Opinión

Cuando el odio contra Ayuso alcanzó su máxima expresión

A lo mejor el odio que calienta el hogar de tantos radicales es más condicionante de lo que parecía. A lo mejor esas personas mínimas han perdido la capacidad de empatizar con quienes discrepan de ellas. O quizás en su intento por impon

A lo mejor el odio que calienta el hogar de tantos radicales es más condicionante de lo que parecía. A lo mejor esas personas mínimas han perdido la capacidad de empatizar con quienes discrepan de ellas. O quizás en su intento por imponer su ideario al resto de la sociedad son capaces de actuar con la frialdad de un mercenario. Pero, en condiciones normales, no cuesta ponerse en la piel de una persona de 44 años que fracasa en su intento de ser madre primeriza. De una mujer que es consciente de que a su edad los embarazos entrañan cierto riesgo y vive esas primeras semanas con el nerviosismo de quien sabe que transporta algo muy frágil, pero en lo que ha depositado sus esperanzas.

Su deseo de ser madre más allá de los 40 es el de tantas y tantas mujeres contemporáneas que habitan en entornos donde se presentan como circunstancias antagónicas algunas que no lo son o no tendrían porqué serlo, como la independencia y la maternidad; el éxito profesional y la vida familiar; o la felicidad y los cuidados a un tercero. De esas elecciones surgen renuncias que suelen sobrevolar sobre los individuos cuando vienen mal dadas. Por eso, en esas ocasiones conviene demostrar humanidad y no hacer sangre. El cerebro suele ser especialmente traicionero en esos casos.

La circunstancia de Díaz Ayuso es la de todas las mujeres que habitan en un mundo más individualista y, a la vez, más competitivo, en el que la maternidad cada vez es más tardía; y en el que opciones como la reproducción asistida son mucho más comunes que hace décadas. En 1975, las españolas eran madres, de media, a los 25 años. En 2021, a los 32,6, según el Instituto Nacional de Estadística.

Y eso ha llevado a una parte de la sociedad a infravalorar ciertos momentos de sufrimiento de las mujeres que fracasan a partir de cierta edad en su intento de ser madres por primera vez

Cualquiera que no haya perdido la empatía podrá deducir que quienes quieren ser madres por primera vez en un momento en el que su fertilidad ha descendido, suelen estar acompañadas de un nivel extraordinario de angustia. Esta realidad resuena mucho menos en el debate del feminismo contemporáneo que la del aborto. Y eso, parece ser, ha llevado a una parte de la sociedad a infravalorar ciertos momentos de sufrimiento, como el de los abortos espontáneos de estas mujeres.

Es lo que le ha ocurrido a Isabel Díaz Ayuso. Y tal es el nivel de perfidia de algunos de sus detractores que hubo quien aprovechó el pasado miércoles para hacer sorna o para escenificar su oposición. Me niego a citar todos los mensajes ni a exponer su contenido porque es absolutamente asqueroso, pero hubo uno que merece la pena exponer porque resulta muy significativo. Venía a decir que Díaz Ayuso, tras sufrir un aborto, podrá comprarse "otro hijo", como hizo Ana Obregón. No lo escribió alguien anónimo. Fue un periodista. Un colaborador de un diario de izquierdas con mucha más furia que neuronas.

El odio que se ha ganado cierta izquierda

El caso es que se lamenta el presidente del Gobierno -y sus terminales mediáticas- por el proceso de radicalización de una parte de la sociedad española -la más conservadora- y concluye que gran parte de la culpa es de los medios de comunicación de la derecha, que manipulan y mienten a discreción, lo que ha avivado el extremismo conservador. Parece ser que su altivez y su egocentrismo le impiden concluir que una buena parte del malestar de los ciudadanos se debe a esa forma de la izquierda de adjudicarse la superioridad moral y de considerar al adversario político como enemigo.

Durante cinco años, Sánchez ha compartido mesa en el Consejo de Ministros con personas que han llegado a defender el secuestro de dos criaturas por el mero hecho de que su madre, Juana Rivas, era cercana a los suyos. En Moncloa se votó también a favor del indulto de María Sevilla e Irene Montero se refirió a su exmarido como un “maltratador”, pese a no haber ninguna prueba de ello, al contrario que su antigua pareja, que fue condenada. El pecado de ese señor fue el de ser hombre en un momento en el que el feminismo radical atribuía el mal a la masculinidad, a la que trató de deshumanizar.

Algo similar sucedió con Lidia Falcón, José Errasti o Lucía Echevarría cuando expresaron su oposición a la 'Ley trans'. Ninguno de ellos era un peligroso ultraderechista. Al contrario. Pero ya se sabe que quien disiente de un integrista metamorfosea en cucaracha. Y nadie se lamenta por perseguir a un insecto. Ni por aplastarlo. Así que si sufre un aborto... ¿por qué habría que lamentarlo?

El problema es que ese bicho no es inane. Tiene conciencia y, cuando le insultan o le atropellan... también se escora y se queja. A lo mejor debería dejar el presidente del Gobierno de tomar por idiotas a los ciudadanos al explicar su desgaste en las críticas injustas que recibe por parte de los medios de derechas. Porque quizás las expresiones de malestar que recibe son de quienes se han sentido insultados y menospreciados por estos radicales.  

Por cierto, tampoco sorprende el poco respeto a una mujer que ha sufrido un aborto espontáneo. Hay propagandistas que llevan muchos años tratando de imponer la falacia de que una interrupción del embarazo equivale prácticamente a ir al dentista a sacarse una muela, cuando no es así. De todo hay en este mundo de los vivos, pero, en ocasiones, esta decisión (o este accidente, generado por el propio cuerpo) provoca malestares que duran bastante tiempo. Incluso años. Si esta realidad se hubiera transmitido tal y como es, con su crudeza y sin engaños, habría quien se lo pensaría dos veces antes de hacer sorna con esta circunstancia. Lo más sorprendente es que algunos escriban en medios de comunicación. Hay que ver cuánto protagonismo reciben los mermados en la prensa de trinchera.

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