Ni siquiera la terrible muerte del niño Gabriel es capaz de conmover a esa inmensa tropa de canallas. El tuit de una miserable, mezclando la muerte con el proceso separatista, provoca asco e indignación en las personas de bien. No es la primera vez que pasa ni será la última. Hijos de puta. Hijos de la gran puta.
Odian porque solo saben odiar
España hoy se halla sobrecogida. El niño Gabriel Cruz, buscado por las fuerzas del orden público y decenas de voluntarios, ha sido encontrado, fatalmente, cadáver. Todo indica que la presunta autora del execrable crimen es la actual pareja del padre. Esto, señores, es un drama humano de unas dimensiones tan grandes y terroríficas que cualquiera con un mínimo de decencia solo tiene una reacción posible ante tal suceso: horrorizarse. Ese horror, el horror a lo que somos capaces de hacer las personas, es el mínimo común denominador que une a gente de todas las ideologías, credos, razas y procedencias. Es el horror que sentimos ante el Holocausto, las matanzas en Camboya, los genocidios que son y han sido en nuestra lamentable historia como especie. Es el horror ante la privación de vida de inocentes.
Pues bien, lo que nos diferencia a nosotros de los monstruos, de los que parecen seres humanos y no lo son, de las abominaciones andantes que están a nuestro lado en la calle, en el trabajo, en el bar, incluso en nuestro propio círculo, que pasan inadvertidos hasta que su propia mierda les impele a aflorar su miseria, su condición de escombros, de deshechos, es la compasión. Carecen de ella, así como de empatía. Es normal, ni tienen sentimientos ni conocen lo que son. Porque nadie que sintiese siquiera un ápice de esa compasión diría lo que hemos leído en una red social.
Ha sucedido en Tuiter. Una usuaria llamada @marnn39 colgaba un tuit en el que decía, a propósito del niño desaparecido – aún no lo habían encontrado –, lo siguiente: “Que le den, igual que estáis todos vosotros contra nuestros presos políticos, que tampoco pueden estar en sus casas. Ala, a tomar por…”. Como Junqueras, los Jordis y Forn no están en sus casitas, que le den al chiquillo, a sus padres, a sus familias. Eso decía la elementa.
Hay que ser ruin, cabrona, asesina, repugnante, vomitiva. Comparar a personas que están en prisión por presuntos delitos a una criatura que se había perdido y que, al final, se encuentra asesinado, no tiene más que una explicación: la tal tuitera es una genocida, una nazi, alguien que en Nuremberg habría merecido la condena a la horca"
Hay que ser hija de puta, muy hija de puta. Hay que ser mala bestia. Hay que ser ruin, cabrona, asesina, repugnante, vomitiva. Comparar a personas que están en prisión por presuntos delitos a una criatura que se había perdido y que, al final, se encuentra asesinado, no tiene más que una explicación: la tal tuitera es una genocida, una nazi, alguien que en Nuremberg habría merecido la condena a la horca. Yo hubiera pedido estar presente en la ejecución de la sentencia. Esa basura humana, la tuitera de marras, tenía como avatar un fotomontaje en el que reclamaba la libertad para “los presos políticos”. Cobarde, como todos los de su calaña, ha borrado el tuit al ver como la ola de indignación crecía y la policía empezaba a interesarse por ella, llegando a cerrar su cuenta. Eso da igual. Lo importante es que ni es la primera hiena que se recrea en el dolor ajeno, siempre que provenga de España, claro, ni, me temo, va a ser la última. Esta gentuza radical que se permite decir tamañas enormidades es la misma que nos endilga la cantinela de que el proceso va de democracia, de sonrisas, de amor, que la violencia del estado es insufrible, que son unas pobres víctimas, que ya está bien. Pero desde sus filas, y esto es comprobable, se está convirtiendo en algo demasiado frecuente alegrarse de la muerte de un semejante. Lo hemos visto, por citar solo algunos ejemplos, con la del diestro Víctor Barrio, del Caballero Legionario Laínez, de los miembros de la Benemérita Romero y Caballero, en Teruel. Son peor que perros, porque los perros tienen sentimientos y nobleza. Ellos son puras alimañas. Y, como carroñeros, acuden a devorar los restos de los caídos, contaminando el ambiente con su hedor.
