas en contra
La campaña de los refugiados afganos le ha desperezado el final de agosto, apuntándose el tanto de traer a España a los líderes europeos más una conversación con el gris presidente norteamericanos, Joe Biden. Sánchez tuvo reflejos para sumar unas cuantas fotos y lemas para seguir haciendo de la comunicación su única política sin real decreto usado como escudo. Sánchez afronta otro otoño más en la Moncloa, el cuarto desde la moción de censura, con las encuestas en contra. Aunque parezca demasiado lejos, el presidente ya ha cumplido tres años en la Moncloa. Casi todos o en funciones o con la emergencia de la alarma, mal empleada como volverá a confirmar este otoño una nueva sentencia del Tribunal Constitucional. Subirá el salario mínimo, a pesar de las opiniones en contra de quienes creen que hay empresas incapaces de aguantar más costes después de la pandemia.
El afán por ganar tiempo
Los números grandes de la economía anuncian un buen tirón del crecimiento para este año. En realidad, bastaría con regresar al mismo sitio antes de la pandemia. La inercia que le dejó Rajoy le permitió gastar más, aumentando el déficit y la deuda. La pandemia ha multiplicado el aumento de los números rojos, pero Sánchez no se va a detener con el crecimiento del gasto público. Le queda esa agarradera para seguir a flote e intentar darle la vuelta a la realidad que anuncian los pronósticos. Su problema no es de crédito sino de credibilidad. No se recupera tan fácil cuando todo ha sido tan de usar y tirar.
El tiempo pasa y aunque desde la Moncloa se diga que a Casado se le va a hacer interminable, no tanto como a quien tiene el poder y no ve los resultados inmediatos. Pero Sánchez fía lejos y por eso dijo delante de los empresarios del Ibex 35 que “al menos quedan unos 850 días” de legislatura. Va para largo, pero lo suyo oiga. Ya piensa en los siguientes cuatro después del 2023. Recordatorio para inquietos, nerviosos y demás tonos de voz. A pesar de ese plazo, sigue sin haber políticas del largo plazo pensadas y diseñadas para las siguientes generaciones y no sólo para las próximas. O se produce una rectificación o seguiremos en el mismo punto desde la crisis del euro. Sin mirarnos al espejo. Sin decirnos la verdad porque se trata de ganar tiempo. Acaba de comenzar otro mes de septiembre. Un tiempo de propósitos, de cambios y de nuevos proyectos. Toca otra vez la política de paso corto y regate rápido. Septiembre debería ser una buena oportunidad para empezar. De eso se trababa cada comienzo de curso. Cosas de la vieja política.