Opinión

Ni fuera ni dentro, nadie tose a Erdogan

Con la asamblea en la mano y a sólo un puñado de votos de la victoria puede contar con un nuevo mandato que se extenderá otros cinco años hasta 2028

  • El presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan

El pasado domingo se celebraron en Turquía las elecciones más reñidas de los últimos veinte años. Por primera vez desde las elecciones de 2002 que llevaron a Erdogan al poder había posibilidad real de cambio. El artífice de esa esperanza es un político de 74 años llamado Kemal Kiliçdaroglu, un diputado socialdemócrata del Partido Republicano del Pueblo (CHP), padre de una coalición que ha conseguido mantenerse por delante en las encuestas durante los últimos meses. No con una gran distancia cierto es, apenas dos o tres puntos, pero suficiente para pasar a segunda vuelta como vencedor. En algunas incluso le daban como ganador directo dejando a Erdogan a seis o siete puntos.

Bien, ahora que los turcos yan han votado sabemos que todas las encuestas estaban equivocadas. Erdogan ha vuelto a ganar, aunque no por mucha diferencia. Obtuvo el 49,5% de los votos frente al 44,8% de Kiliçdaroglu. Entre ambos suman casi el 95% de todos los votos emitidos. Los otros dos candidatos en liza, el nacionalista Sinan Ogan y el socialdemócrata Muharrem Ince tuvieron que conformarse con un 5,1% y un 0,4% respectivamente.

Desde el punto de vista territorial no hay nada llamativo. La Turquía europea, la de la costa del mar Egeo y el sudeste se decantaron por el candidato opositor, el resto lo hizo por Erdogan. La brecha entre la Turquía más europeizada y urbana y el resto se mantiene como en otras convocatorias electorales. El AKP, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, es en el interior del país donde tiene fuerza. En Turquía hay un total de 81 provincias. Kiliçdaroglu se hizo con 30, Erdogan con 51. En algunas como Esmirna, baluarte de la oposición, el candidato opositor arrasó con el 63% de los votos dejando a Erdogan con sólo el 31%. Algo similar ocurrió en otras provincias del Egeo y en las de la Tracia Oriental, la única región turca que está en el continente europeo. Es una región pequeña que sólo constituye el 3% de toda la superficie del país, pero como allí se encuentra Estambul casi un 15% de los turcos viven en ella.

El resultado del domingo es, de hecho, el peor que los opositores podían imaginar. No sólo quedan segundos, sino que lo hacen a una distancia considerable

Kiliçdaroglu sabía que en las regiones antierdoganistas tenía ya el trabajo hecho, la duda era si las provincias del interior de Anatolia iban a votar por un cambio. Las encuestas decían una cosa, la realidad ha dicho otra distinta. El resultado del domingo es, de hecho, el peor que los opositores podían imaginar. No sólo quedan segundos, sino que lo hacen a una distancia considerable, cuatro puntos que serán muy difíciles de remontar en la segunda vuelta. Al haber concentrado casi todos los votos en la primera ronda, apenas hay donde recoger nuevos votantes. Los del socialdemócrata Muharrem Ince son muy pocos, apenas 230.000 que seguramente vayan hacia Kiliçdaroglu. Los del nacionalista Sinan Ogan son muchos más, casi tres millones, que casi con toda seguridad terminen en manos de Erdogan.

La coalición de Kiliçdaroglu llamada Millet, pero encabezada por el CHP, lo hizo aún peor en las elecciones legislativas. La coalición gubernamental llamada Alianza del Pueblo y acaudillada por el AKP se hizo con el 49,3%, cantidad más que suficiente para superar el umbral de la mayoría absoluta. A falta de que se asigne el número final de escaños, Erdogan podrá contar con entre 310 y 320 diputados en esta legislatura, lo que le pondrá las cosas mucho más fáciles en el caso de que consiga ganar en la segunda vuelta. En el hipotético caso de que la segunda vuelta la ganase Kiliçdaroglu tendría el parlamento en contra. En Turquía la asamblea nacional es la responsable no sólo de aprobar las leyes, sino también de presentar los proyectos de ley. Controlarla es fundamental para el presidente y su Gobierno. De hecho, la reforma constitucional de 2017 le dio nuevos poderes que hacen realmente complicado gobernar al presidente en el caso de que la asamblea sea de diferente color político.

Con la asamblea más o menos decidida lo que está en juego ahora es la presidencia. Y ahí, aparte de los dos candidatos, quien tiene mucho que decir es Sinan Ogan, que se ha convertido en hacedor de reyes. Antes de las elecciones parecía que Kiliçdaroglu iba a ganarlas por lo que Ogan sugirió que, en caso de una segunda vuelta, él estaría dispuesto a negociar con ambos candidatos a cambio de entrar en el Gobierno con algunas carteras ministeriales. Pero el resultado de Kiliçdaroglu ha sido tan decepcionante que esa negociación ya sólo puede darse con Erdogan, y ni siquiera eso porque se ha quedado a sólo unas décimas del 50%.