Los canallas reparten su ponzoña en todas direcciones
Los muertos, o son de todos, o no son de nadie. Hace años que lo vengo diciendo. Nadie puede alegrarse ante ese tremendo misterio que es la muerte. Nadie, porque todos hemos de pasar por esa puerta. Los separatistas, que van de buenísimas personas – y no digo ni mucho menos que todos sean así, pero hay cada vez más que muestran esa faceta inhumana– son de los primeros en regodearse cuando de un suceso luctuoso se trata. No me olvido tampoco de los podemitas, otros de los habituales en la macabra ceremonia de insultar en redes sociales, para luego invocar a la tan manoseada libertad de expresión.
Recuerden al capitán de aviación muerto en accidente en Torrejón de Ardoz, cuando intentó evitar aterrizar en un núcleo urbano para salvar al personal civil. De este héroe, una pájara decía, literalmente, “Un cabrón menos”. Un colega en la infamia de esta señalaba “¿Cae un avión militar en Madrid? Me alegro”.
Otro elemento de esa manada de puercos, ante el fallecimiento del fiscal Maza, recordaba “El cielo es como la cárcel de Estremera. A más de uno le gustaría tener esos privilegios”. Hay que ser muy bastardo para decir algo de un ser humano que está de cuerpo presente, ni que sea por respeto a sus deudos.
Y no, no me olvido de los tuits provenientes del otro córner, que cometen el mismo pecado de encharcarse en el odio, teniendo como destinatarios a los catalanes, como cuando cayó el avión de Germanwings. Si hijos de puta los unos, hijos de puta los otros. La misma basura.
Tampoco quisiera dejar en el tintero a los falsos católicos, los que creen que el cielo es solamente suyo y arremeten contra quien sea con una mala leche más propia de inquisidores analfabetos que de seguidores de Jesús. Me viene a la memoria aquel tremendo tsunami de insultos que se levantó cuando falleció Bimba Bosé, aprovechado por los ultramontanos para estigmatizar la homosexualidad. Qué vergüenza.
Si dejamos a un lado que la condición humana posee esa innata característica bestial que suele inclinarnos hacia lo bajo, hacia la maldad, no puedo dejar de decir que existe también un factor determinante. Somos unos cobardes, unos blandos, unos irresponsables. Hemos construido un mundo con paredes de plastilina y ciudadanos que creen solamente tener derechos, pero no deberes"
Ante tal exhibición pornográfica de maldad, no podemos por menos que preguntarnos que estamos haciendo mal. Como sociedad, como individuos, como padres, como educadores. Si dejamos a un lado que la condición humana posee esa innata característica bestial que suele inclinarnos hacia lo bajo, hacia la maldad, no puedo dejar de decir que existe también un factor determinante. Somos unos cobardes, unos blandos, unos irresponsables. Hemos construido un mundo con paredes de plastilina y ciudadanos que creen solamente tener derechos, pero no deberes. La falta de moralidad, que de esto estamos hablando, es hija de la falta de rigor en la educación, tanto en escuelas como en familias. Hemos comprado de manera irresponsable la herencia del mayo del 68, negándonos a entender que una hostia a tiempo evita muchos problemas. Sí, he dicho hostia, y lo repito. No hablo del maltrato, que siempre hay el censor de guardia de lo políticamente correcto, me refiero al concepto hostia como la potestas autoritas imprescindible para mantener en pie cualquier edificio que pretenda ser digno de llamarse civilización.
Hemos abandonado a su suerte a los profesores, hemos hecho dejación de nuestra responsabilidad como padres, hemos preferido cerrar los ojos por temor a que se nos llamase fachas. Pero la democracia sin orden, sin el obligado reconocimiento a que existe una autoridad, una ley, unos principios vigorosamente sólidos, unos límites, no es más que una burla, un remedo de libertad que esconde la jungla en la que el más fuerte se come al más débil.
Ignoro si a toda esta harka de malnacidos que dicen esas enormidades ante la muerte de otros los educaron bien, mal o regular. No sé si sus infancias fueron felices, si les pegaban en el recreo o si les dejó su pareja por el vecino. Tampoco me interesa, porque ¿les digo una cosa?, estoy harto de querer entender a los que han convertido este mundo en un infierno. Que nos entiendan ellos. Hay gente que no respeta ley ni moral, que son capaces de burlarse igual de la muerte de alguien que piensa diferente que la de una criatura inocente, les da lo mismo. Contra esa tropa de miserables hay que actuar con energía como sociedad, con la ley en la mano, con la denuncia pública, con lo que haga falta. Con una hostia, la que no les dieron de pequeños, si es preciso. Gabriel, hijo mío, descansa en paz y caiga todo el peso de la ley sobre los malvados.
Miquel Giménez