Opinión

De Olona, de Puente y de la parte más oscura de la política

La venganza es una bebida muy apetitosa que no sacia la sed. El desagravio sirve muchas veces para hacer justicia, pero rara vez calma la ira del vengativo... y tampoco le ayuda a recuperar lo que ha perdido. El gran público seguramente no conozca a

La venganza es una bebida muy apetitosa que no sacia la sed. El desagravio sirve muchas veces para hacer justicia, pero rara vez calma la ira del vengativo... y tampoco le ayuda a recuperar lo que ha perdido. El gran público seguramente no conozca a Cecilio Vadillo, un profesor de instituto que se metió a la política hace unos cuantos años, pero que nunca alcanzó las altas cotas a las que aspiraba. Es un tipo que hasta el pasado marzo militaba en el PSOE y que hace unas semanas montó un partido que se presentó a las elecciones en Valladolid. Las que perdieron los socialistas, los de Óscar Puente. Los que quedaron a un escaño de revalidar la alcaldía.

La formación política de Vadillo tiene su razón de ser en un proyecto: el soterramiento de las vías del tren, que dividen la ciudad en dos partes, al igual que el Pisuerga; o que la M-30 en Madrid. O que el Danubio en Budapest o que el skytrain en algunos distritos de Bangkok. La ciudad castellana tiene un presupuesto anual de 404 millones de euros y esta obra costaría un mínimo de 500, aunque hay estudios que la han elevado hasta los 615. Sin embargo, los vecinos de algunos barrios la consideran fundamental para romper con una barrera que -consideran- los margina con respecto al resto de la ciudad. Y la exigen.

Así que Vadillo aprovechó el descontento de estos vecinos para volver a tener un papel protagonista en la política. No ha conseguido ningún escaño, pero -por mucho que lo niegue- los 2.700 votos que obtuvo fueron importantes para que Puente no revalidara la alcaldía. También lo fue el discurso que ayudó a que este proyecto ferroviario -que el PSOE se niega rechaza- se convirtiera en uno de los protagonistas de la campaña.

Una soberbia que no sirve de mucho

Puente suele pecar de soberbia..., pero de una soberbia muy poco sofisticada, casi infantil. Diría que se ha mirado demasiadas veces en el espejo de un farandulero como Abel Caballero, el alcalde de Vigo, que, al igual que Miguel Ángel Revilla, es uno de esos caciques territoriales que alterna la simpatía con el despotismo con una sorprendente habilidad. Con tanta, que da la impresión de que los aplausos de sus palmeros no se distinguen de las bofetadas que reciben de sus líderes.

Esa forma de mandar suele provocar ira en los enemigos; y Cecilio Vadillo era uno de ellos. Perdió contra Puente unas primarias del partido (2014) y, en otras (2017), lo hizo ante la candidata que apoyaba el alcalde vallisoletano. Así que cuando vio la ocasión de hacerle daño, lo hizo. Y vaya si lo hizo... Además, con la rotundidad que suelen emplear quienes han acumulado toneladas de odio mientras asistían al triunfo de sus contrincantes.

Da la impresión de que los aplausos de sus palmeros no se distinguen de las bofetadas que reciben de sus líderes

Los egos, la soberbia y el tufo de la venganza confluyen en esta historia, como tantas otras veces en política. También puede detectarse otro de los fenómenos que conducen hacia el peor de los caminos a esta actividad: el comportamiento pueril de los ciudadanos, quienes en tantas ocasiones adoptan la actitud del hijo consentido que piensa que la chequera de su padre es infinita. Con eso juegan los partidos en la campaña electoral y llegan a comportarse como los genios que salen de la lámpara para conceder deseos a quienes se los pidan. La ciudad sería mucho más bonita y homogénea si se soterraran las vías del tren, pero, ¿de veras hay alguien que piensa que invertir en eso el 115% del presupuesto anual municipal no obligaría a crear tasas o a recortar en otras partidas? Todo suena muy bien hasta que se mete un tijeretazo a otros servicios. Que se lo digan a los madrileños con el famoso contrato de basuras.

¿Qué es lo más llamativo del tema? Que Puente, cuando estaba en la oposición, firmó ante notario un documento con el que se comprometía a enterrar la vía del tren. Cuando alcanzó el poder -varios años después- y echó un vistazo a las cuentas, comprobó que la obra era inviable. En el PP, prometieron durante la campaña la realización de la obra y una reforma del estadio de fútbol (frote usted la lámpara maravillosa). Mientras tanto, la sensación al visitar varias ciudades del interior a las que llega el AVE -desde Segovia a León; desde Valladolid a Toledo- es que, sea cual sea el lugar por el que pase el tren, se lleva más cosas de las que deja. Abordar ese tema genera menos pasiones durante la campaña electoral, pero es mucho más importante, por supuesto.

El nexo entre Olona y Vadillo

Un mero vistazo a las imágenes de Macarena Olona en televisión, con un zapato de cada color, recordaban estos días al antiguo anuncio de los payasos de Micolor, pero también al ejemplo de Cecilio Vadillo. Ambas son personas que regresan a la política con otras siglas y con un fin que venden como noble -el soterramiento del tren o la gestión sin condicionantes ideológicos-, pero a las que evidentemente mueven dos egos desmesurados y el afán de dañar a quien les perjudicó.

Por supuesto, ninguna habla de una realidad innegable, y es que no suele haber inocentes en las refriegas de los partidos. El número de contendientes con el disfraz de verdugo es mucho mayor que el de víctimas. De hecho, estas últimas suelen luchar por el poder con unas armas parecidas a sus adversarios... hasta que las derrotan. Por eso, ni Puente, ni Vadillo, ni Olona, ni Jorge Buxadé, ni Santiago Abascal son en realidad mártires tras estas refriegas. Sólo son individuos interesados en el gobierno de estructuras.

Lo que ocurre es que el oportunismo tras la derrota suele ser un recurso bastante miserable. Por eso, rechina tanto todo ese discurso regenerador y amistoso con el que Olona ha presentado su proyecto político, que, por cierto, surge entre lamentos por la forma en la que su partido la trató, pero sin decir ni palabra sobre el modo en el que dejó colgados a los andaluces que la apoyaron. Eso dice todo sobre ella.

La pregunta más reveladora en su caso es similar a la que podría haberse planteado a Vadillo el 27 de mayo: ¿Estará usted contenta el día después de las elecciones si, pese a no llegar al porcentaje exigido para obtener un escaño, con sus votos perjudicara a su partido y, por ende, beneficiara al que, hasta hace no mucho, era su rival político?

La respuesta es evidente. Y eso evidencia que están movidos por los vientos más hediondos de la política y por alguna de las peores características de la condición humana.

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