Para entonces llevará un cuarto de siglo en el poder y tendrá 74 años. Si la salud le acompaña podría incluso optar a un tercer mandato presidencial consecutivo

Sinan Onan, un independiente de 55 años de origen azerí, se presentaba a las elecciones con una alianza de derecha nacionalista llamada Alianza Ancestral. Es previsible que sus casi tres millones de votantes concentrados en su mayor parte en las provincias del interior de Anatolia, se sientan más inclinados a entregar su voto a Erdogan que a un liberal europeísta especializado en economía. Esa es la razón por la que muchos analistas dan por segura la victoria de Erdogan en la segunda vuelta. Con la asamblea en la mano y a sólo un puñado de votos de la victoria puede contar con un nuevo mandato que se extenderá otros cinco años hasta 2028. Para entonces llevará un cuarto de siglo en el poder y tendrá 74 años. Si la salud le acompaña podría incluso optar a un tercer mandato presidencial consecutivo.

Pero no se debería cantar victoria tan pronto. Es cierto que Erdogan lo ha hecho mucho mejor de lo que se esperaba, pero también lo es que Kiliçdaroglu se ha quedado cerca, a sólo cuatro puntos y medio de distancia y algo más de dos millones de votos. La participación ha sido muy alta, del 86%, lo que indica que el ambiente en Turquía está muy politizado. Los terremotos del 6 de febrero provocaron una gran devastación y más de 50.000 muertos. La situación económica es mala, la inflación supera el 50% y, aunque se ha moderado algo con respecto al año pasado, el milagro económico turco hace mucho que terminó. Occidente mira con recelo a Erdogan y la inversión internacional no se decide a volver al país por miedo a exponerse demasiado a los vaivenes de la lira turca. El desempleo está por encima del 13% y la tasa de pobreza lleva varios años incrementándose tras una gran caída en los años buenos del erdoganismo.

Eso ha convertido a Turquía en el principal intermediario en la guerra de Ucrania y el puente que Occidente emplea para relacionarse con Rusia desde que dio comienzo la invasión

Al votante turco le importa el bolsillo, pero no sólo eso. Muchos recuerdan los sorprendentes crecimientos del PIB que Turquía se anotó durante la primera década de Gobiernos del AKP y creen que sólo Erdogan es capaz de retomar ese camino. Pero, aparte de eso, el fortalecimiento de la identidad nacional es uno de los activos principales que exhibe el Gobierno. Turquía es un país antiguo pero una república joven (un siglo cumplirá en octubre de este año) y el nacionalismo tiene mucha fuerza. En ese aspecto, Erdogan lleva las de ganar. Fue él quien restauró el orgullo nacional y posicionó a Turquía como un actor importante a escala mundial. Hasta su llegada al poder nadie se la tomaba realmente en serio. Era un miembro más de la OTAN en una región delicada cuya máxima aspiración era acceder a la Unión Europea. Todo eso cambió con Erdogan. Durante años ha sabido sacar partido de su posición estratégica de entre Oriente y Occidente. Sin abandonar la OTAN (aunque con algunos roces muy sonados con ella) ha convertido al país en una potencia en Oriente próximo. Junto a ello ha cultivado una relación muy cercana con Rusia y, especialmente, con Vladimir Putin. Eso ha convertido a Turquía en el principal intermediario en la guerra de Ucrania y el puente que Occidente emplea para relacionarse con Rusia desde que dio comienzo la invasión.

Para EEUU y sus socios europeos Erdogan es hoy lo más parecido a caminar con una piedra en el zapato. Ha bloqueado la expansión de la OTAN y es uno de los principales apoyos políticos y económicos del régimen de Putin. Una Turquía que se incline un poco más hacia Europa y la OTAN supondría un cambio sustancial para el equilibrio de poder mundial. Eso mismo era con lo que fantaseaban en Washington y en Bruselas hasta el domingo dando prácticamente por hecho que Erdogan se marchaba y que con Kiliçdaroglu todo cambiaría. Pero no contaban con que esa asertividad internacional complace mucho a los votantes turcos.

Muchos de ellos si ponen en la balanza los problemas económicos y el relieve que Turquía ha adquirido en el mundo se quedan con lo segundo. A fin de cuentas, lo primero se puede invertir, pero lo segundo es difícil de conseguir. Que Erdogan ejerza un control casi absoluto sobre los medios de comunicación, la judicatura, el banco central y otras instituciones lo ven como un asunto menor. En Turquía la democracia al fin y al cabo siempre fue débil. El país ha sufrido varios golpes de Estado y la tutela de las Fuerzas Armadas es la norma y no la excepción. El valor que dan los votantes de Europa occidental a la institucionalidad democrática no es el mismo que le dan los votantes turcos. Erdogan les dice exactamente lo que quieren escuchar, por esa y por ninguna otra razón, lleva dos décadas en el poder. 

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