Quienes, tras el éxito en unas elecciones, hemos tenido la responsabilidad de formar un equipo de gobierno sabemos la dificultad que conlleva el cese de alguien al que fácilmente se le nombró para una función gubernamental. Era muy raro que alguien a quien se le ofrecía un puesto en el Consejo de Gobierno pidiera explicaciones por las razones que hicieron posible su nombramiento. Prácticamente nadie hacía la siguiente pregunta: ¿Y por qué me nombras a mí? Pienso que la razón que les llevaba a no preguntar era porque consideraban que se lo merecían.
Hasta ahí, ningún problema. El problema se planteaba cuando se daba la situación contraria. En lugar de nombrar, llegaba el día de cesar. Durante los 24 años en los que ejercí la presidencia de la Junta de Extremadura he pasado por esas dos situaciones en varias ocasiones. Procuré que los ceses de los miembros del gobierno extremeño se produjeran con la mayor delicadeza posible. Había que tratar de no herir la sensibilidad de quienes, con más o menos fortuna, habían dedicado una parte de sus años a la defensa de un proyecto político. Ensayé varios métodos. Ninguno resultaba aceptable al cien por cien. Siempre había alguien que no llevaba bien eso de ser cesado.
Si la entrevista era personal, en ocasiones, el cesado sí hacía la pregunta que no hizo al ser nombrado: ¿Y por qué me cesas? Mi respuesta siempre era la misma: “Por las mismas razones que te nombré”. No hay explicación posible. Quien tienen que pasar ese mal trago no tienen posibilidad de explicar las razones del cese. No le puedes decir al que destituyes que lo haces porque su gestión no ha sido buena. ¿Para qué humillarle? ¿Para qué herir su susceptibilidad? Tampoco puedes argumentar en positivo. “Entonces, si soy tan bueno, ¿por qué me cesas?”. No hay respuesta.
Ahora los periodistas se tiran al degüello e intentan conseguir que el cesado hable y cuente las maldades del jefe del equipo con el que ha estado colaborando
Ahora que el presidente Sánchez ha remodelado su Gobierno, los periodistas se tiran al degüello e intentan conseguir que el cesado hable y cuente las maldades del jefe del equipo con el que ha estado colaborando durante un tiempo más o menos largo. Parece, por las crónicas de estos días, que la venganza ha comenzado o que los dimes y diretes han tomado cuerpo en las páginas de determinados medios de comunicación.
Si fuera verdad que algún o alguna despechada anda dejando caer interioridades de su experiencia en el equipo de Sánchez, habría que concluir que o bien están mintiendo y apuñalando a quienes les señaló y les otorgó su confianza ascendiéndolos a la cúspide gubernamental o bien es verdad lo que cuentan sottovoce. En cualquiera de los casos, habría que descalificar a los autores de esas filtraciones. Si el presidente era de tal o cual manera; si en Moncloa se hacía esto y lo demás allá de forma ridícula; si pasaba lo que ahora cuentan que pasaba, ¿cuáles son las razones para no haber dimitido de un gobierno en el que las cosas funcionaban de forma tan ridícula? ¿Por qué seguían donde estaban en lugar de tomar las de Villadiego? Quien está dispuesto a aguantar esas situaciones no está legitimado para contarlas una vez que le han dicho que cierre la puerta por fuera.
Artífices del bulo
Si lo que dejan decir que se diga o fomentan la leyenda sabiendo que es mentira lo que intuyen y cuentan los cronistas sin que exista un desmentido por parte de quienes supuestamente son los artífices del bulo, no es extraño que semejantes colaboradores hayan sido expulsados de los sillones donde se exige lealtad, sinceridad y verdad.
Todo aquel que haya ocupado una responsabilidad y haya estado cerca del responsable máximo de un equipo sabe que no es decente aprovecharse de la obligada cercanía para ajustar cuentas cuando esa cercanía se convierte en lejanía. Además de prometer públicamente guardar silencio sobre las deliberaciones del Consejo de Ministros, quienes han sido nombrados por un acto de confianza de quien les nombra, deberían saber que la decencia y la buena educación también obligan a guardar silencio sobre cuestiones personales o políticas que ha conocido gracias a la confianza en ellos depositada. Es seguro que esos que hablan después de irse no habrían sido nombrados si hubieran mostrado su auténtica cara de traidores. Si se les nombró fue porque, además de traidores, sabían disimular como nadie cuando exteriorizaban su fe y su lealtad inquebrantable al jefe del equipo.
Concluyo que existen dos tipos de personas: los que hablan mal del presidente cuando han sido cesados, y los que guardan silencio y aceptan el cese como algo normal en un equipo de gobierno. Los primeros son personas peligrosas de las que nadie debería fiarse. Los segundos son ciudadanos cabales dignos de confianza.