Los ciudadanos norteamericanos, los europeos -en estos momentos especialmente los ucranianos-, los rusos que se oponen a su política, todos somos víctimas del líder ruso que lleva el nombre de su padre. En estos días hemos escuchado a los pensadores de la “siniestra” radical española acusar, ¡como no!, a Estados Unidos de querer interferir en la política internacional. La acusación obedece a su participación en el intento de frenar el expansionismo imperialista que practica Rusia dirigida por el hijo de Putin. Se olvidan de los sabotajes informáticos a la red de distribución de hidrocarburos y a la red de distribución de carne que colapsaron el modus vivendi de los ciudadanos norteamericanos. La investigación realizada finalizó con la expulsión de unos cuantos funcionarios de la embajada de Rusia en Estados Unidos -en realidad, espías-, de modo que también para el ciudadano norteamericano medio el hijo de Putin constituye una amenaza real.
Se olvidan nuestros radicales “siniestros” que el despliegue militar ruso en la frontera de Ucrania es un intento de impedir que este país se integre en la OTAN. ¿Qué título habilita al hijo de Putin para vetar el acceso de un país a una organización internacional? ¿Cuál le habilitó para anexionarse militarmente a Crimea?
Tampoco debe olvidarse que los opositores al hijo de Putin son víctimas de envenenamiento y que, una vez envenenados, se topan con dificultades del Gobierno ruso para recibir una asistencia médica adecuada"
Parece que nuestros pensadores y políticos de extrema siniestra están dispuestos a concederle al ruso una auténtica patente de corso pese a las fechorías señaladas y a otras cuantas más. Basta recordar que todo apunta a que también ha interferido en la política española apoyando el proyecto independentista de los soberanistas catalanes. Ese denominado “procés” que lideran el prófugo Puigdemont y los delincuentes condenados que hoy son socios parlamentarios del gobierno de Pedro Sánchez. Tampoco debe olvidarse que los opositores al hijo de Putin son víctimas de envenenamiento y que, una vez envenenados, se topan con dificultades del Gobierno ruso para recibir una asistencia médica adecuada.
Pues bien, pese a todo lo expuesto, para los radicales de la siniestra española es inadmisible la oposición. ciertamente tímida, a las nuevas fechorías del hijo de Putin que representa la postura de Estados Unidos y de la Unión Europea. Para ellos, son este país y esta institución los que están amenazando la paz mundial. De modo que, según ellos, para no amenazarla habría que permitir que el hijo de Putin siguiera campando a sus anchas realizando tropelías por doquier, aquí y acullá.
Tienen una carrera profesional al margen de la política, no necesitan de un cargo público para vivir y tienen el margen mínimo de decisión que les permite ejercer su labor con dignidad"
Menos mal que en lo que respecta a la posición española en la materia, esta crisis nos ha sorprendido con dos ministros sensatos, moderados y con una adecuada formación personal. En efecto, Margarita Robles y José Manuel Albares son sendas rara avis en el Gobierno de Sánchez. Ni son ministros de cuota, ni lo son por su sexo. Una y otro tienen una carrera profesional al margen de la política, no necesitan de un cargo público para vivir y tienen el margen mínimo de decisión que les permite ejercer su labor con la dignidad y la responsabilidad que exige su función. Por eso son excepción en un Gobierno de pandereta, de “sans culotte”, y de analfabetos funcionales.
Es posible que dependiendo de cómo evolucione la crisis, Robles y Albares lo pasen mal. Si el conflicto se enquista, se van a convertir en la diana de los siniestros españoles situados en la radicalidad y con representación en el propio Consejo de Ministros. Y hasta pudiera suceder que llegado el momento y presionado por sus socios de Gobierno y parlamentarios, Sánchez estuviera dispuesto a ceder una vez más y les retirara su apoyo dejándoles solos al albur de las hordas de la extrema siniestra. Cualquier cosa puede acaecer con el presidente cedente que nos ha tocado sufrir.