“Partido de la guerra”. Así viene de definir Ione Belarra, secretaria general de Unidas Podemos a su socio de coalición gubernamental, el PSOE, con motivo de la posición del presidente del Gobierno en relación a la criminal invasión de Rusia sobre Ucrania.
Tan agresiva definición dio pie a que las mismas gentes que la habían manifestado se vieran en la obligación de rectificar y expresar que el destinatario de esa definición no era el PSOE. Se trata de un atentado contra el sentido común pues sencillamente no existe ningún partido que pudiera ser destinatario de tan frívola definición. Salvo el PSOE, que fue rotulado así –el partido de la guerra- por la intervención del presidente del Gobierno el miércoles de la semana pasada en el pleno del Congreso de los Diputados, en el que, exteriorizando lógicamente la posición de todo el gobierno, anunció el envío de armamento militar ofensivo para Ucrania. Cierto que esa posición hacía desmentir al presidente del Gobierno posiciones suyas anteriores en la materia, en que siempre había negado el envío de armamento militar ofensivo a Ucrania.
Como cierto que ese cambio de posición se produce en paralelo a la reacción de los países de la Unión Europea, con Alemania al frente, cuyo canciller social demócrata venía de anunciar un extraordinario aumento en materia de presupuesto militar en ruptura evidente respecto de la posición germana desde el final de la Segunda Guerra Mundial. O, en paralelo también, con la imposición de serias sanciones de carácter económico a Rusia. O justo después de una llamada telefónica de Josep Borrell, alto representante de la Unión Europea para asuntos exteriores y política de seguridad, advirtiendo del riesgo de que, con la posición mantenida hasta ese momento, España quedara una vez más aislada de sus socios de la propia Unión y de la OTAN.
No deja de ser de todo punto lamentable asistir al panorama español para contemplar cómo un socio de coalición –Unidas Podemos- refuta con carácter frívolo la posición del Gobierno
Lo menos que se puede hacer, esta vez, con la posición del Gobierno expresada por su presidente es aplaudirla. Aplaudirla porque, por una vez, España sale del histórico ensimismamiento en política internacional, para intervenir con quienes son sus socios elementales, la Unión Europea y la OTAN, de las que formamos parte. Hace dos días, el presidente se manifestaba de nuevo en una base de la OTAN en Letonia en compañía del secretario general de esa organización y del premier canadiense. Así lo ha entendido también el Partido Popular, que igualmente muestra su solidaridad con el Gobierno en esta materia. Y es más, consagrada ya de forma inequívoca y en toda Europa que la agresión sobre Ucrania por parte de Rusia constituye un acto de naturaleza criminal, no deja de ser de todo punto lamentable asistir al panorama español para contemplar cómo un socio de coalición –Unidas Podemos- refuta con carácter frívolo la posición del Gobierno, reivindicando para España el sombrío papel tan prodigado en nuestra historia consistente en vivir fuera de lo que hacía la entente de nuestros socios europeos. Y hoy ese aislamiento es sencillamente intolerable, pues supone dejar a los ucranianos abandonados a su suerte ante la invasión rusa. Eso sí sería lo propio de un partido de la guerra.
Habrá quien entienda que esa toma de posición exige el cese de las responsabilidades ministeriales por parte de los ministros de Unidas Podemos; habrá quien reivindique que todas esas posiciones obedecen a tal o cual enjuague en las pugnas internas de poder, en relación a la posición de la vicepresidenta Yolanda Díaz que ha avalado la posición del presidente del Gobierno.
Sabemos que el presidente no romperá la coalición, convencido de que todas las contradicciones internas las acabará superando
Y sin embargo, es muy difícil pensar que estamos en puertas de asistir al fin del Gobierno de coalición por más insuperables que sean las diferencias entre ambos socios a propósito de la guerra de Ucrania, que evidencian que Unidas Podemos es una fuerza política ajena al sentido de Estado que la actual situación a todas luces requiere. Sabemos que el presidente no romperá la coalición, convencido de que todas las contradicciones internas las acabará superando. A su vez, Unidas Podemos continuará virando su posición hasta donde haga falta, o mejor, hasta donde sitúe la suya el presidente del Gobierno. Sencillamente, Unidas Podemos no se puede permitir una ruptura del Gobierno que nos pondría en las puertas de unas elecciones generales. Su propia crisis estructural, que viene siendo manifiesta en términos de pérdida de apoyo popular en cada elección celebrada tras las elecciones generales de abril de 2019, ya sean las elecciones municipales y autonómicas del mes siguiente, ya sean las elecciones autonómicas celebradas en Galicia, País Vasco, Cataluña, Madrid y Castilla-León, ponen de manifiesto un proyecto en graves dificultades, de liderazgo y de estrategia política. Muy probablemente estamos ante un fenómeno irreversible de decadencia en la política española; tampoco sería el primero –sin ir más lejos, ahí está la crisis con todas las notas de terminalidad que afecta a Ciudadanos-.
Siendo como son sencillamente incalculables los efectos por venir de la guerra que conduce de forma miserable Rusia en Ucrania, no sólo en el campo bélico, también en el de las matanzas de población civil, en el campo de refugiados que se cuentan ya por millones, en el campo energético, en el campo económico, en cualquier otro dominio, lo que es seguro es que son situaciones como ésta que estamos viviendo en las que la unidad nacional se hace imprescindible entre acción de gobierno y de oposición, en el marco del encuentro con nuestros aliados de la Unión Europea y de la OTAN. Unidad nacional que significa llevar la posición de España por el camino por el que discurren nuestros socios con quienes debemos discurrir también los españoles.
Porque salir de esa posición nos conduciría a poner en valor de forma insensata la existencia de fuerzas políticas atrabiliarias y vociferantes, dedicadas al cultivo de la nada, carentes del más mínimo sentido de Estado y de Gobierno, ancladas en una historia de nuestro país por tanto tiempo irrelevante, que debe quedar atrás de una vez para siempre.